El reino y su emperador

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Frío, un frío agudo y que lo hacía retorcerse en su duro y escueto lecho. Poca diferencia tenía su cama con el suelo mismo, y sin importar cuánto lo intentara, cuanto se frotara contra el colchón, no lograba calentar su cuerpo.
La suave respiración de su compañero de celda llegaba burlona a sus oídos. Recordándole con saña que aquel hombre lo había despojado de sus mantas de cama.
Jeonghan temblaba, esperando que pronto llegara la mañana y así pudiera recibir algo del calor del sol; si es que este no se ocultaba tras las nubes.
¿Cuántas noches aguantaría antes de morir congelado?
Todo por culpa de Seungcheol . De su anfitrión personal quien, para su sorpresa, no lo empotró contra la cama ni lo violó. Él presenció en silencio como Seungcheol luego de aquel roce de sus bocas y con una burla cruel, tomaba las mantas de cama asignadas a Jeonghan y las ordenaba pulcramente sobre la que era su propia cama. Mirando de reojo a Jeonghan y ladeando una sonrisa vil. El doctor no tuvo el coraje para reprochar tal bajeza y simplemente se resignó a la idea de que pasaría frío por las noches.
Sin embargo, frío era decir poco. Seguramente se sentiría más calor estando a la intemperie. No sentía los dedos de sus pies, aun cuando usaba zapatos. Se cubría el rostro con su antebrazo en un intento por entibiar el aire que entraba por sus fosas nasales. Nada servía. Se removió una vez más, ocasionando que uno de los resortes de su cama chillara. Escuchó a Seungcheol carraspear y rogó en sus pensamientos porque el hombre no se molestara y decidiera propinarle una golpiza y llevar a cabo la prometida consumación del acto carnal.
"¿Tienes frío?" Preguntó con voz ronca y adormilada.
"Sí" Suspiró.
"Hm".
No dijeron más. Jeonghan escuchó como Seungcheol al parecer volvía al mundo de Morfeo. Ignorando su padecimiento y ronroneando con pereza mientras se removía en su cama, haciendo sonar las telas que lo envolvían, manteniéndolo apartado del frío glacial.
Maldito bastardo.

Cuando el cansancio finalmente logró vencer al frío, se dejó llevar al mundo del sueño. Despertando de vez en vez por el gélido pero milagrosamente volviendo a dormirse. Tenía que conseguir una manta para su cama, y buscar la forma para que Seungcheol no se la quitara.
¿No había dicho que era su puta?
¿Quién trataría así a su puta? Eso era como, muy, muy vil.
Mierda. Jeonghan tenía demasiado que aprender.

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"¡Arriba, bastardos! Es hora del desayuno. ¡Vamos, vamos!"
Las cuencas oculares de Jeonghan se removieron por debajo de sus parpados. Siendo consciente de que debía despertar pero encontrándose demasiado fatigado como para abrir los ojos. Estaba agotado, física y mentalmente. Sin fuerzas para llevar a cabo los comandos que su cerebro le ordenaba.
Escuchó una respiración jadeante, unos golpes secos y unos gruñidos que llamaron su atención. Con sumo esfuerzo, y alabándose a sí mismo por ello, logró abrir sus fanales marrones. Paseándolos por la extensión que se conformaba de esas cuatro paredes. Cuando logró enfocar su vista, apoyándose en los codos y soltando un último espasmo debido al frío que había traspasado su piel, alojándose en el interior de su cuerpo; vio a Seungcheol.
La garganta de Jeonghan estaba seca e irritada. No quería pronunciar fonema alguno temeroso de lo que resultaría de ello. Sus ojos recorrieron por completo al hombre y un nudo se alojó en su vientre; tirante y doloroso.
Una complexión varonil y recia. Cada uno de los músculos de su cuerpo se apreciaba

excepcionalmente trabajado y tonificado. De hombros anchos y redondeados, con largos brazos y piernas torneadas. Envuelto en una capa de sudor perlado que hacía lucir el bronceado de su piel y resaltar la amalgama de tatuajes que el hombre llevaba.
Jeonghan parpadeó, sin dejar de analizar a ese espécimen animal con morfología humana que tenía frente a él. ¿Ese era el hombre que lo había hecho su prisionero?
¿Ese era su dueño?
Wow.
Seungcheol tenía las manos enguantadas y su torso al desnudo. Sus pies vendados y daba pequeños saltos, encorvándose para levantar sus piernas alternadamente y golpear el saco de boxeo frente a él. Los jadeos animales que dejaba escapar estremecían a Jeonghan.
Un solo golpe de ese hombre y podría decirle adiós a su vida.
Sintió lástima por ese saco de boxeo.
Rogó no convertirse nunca en ese saco de boxeo.
Los golpes que Seungcheol asestaba eran rápidos y certeros. Lucía como un maldito profesional, inclinándose de un lado a otro, golpeando con sus codos, rodillas y puños. Ladeando su cabeza como si esquivara golpes imaginarios.
Jeonghan ahogó un chillido cuando Seungcheol en un rugido bestial usó su talón y con una patada alta, golpeó el saco de boxeo con demasiada fuerza. Rompiendo la gruesa tela de cuero. Sin embargo, Seungcheol se percató de su lastimero intento por pasar desapercibido. Detuvo su embiste al pobre instrumento de práctica y se volteó en dirección a Jeonghan. Secándose el sudor de la frente y escupiendo al suelo.
Lo observó con vesania. Su mandíbula tensa y una carga de rabia palpable en su rostro. Jeonghan se encogió en su lugar. ¿Había hecho algo mal?
"Pareces un cadáver. Que puto asco" Le recriminó, despectivo.
Jeonghan se preguntó a qué se refería con eso.Seungcheol le indicó el trozo de espejo roto que había sobre el lavamanos y Jeonghan, sintiendo su cuerpo pesado y lánguido, se arrastró hasta el lugar.
Lo que reflejaba el espejo era simplemente desesperanzador. ¿Cadáver? Eso era ser optimista.

Corderito.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora