13. Inseguridad

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Avanzamos a través de un amplio andador colmado de puestos en los que se ofrecían diversos productos

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Avanzamos a través de un amplio andador colmado de puestos en los que se ofrecían diversos productos. Le dije que estaba ansiando conseguirme un recuerdo significativo, como tenía por costumbre cuando viajaba fuera de la urbe.

Luego de contrastar las distintas opciones, terminé comprándome un par de postales y un adorno para la mesa que tenía grabado el lugar de origen en letras cursivas pintadas a mano. Se lo entregaría a mamá, como muestra de agradecimiento porque me concedió el permiso de venir. De no ser por ella, no me habría reconciliado con Brendon.

Él me convenció de acomodarnos en una de las bancas provistas en los alrededores, apartados de la multitud, en donde el resplandor de las luces apenas si facilitaba distinguirnos el rostro. Arguyó sentirse saturado del constante flujo de personas, no obstante, yo lo interpreté como la excusa perfecta para que permaneciéramos a solas en tanto fuera posible. Fue por ello que no me opuse.

—Cierra los ojos —me pidió, de improviso.

—¿Qué dices?

—Cierra los ojos —repitió con finura. Se estaba entreteniendo con mis inhibiciones.

A pesar de que el desconcierto y el temor afloraban, sentí el impulso de acatar su solicitud. ¿Qué podría salir mal?

El contacto de su mano ahora cálida consiguió generarme un impetuoso estremecimiento, que contrastaba con la frescura de la noche. Extendió mis dedos con delicadeza y procedió a colocar sobre mi palma lo que parecía una serie de cuentas de distintos tamaños.

Era una pulsera. De piedras azules como el agua, con una rosa que simulaba haberse congelado en el interior. La que me había olvidado de comprar a causa del revoltijo de emociones y que me condujo a una escena que había ocurrido en medio de la algarabía de un receso en aquel año decisivo. Tras sostener la servilleta doblada, el contenido terminó cayéndose y, cuando nos inclinamos para recogerlo, nos enfrentamos a una jaqueca masiva. No cometería el mismo error por segunda vez, así que le permití ser quien la levantase.

—Es parecida a la que te di cuando íbamos en tercero —señaló, entusiasmado—. Tuve que buscar en una infinidad de lugares, pero valió la pena. Espero que te guste.

Un ardor me recorrió las entrañas luego de enterarme de que él también atesoraba el recuerdo y que lo había tenido presente.

—Claro... ¿Por qué no lo haría?

En efecto, era una réplica que guardaba un parecido aterrador. Yo todavía conservaba los restos de la original, se me había roto debido al desgaste por el uso continuo. Me funcionaba como un símbolo silencioso del amor en su estado más puro.

Mientras delimitaba el brazalete, Brendon se inclinó sobre mí, con una ligereza singular. Me sujetó por el brazo, a la vez que colocaba su mano en mi rodilla, dibujando círculos. En un comienzo, consideré retirármele, mas no estaba dispuesta a arruinar el furor que amenizaba el ambiente.

Todavía te recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora