Capítulo VIII

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Debido a la impresion de hace unos minutos, todo rastro de alcohol se fue de mi cuerpo.

Avanzo hacia la sala. Veo a Samuel a un lado, sentado en el sofá. Tiene una cerveza en sus manos, sin destapar, solo le da vueltas sobre su propio eje sobre su pierna. Al lado de él, en el piso, está su casaca botada. Qué raro, yo recordaba haberla dejado sobre el sofá.

Me siento al lado de Samuel y con disimulo recojo la casaca y me la pongo; aquí hace calor, pero tengo que salir afuera, de todos modos. Quería seguir a Nick, pero es algo que debe de hacer él, de nada sirve que yo solo vaya para escuchar una conversación que no me concierne.

—¿Cómo te la estás pasando? —pregunta alicaído—. ¿Y tú medio hermano?

—Ah, bien —asiento—. Aunque creí que la fiesta era para conocernos. Digo, parece que ya cada uno tiene su círculo de amigos. —Lo cual era cierto—. Y Nick salió, supongo que regresará.

Espero que sí, porque no presté atención al camino de vuelta, y no tenía mucho dinero en el bolsillo.

—Eso lo vamos a solucionar en unos minutos.

Bebo un sorbo de mi cerveza.

—¿Por qué estás así? ¿No vino tu chica? ¿O es porque Samantha no te deja usar las habitaciones de arriba?

Me mira y sonríe.

—Qué mal concepto tienes de mí.

—¿Qué? Si ese es el primer concepto que me diste a mí la primera vez.

—Ya, pero te dije que no era cierto. Además ya me disculpé, ¿o aun no me crees?

Imito lo que hace. También hago girar la botella sobre su propio eje encima de mi pierna.

¿Ahora me está mostrando su otra cara de la moneda? ¿De verdad lo que dijo era mentira?

—Lo siento, es que no te conozco mucho... —hago una mueca de desconfianza y de pena.

—Entiendo... —asiente triste—. ¡Entonces te demostraré que lo que digo es cierto! —exclama, parándose y haciendo una señal de victoria. Su aliento a cerveza me azota la cara. Dios, infiero que ha bebido más que yo—. Mañana yo te invito el desayuno. Y se lo llevaré a la cama como mi futura esposa.

Abro mis labios y miro apenada a todos lados. Solo unos pocos escucharon eso. ¡Qué vergüenza!

—¿Estás loco? ¿Cómo puedes decir eso? —le increpo—. Será mejor que vayas a la habitación de arriba.

—¿Contigo... —le doy una mala mirada—, no, verdad? —añade rápido.

—Descansa. Le diré a Samantha que vaya a verte.

—No, a Mantita no, ella le dirá todo a mi madre. Como si no la conociera.

—Mira, yo no estoy para cuidar a nadie. Menos a un adulto. Y tengo que ir a otro sitio.

Me levanto y él solo asiente con la cabeza.

—¡No te olvides el desayuno! —exclama.

Ja, el primero que se le va a olvidar va a ser él mismo.

Salgo de la casa y el viento azota mi rostro. El vecindario luce tranquilo de no ser por el bullicio de la casa de Samuel.

Meto mis manos en los bolsillos de la casaca y siento algo húmedo y viscoso en ellos. Saco mi mano y huelo «ese líquido» de dudosa procedencia. El olor a un alcohol fuerte me confirma que alguien derramó su bebida en ella. No sólo eso. También estaba manchada con pisadas. Ay, mi madre. Samuel me va a matar. Si no lo hizo con Samantha lo hará conmigo.

Dulce y doloroso es el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora