2. El gran problema

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Desde que era una niña había cultivado cierto placer en apreciar lugares que dejaron de usarse con el propósito con el que fueron creados, como si contuvieran espejismos vivientes de las personas que habían colocado un pie en ellos y fueran capace...

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Desde que era una niña había cultivado cierto placer en apreciar lugares que dejaron de usarse con el propósito con el que fueron creados, como si contuvieran espejismos vivientes de las personas que habían colocado un pie en ellos y fueran capaces de evocar sus historias.

Aquellas construcciones magníficas, entre las que se divisé pirámides, templos y salones de reunión, eran un recordatorio silencioso de las trágicas consecuencias de darle la espalda a los compatriotas a fin de unirse al bando opuesto en búsqueda de venganza. Memorias silentes de una verdad que seguía cobrando forma en nuestros días.

Las piedras apiladas no habían caído víctimas de la erosión del tiempo, la naturaleza las adornaba con petulante avidez. Quedé fascinada con los relatos acerca de la forma en la que esas tierras habían sido descubiertas, civilizadas y conquistadas, sin embargo, no conseguía entenderlos por completo gracias a que ciertas personas no se habían dignado a cerrar la boca.

Como si tuviese mayor trascendencia que Presumida Uno hubiera olvidado sus shorts de mezclilla azul clarito o que a Presumida Dos ya casi se le terminara el bloqueador solar, por lo que acabaría bronceándose... Sus preocupaciones eran tan frívolas como su sentido común.

De repente, me asestó el deseo malicioso de sellarles los labios con cinta. Si su interés había ido al sur a pasar el invierno, por lo menos habría sido generoso que no representaran un obstáculo para quienes estábamos dispuestos a aprender.

Decidida, fui abriéndome abriendo paso a través de la multitud. Terminé agazapada en medio de un grupo de chicos del otro salón, que me miraron con desinterés, y en seguida continuaron con lo suyo. Procuré no ubicarme en el frente, pues ahí me volvería propensa a que se me realizaran cuestionamientos relacionados al tema o a tener que formular los propios.

La chica que nos habían asignado como guía explicaba de una forma elocuente y sencilla, que no dejaba lugar a dudas. Su forma de hablar sobre acontecimientos que se consideraban intrascendentes estaba sazonada con una dulzura apabullante, que me mantuvo activa en estado de concentración. No quería perderme ni una de sus palabras.

Por su amabilidad, comencé a considerarla como el tipo de persona que te instaría a considerar un par de veces si ser irrespetuoso. Sin embargo, como de costumbre, estaba cometiendo un error severo al generalizar.

Brendon había decidido sublevarse, sin que nadie pudiese anticiparlo. Sutilmente, valiéndose de un tono de asco, se encargó de corregirle un par de fechas en voz alta. Asimismo, le sugirió estudiar y actualizarse cada que se le encomendara la tarea de dirigir un recorrido, porque "la tontedad la perseguía, y ya la había superado".

—Sabes que, técnicamente, estás desinformando a un gran número de estudiantes que son el futuro de este país, ¿verdad? —le lanzó con insolencia—. Debería ser un delito esparcir la ignorancia en estos tiempos. Si fuera el caso, estoy seguro de que permanecerías tras las rejas de por vida.

Todavía te recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora