| ❝ Lo que hago por amor... ❞
Nacemos con dos piernas que nos conducen por caminos inciertos, dos brazos que buscan abrazar el mundo, dos oídos que anhelan escuchar las melodías de la vida y dos ojos que buscan la belleza en cada rincón del unive...
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𝐇𝐀𝐂𝐈𝐀 𝐔𝐍 𝐃𝐈𝐀 estupendo. Como todos los anteriores. Londres lucía radiante bajo el sol que derramaba sus rayos sobre la ciudad. En medio de la bulliciosas calles de la metrópolis, una criaturita divina se deslizaba con una gracia y un encanto abrasador. Cada uno de sus delicados pasos era una danza sobre el empedrado, dejando a en su camino una estela de luz efímera.
Con mejillas sonrosadas y cabellos dorados ondeando al compás de la brisa, esta criatura emanaba una belleza y ternura inigualable. Los adoquines susurraban bajo sus pies y las flores se inclinaban en reverencia ante su paso, reconociendo la presencia de un ser celestial entre ellos.
El gentío se detenía por un instante, hechizado por la suavidad y pureza que desprendía esta encantadora criatura. El clamor de la ciudad se desvanecía, cediendo su lugar a un silencio reverencial que acompañaba su caminar. Los pájaros entonaban melodías celestiales desde las copas de los árboles, honrando su presencia.
Ajeno a la magia que desataba a su alrededor, el ser continuaba su andar con una sonrisa inocente en sus labios, iluminando cada rincón de la ciudad; perpetuando la ilusión, la apariencia propia de la inocencia de la niñez.
En el paradisíaco parque St. James, entre el tintineo de los insectos y la bruma matutina, se posó en una banca de sólida madera, frente a un lago sereno que reflejaba la belleza del cielo.
Entre el pequeño tañido de las hojas danzantes al compás del viento, un destello de luz dorada se deslizó sigiloso por el sendero de St. James. El reflejo del sol en el pelaje del Golden Retriever hacía brillar cada uno de sus mechones como si fuesen hilos de oro puro, mientras caminaba con elegancia hacía su dueño, el niño del inmaterial halo de luz que parecía seguirlo.
━ ¿Qué traes ahí, amigo?━. El pequeño, con una risa melodiosa, acarició la melena suave del perro antes de tomar con ternura el sobre de tonos blancos que su fiel compañero portaba.
Con cadenciosa parsimonia, se dispuso a liberar el contenido del sobre, dedicando su atención a cada minúsculo detalle con reverente admiración. El bello sello tinto que protegía el mensaje despertó en él un atisbo de asombro. Con suavidad desgarró con esmero el papel, desplegando con delicadeza la carta que guardaba. Sus dedos acariciaron el exquisito trazado de la hoja, como si cada trazo encerrase un halo de emociones y secretos, sellando así un momento de íntima conexión con aquel mensaje escrito con el corazón.
Sus ojos se posaron en las escuetas letras que componían la breve misiva, en un susurro silencioso, soltó el eco de un recuerdo doloroso que se deslizaba entre sus dedos con la gracia de una pluma en el viento.
Aferrándose con firmeza al delicado pergamino, permitiendo que sus lágrimas huyeran de sus ojos, sintiendo cómo su compañero canino posaba su cabeza en su regazo en un silencioso gesto de apoyo. Libero aquel sentimiento que portaban las escasas palabras delineadas en tinta negra.
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