Capítulo 7:

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Anthony - Pero no sé cómo; jamás he agarrado una guitarra en mi vida.

Daniela - Solo es para que pruebes. Haz lo que se te ocurra.

Ese primer intento de tocar la guitarra resultó un fiasco, y Daniela terminó riéndose de mi "talento prodigioso". Sin embargo, después me reconfortó al decirme que, si lo deseaba, podría darme lecciones para mejorar durante los recesos, a lo que yo respondí afirmativamente.

Anthony - Oye, ¿en qué grupo vas?

Daniela - 2-D.

Anthony - (Ríe) Vaya, qué coincidencia. ¿Por qué no pensé en eso?

Daniela - ¿Qué quieres decir?

Anthony - Debes ser la chica nueva de la que todos hablan.

Anthony - Vamos en el mismo grupo.

Daniela - Exactamente.

Jamás imaginé que esa conversación sería el inicio de mi renacer, de una serie de acontecimientos maravillosos que suavizaron mi corazón lentamente.

Con el pasar de los días, empezamos a convivir más y a llevarnos mejor que al principio. Siguió enseñándome a tocar hasta que adquirí un nivel, el cual considero bueno, pero evidentemente, jamás estuve a su altura.

En el tercer año de secundaria, ya teníamos bastante confianza para platicarnos desde nuestros anhelos imposibles hasta nuestros miedos más íntimos.

Empezamos a vernos después de la escuela para ir a un parque que estaba a la vuelta de su casa. Ahí nos acostábamos sobre el pasto húmedo para contemplar la puesta del sol o el resplandor de las estrellas; mientras ella me deleitaba interpretando su repertorio de temas melancólicos y reflexivos. En esos momentos solo podía pensar en que no quería perderla jamás, que no quería que se fuera al otro lado del globo y me dejara. Comprendí que mis sentimientos por ella eran distintos; ya no la veía solo como una amiga, sino como el amor de mi vida. Sin darme cuenta, fui cautivado desde el instante que la conocí; y ese amor que sentía por ella se iba reforzando gracias a la poesía que emanaba de las cuerdas de su guitarra mágica. Caí en su juego como si fuera una de esas cobras que danzan al compás de la flauta.

Era tan fuerte, tan independiente, tan segura de sí misma, tan diferente al resto de mujeres que había visto andar por los lugares que frecuentaba. Una joya única e invaluable, un regalo del cielo que, por suerte, había tenido la oportunidad de conocer. Cabía en mí el presentimiento de que se iría a progresar a las grandes urbes tarde que temprano, pero afanado, no le quise contar nada de lo que me estaba pasando, de todo lo que activaba dentro de mi ser.

En el salón de clases nos sentábamos juntos y solía acariciar con delicadeza sus brazos o tomarle la mano cuando estaba distraída, o cuando se sentía mal por no haber obtenido buenas calificaciones en las asignaturas; esto la ponía de buen humor y casi siempre respondía a mi gesto, dejando escapar una sonrisa tonta, tratando de disimular sus mejillas enrojecidas. A veces, ella también me abrazaba por la espalda cuando llegaba a la escuela, algo que me empoderaba lo suficiente para cumplir mis obligaciones diarias.

A diario la visitaba en su casa porque quería que nos viéramos, lo que me llevó a conocer a los demás miembros de su familia. Los padres insistían en que les acompañara en la mesa cuando era la hora de comer, y yo, consciente de la escasez que experimenté desde la infancia, jamás rechacé el plato de comida que me ofrecían. Me hice amigo de sus hermanas, incluso de su papá, quien fue la primera persona con la que tuve una conversación de hombre a hombre. Un día me senté en el sofá con él a ver el partido de los Raiders y charlamos sobre fútbol americano, aunque yo no era un ávido conocedor. Debo decir que es una persona que admiro bastante, ya que tiene una mente abierta y me impresiona todo lo que ha hecho por su familia, para ver cumplido el sueño de sus hijas. También llegué a intercambiar unas cuantas frases con su mamá, aunque no demasiadas, porque era una mujer muy entregada a las tareas hogareñas.

I only think of you (Daniela Villarreal) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora