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— ¿Lista?. —preguntó Mati detrás mío.

Esta semana y media me la pasé en este cuarto de cuatro paredes, Matías venía la mayoría del tiempo, los demás cuando podían. No me molestaba, agradecía sus compañías, pero tampoco quería que mi dolor se convirtiera en una carga para ellos. Me miré al espejo, observando mi reflejo apagado y sin vida. Había perdido peso, mis ojos estaban hinchados de tanto llorar, y mi expresión reflejaba la tristeza que habitaba en mi interior.

Matías entendía mi dolor incluso cuando yo misma luchaba por comprenderlo. El paisaje por la ventana se desplegaba ante mis ojos, pero mi mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros.

— ¿Necesitas algo?. —preguntó con preocupación en sus ojos.

Negué con la cabeza. ¿Qué podía necesitar cuando lo único que deseaba ya no estaba a mi alcance? Él me abrazó con ternura, como si su calidez pudiera disolver el frío que se había instalado en mi interior.

— ¿Vamos?.

No podía negarme, le había prometido que saldría de mi pieza, dejando esos pensamientos oscuros acá, haciendo como si nada había pasado, porque yo no estaba enojada con él por lo que dijo ni mucho menos, estaba enojada conmigo misma por hacerme falsas ilusiones con algo que me habían advertido que no sucedería.

Largué un suspiro antes de acercarme dónde se encontraba Mati, agarrando un buzo azul que estaba tirado en el sillón entre las otras prendas acumuladas ahí; no estuve limpiando, habían vasos acumulados en la mesita ratona, pañuelos tirados por todo el piso y sin contar la cantidad de ropa acumulada.
Perdí la cuenta de las veces que mi hermano me dijo que limpiara, pero no tenía intenciones de hacerlo hasta que me sintiera mejor. Al principio les pareció raro, soy una persona ordenada, pero con el pasar de los días se volvió una costumbre dejar todo por ahí.

— Ponete el buzo, yo voy a buscar algo que dejé en tu cama.

Sin más, se alejó y yo hice caso a sus palabras al ponerme el abrigo, tomé mi teléfono, el equipo de mate que había preparado unos segundos antes y me quedé esperando a que él volviera para poder salir e ir al set.
Estuve muy desconectada del rodaje de la película, no me acerqué al lugar ni por unas medialunas, pero Agustín y Enzo me contaron que iban demasiado bien.

— ¡Dale Matías!.

— Voy, voy. —dijo él mientras volvía poniéndose una campera—. La puta madre y la campera esta de mierda..

Una risita escapó de mis labios, rompiendo por completo la tensión que reinaba en este cuarto estos días. La mirada sorprendida de Matías quedó fija en mi, quedándose inmóvil en su lugar como si hubiera descubierto un tesoro que estuvo buscando hace ya tiempo.

𝗧𝗛𝗘 𝗕𝗘𝗔𝗖𝗛 ━━━ Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora