La Revelación Mágica

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Barret, el cuéntacuentos, contemplaba maravillado, como si las páginas de un antiguo pergamino se desplegaran ante él, revelando una epopeya que solo unos pocos podrían comprender. La verdad de mi ser se entrelazó con la magia del relato, creando una escena grandiosa que quedará marcada en la memoria de aquellos que la presenciaron.
Las llamas, caprichosas, danzaban a mi alrededor, trazando sus sombras como entidades vivas que jugaban en la penumbra de la tienda de campaña. Su danza era un ballet místico, respondiendo a una armonía que solo el dominio de los elementos podía crear. Mientras avanzaba con determinación, el viento rugía con ferocidad, desgarrando la fibras de sedas  de la tienda como si fueran banderas en una tormenta de poder mágico.

De pronto, una lluvia torrencial caía sobre nosotros, como si el mismo espíritu del agua hubiera decidido desatar su furia en ese rincón improvisado. El sonido de las gotas golpeando la tela componía una sinfonía épica que resonaba en cada rincón de la imaginación. Pero mi presencia no solo convocaba al agua.

A medida que avanzaba, un bosque efímero surgía tras mis pasos, un ecosistema de plantas que crecía y se expandía con la fuerza de la naturaleza que emanaba de mí. Las flores se abrían como testigos de un poder ancestral que despertaba en aquel espacio improvisado.
La luz divina que desprendía se intensificaba, revelando mi verdadera herencia mágica. Mis orejas se volvían puntiagudas, símbolo innegable de una transformación, de la magia que fluye en mis venas. Era una metamorfosis que trascendía lo cotidiano, un vínculo con la esencia misma del universo.
Al llegar ante Barret, el cuéntacuentos quedó sumido en un asombro profundo. Su boca, antes lista para narrar historias, ahora se mantenía abierta en un gesto de reverencia. Tragó saliva, un acto simbólico ante la majestuosidad desatada. La tienda de campaña se convirtió en un santuario mágico, y Barret se arrodilló, reconociendo la divinidad que se revelaba ante él. El silencio reverencial llenaba el espacio, solo interrumpido por el susurro del viento y el crepitar de las llamas que continuaban su danza, testigos de una realidad que superaba las fronteras de la imaginación.
El cuéntacuentos , arrodillado ante la magnificencia de mi esencia revelada, levantó la mirada con un brillo de reconocimiento en sus ojos. Con una solemnidad que resonó en el santuario efímero de elementos danzantes, habló con voz profunda y resonante:
"Lyssander, no eres solo un muchacho huérfano. La magia ancestral fluye a través de ti, conectándote con las raíces más profundas de nuestro mundo. Ya sabía, incluso antes de esta revelación, que tu existencia iba más allá de la de un simple humano. Era como si el viento mismo me susurrara secretos de tiempos olvidados".
Barret se puso de pie, aún maravillado, y continuó: "Te ofrezco algo más que cuentos y fábulas. Te ofrezco mi conocimiento de la lengua muerta, una sabiduría que ha sido oculta y prohibida en todos los reinos. Lucharé a tu lado, aprenderemos juntos, y te enseñaré todo lo que sé sobre esta magia que se extiende más allá de los límites de lo conocido".
Con una determinación palpable, Barret añadió: "Sé que el camino que te espera es peligroso, pero no estarás solo. Seré tu mentor, tu guía en este viaje épico. Juntos, desvelaremos los secretos de la lengua muerta, exploraremos las maravillas que esconde y desafiaremos las prohibiciones impuestas por los reinos".
En ese momento, entre las sombras de la noche, Barret hizo un juramento solemne: "Lyssander, hijo de dioses y portador de magia ancestral, seguiré tus pasos en esta senda. Seré tu protector y tu maestro, y juntos escribiremos una nueva leyenda en la que la lengua muerta sea liberada y comprendida".

La bruma de la revelación aún flotaba en el aire, y con una determinación forjada en el fuego y el agua que nos rodeaba, me erguí frente a Barret. Mi voz resonó con un eco divino mientras pronunciaba las palabras que cargaban el peso de mi verdadera identidad.

"Barret, mi nombre real no es Lyssander. Soy Valthornix Obsidian, hijo de Aetherius y Selene. Sangre divina fluye por mis venas, y mi existencia está marcada por las constelaciones y los poderes que trascienden los límites de la comprensión humana".

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