16. Alboroto

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A pesar de la insistencia de Jamie para convencerme de que abordara de infraganti el autobús en el que iban los de su grupo, opté por devolverme en el que se me había asignado

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A pesar de la insistencia de Jamie para convencerme de que abordara de infraganti el autobús en el que iban los de su grupo, opté por devolverme en el que se me había asignado. Me embargaba un temor irracional imaginarme que a Cambrian se le ocurrirse hacer un pase de lista a esas alturas y, por obra de esos cuya única utilidad se reduce a fastidiar a otros, me descubriera. 

La vergüenza pública no figuraba entre las experiencias que quería que se me acumulasen durante estos últimos días, menos aún si podía evitarla.

Mientras me dedicaba a investigar en el sitio de internet de la reserva, encontré algunas fotografías de un amplio salón provisto para eventos. No creí que formara parte del recorrido, de hecho ni siquiera fue mencionado. Me pareció que sería la cereza del pastel que adornaría a una grata experiencia. Una vez que llegamos, vi que habían colocado estelas de luces y varias mesas con bocadillos y bebidas en él, con lo que mi corazón se agitó.

La chica a la que Brendon había humillado antes había sido designada para darnos la bienvenida, concediéndonos la libertad de sentarnos donde quisiéramos. Ya no había señales de tristeza en su rostro. El incidente no había apagado su brillo, por lo que me aboqué a imitarla.

Casi nadie declinó la invitación de los profesores, que recién descubríamos habían confabulado en secreto. Era parte de su regalo para nosotros, pues no habíamos sido notificados.

Tras solucionar el malentendido concerniente a nuestro desapego, Jamie convino invitarme a pasar el resto de la noche en su compañía, al menos hasta que el cansancio se apoderara de mí. Recordamos los viejos buenos tiempos, cuando no nos abrumaban las preocupaciones inherentes a la vida adulta. Se portó bastante abierto conmigo y se la pasó sonriendo de oreja a oreja. Me contó un par de anécdotas que parecían sacadas de una película.

Siempre creí que una de las razones por las que se había alejado de mí era que no contribuía a su aumento en la escala social, pero entre la conversación me hizo saber que él estaba al tanto de que ese «estilo de vida» no era adecuada para mí. Que había tomado mejores decisiones al enfocarme en lo que debía, que no me estaba perdiendo de nada que mereciera ser envidiado.

De todas maneras, me sentí impulsada a olvidarme de mis inhibiciones, aunque fuera por esa noche. Tomé sus recomendaciones en cuanto a qué beber y en qué cantidad debía hacerlo si no quería que se me inundara el torrente sanguíneo y terminase vaciando el estómago en una maceta.

Sabía horrible. Como si me desgarrasen la garganta y luego la cauterizaran con fuego. El sabor desparramado en mi lengua no ayudaba en demasía. Jamie se burlaba de mis expresiones que denotaban inutilidad en comparación con él. Falta de experiencia, ¿qué esperaba?

Las risas posteriores amenizaron la atmósfera festiva. Ni siquiera me di cuenta de que el volumen de la música era tan estridente que provocaba que nos alzáramos la voz y que se me secase la garganta, a pesar de que la distancia que nos separaba era menor a unos cuarenta centímetros. Sentía las vibraciones en cada uno de mis huesos, como si la cabeza me fuera a estallar ante los múltiples impactos que se daban en diversas áreas a la vez.

Todavía te recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora