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~ Un hijo del dios del agua.
~ Un hijo del dios del fuego.
La vida de Aiden Lancaster no sería igual con la presencia del hijo del dios de los mares.
Amigo, enemigo o posiblemente algo más, era algo que aún él no podía descifrar.
Y con la de...
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~ PERCY ~
Aquella estatua de oro sostenía en sus manos un escudo, no, no era solo un escudo, era el escudo de Ares.
— Como bajaremos eso de ahí.— pregunté. — Ay no.— — Que pasa?—
— Ese trono... sabía que habría un trato.— — Aiden algo que quieras compartir con la clase?— estaba confundido.
— Ese trono fue un regalo Percy. Hefesto se lo dio a Hera. Cuando ella se sentó simplemente no pudo volver a levantarse. Todos los dioses trataron de ayudarla pero no lo consiguieron. Fue demasiado incluso para ellos.—
— Cómo la liberaron?— — Hefesto accedió a un trato, el se casaría con Afrodita a cambio dejaría ir a Hera. El trono es el trato. Uno se sienta y el Teo trae el escudo.—
Silencio.
Ninguno hablo.
Percy suspiro. Y volteó a verme. Me giré hacia él y decidí romper el silencio entre ambos.
— Me sentare.— le dije. — Que? No! Estas loco!— me gritó. — Quien se siente no saldrá.— — Por eso dije que NO! Tu no te sentarás!— dijo firme. — POR QUE NO!?— le dije molesto. — PORQUE POR ESO ESTAS AQUÍ!— — Que?—
Percy miro el trono y luego a mi.
— Aiden es la máquina de tu padre, Ares sabía que tendrías la ventaja, por eso nos mandó a los dos. Tu y yo.—
Mis ojos se cristalizaron.
— Pero a ti te eligieron, el oráculo y los dioses...— él me interrumpió.
— BASTA! Esto no tiene nada que ver con los dioses Aiden, eres mejor en esto que yo, contigo libre tengo una mayor posibilidad de escapar.—
Demonios, tenía razón, pero porque dolía tanto?
Percy comenzó a acercarse al trono de oro, antes de sentarse se giró y me miro.
— Debes prometerme algo antes.— — Se que tu mamá está en el inframundo, no la dejara ahí. Tienes mi palabra.— dije firme aún que sabía perfectamente que mi voz se estaba quebrando.
Percy sonrió.
— Gracias... iba a decir que nadie más puede enseñarte a nadar.—
Deje escape una risa nerviosa. — Solo podrías ser tu.— le dije.
