Valthornix Obsidian

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Envolviéndome en una mezcla de dudas y asombro, llegué al lugar donde el cuentacuentos solía desplegar su magia narrativa. Sin embargo, para mi sorpresa, el anciano contador de historias estaba solo, recogiendo sus pertenencias para emprender su viaje. La mirada penetrante del hombre se posó en mí, y con una expresión brillante en los ojos, me aseguró que nos volveríamos a ver el próximo año, si los dioses lo permitían.

Lleno de incertidumbre, le pregunté al cuentacuentos a qué se refería con sus enigmáticas palabras. Respondió misteriosamente, mencionando que, incluso siendo mayor, podía percibir lo que otros no veían. Arqueé una ceja, cuestionándole sobre sus palabras. La respuesta del cuentacuentos fue enigmática, insinuando que el próximo año podría ser yo quien contara las historias y leyendas, tal vez revelando nuevos relatos al pueblo.

Con una sonrisa y soltando el humo de su pipa, el anciano señaló que veía algo especial y distinto en mí. Sus palabras intrigantes me dejaron con más preguntas que respuestas, pero antes de despedirse, noté que el cuentacuentos no dejaba de mirar mi frente y mis ojos, como si algo en ellos contara una historia más profunda. Fue así como nos despedimos, dejando un halo de misterio en el aire y un encuentro que resonaría en las páginas del destino.

Bajo la guía incansable de Drakar, los siguientes tres años de mi vida se volvieron una odisea de entrenamiento mágico y desafíos sin fin. Mi cabello adoptó un tono más plateado blanquecino mientras la magia fluía a través de mí de manera tan natural que apenas percibía la fatiga. Cada elemento, desde el gélido invierno hasta el ardor del fuego, se volvía una extensión de mi ser.

Las prácticas eran extremas, desde dormir al raso en pleno invierno hasta sumergirme en las gélidas aguas marinas antes de descansar. Nadar entre las corrientes heladas, flotar desnudo sobre el hielo, todo con el objetivo de absorber la energía del sol y domar mi propia temperatura mientras el sueño me envolvía. Drakar, mi mentor, guiaba cada paso, insistiendo en que aprender a paso acelerado era esencial.

Controlar la magia de la tierra se convirtió en un baile de crecimiento acelerado para las plantas. Aquello que antes demandaba tiempo se convertía en un acto de segundos. Acompañando este poder con la magia del agua, cosechaba frutos y semillas, un alimento para mí y una moneda de cambio para el futuro. La combinación de viento y fuego se volvía un ritual, extinguiendo llamas con la palma de mi mano. Drakar, asombrado, observaba cómo no mostraba ni el más mínimo indicio de agotamiento, mientras mi aprendizaje avanzaba a pasos agigantados.

Con el tiempo, alcancé niveles inimaginables. Creaba y controlaba volcanes con un simple pensamiento, generaba lluvias y tornados con gestos apenas perceptibles. Drakar, testigo de mi progreso, comentaba que parecía que yo mismo me convertía en un recipiente para los elementos: agua, fuego, tierra y aire, conectado con todo a mi alrededor, ya fuera a kilómetros de distancia o más allá.

Estando en las praderas, presencié la llegada de los mercaderes, cuyas melodías y alegres canciones resonaban en el aire. Mi corazón latía con tal fuerza que parecía querer escapar de mi pecho. Me dirigí hacia ellos a una velocidad vertiginosa, llegando al lugar en menos de cinco minutos, a pesar de la distancia considerable desde la aldea.

Una vez que los mercaderes comenzaron a instalar sus puestos y preparar sus mercancías, entre la bulliciosa multitud, divisé a un hombre con cabello canoso y piel marcada por los años, disfrutando de su pipa. Confirmé que era el cuentacuentos, y al notar mi presencia, dirigió su mirada hacia mí, levantando la mano mientras esbozaba una sonrisa.

Le dije que, a pesar de mis mejoras en el dominio de la magia, no tenía historias notables para contar, y que, seguramente, las leyendas que él narraba eran mucho más dignas de ser escuchadas. Barret, el cuéntacuentos, asintió y expresó su interés en ver algún día el alcance de mi magia y lo que era capaz de hacer.

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