Capítulo 5 : Llamas y Cadenas

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Tan pronto como Harry entró al ring, estaba moviendo su escoba, preparándose para jugar a la gallina con un dragón.

Harry solo había montado un dragón hace unos meses, pero al mirar al Colacuerno ahora... había olvidado cuán grande y cuán enojada estaba la hembra. Casi deseaba tener un plan mejor, pero no era como si pudiera hablar con el dragón.

Su otra idea había incluido lanzar hechizos de desilusión y hechizos de aversión que había estado usando desde que acampó con Hermione. Esa había sido la clave para engañar y despistar al dragón con distracción. Excepto que había  vuelto a atrapar al maldito Colacuerno.

La espera por su escoba era agonizante y el Colacuerno ya le escupía llamas. En el lado positivo, le recordó cuál era su alcance.

Su escoba finalmente llegó a su mano y la saltó, elevándose hacia los cielos como un pez en el agua.

Le invadió una ilusión de confianza y seguridad. En el aire, estaba en su elemento, los vientos empujaban y tiraban de él como amigos que le daban la bienvenida a casa.

Se zambulló, se desvió, hizo cosas que desafiaron la gravedad, que para empezar era la idea general de volar. A veces las llamas se acercaban demasiado para sentirse cómoda, pero él era capaz de alejarla lenta y precariamente de su nido.

No pensó, no imaginó, simplemente actuó. Se zambulló, agarró el huevo de oro y luego salió disparado hacia arriba.

Su corazón se regocijó una vez que alcanzó una altitud segura, la altura a la que sabía que sus llamas no podrían dañarlo.

Estaba a salvo. Él había ganado. Él lo había hecho.

Su triunfo duró poco, porque se equivocó. Estaba terriblemente equivocado.

No era que hubiera calculado mal la distancia y el alcance de las llamas, fueron los dragonólogos quienes habían calculado mal la fuerza de las cadenas.

Harry no podía entender por qué lo escuchó, el sonido del metal crujiendo como una piedra partida. No había oído el rugido de la multitud ni su propia respiración entrecortada, pero escuchó el metal ceder. Y aunque su mente no le informó de inmediato lo que había sucedido, su instinto sí lo hizo.

Esto no había sucedido la última vez.

El dragón se levantó del suelo, sus aleteos cambiaron las corrientes de aire. Ella llegó al nivel de sus ojos, la mirada en su mirada ámbar lo heló hasta la médula.

Sabía dos cosas; él iba a morir y ella se tomaría su tiempo para matarlo.

Ella lo golpeó desde un costado con su hocico, impulsándolo hacia el suelo.

Necesitó toda su concentración y habilidad para agarrar su escoba e intentar controlar su descenso. Una caída libre desde esta altura sería suficiente.

Aterrizó con fuerza en el suelo pedregoso, lejos del nido. Se le había caído el huevo en algún lugar del camino pero no le importaba. Su escoba se partió por la mitad cuando se estrelló. Se puso de rodillas, luchando contra los moretones y los esguinces para levantarse y correr.

La escuchó detrás de él, no sería lo suficientemente rápido. No fue lo suficientemente rápido. Rodó sobre su espalda y en un intento desesperado por salvarse del calor que corría hacia él, levantó un escudo. Arrojó todo lo que tenía en ese escudo.

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