Capítulo 1

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—¿Y qué tiene de malo el método tradicional?

 Susannah Langston se ruborizó, pero alzó la barbilla con actitud desafiante. Era una mujer educada, culta. Y no permitiría que una discusión científica tan violenta como esa la intimidara.

 —Por si no lo sabía, doctor, se necesitan dos personas para concebir un hijo al estilo tradicional.

 —Bueno —rió el doctor—, reconozco que eso me lo explicaron en la primera lección. Y no es que no lo supiera, por mi experiencia en el asiento trasero del... no importa —se aclaró la garganta—.Vamos a ver, señorita Langston, no sé de dónde se ha sacado esa loca idea de... 

—Doctor, la inseminación artificial no es ninguna idea loca, ni tampoco es ninguna novedad. 

—Demonios, ya lo sé. Llevamos años practicándola con animales, pero me parece una lástima...

 —Lo siento, pero no le estoy pidiendo su opinión personal —contestó ella, educada pero firme—. Lo único que quiero es saber a donde tengo que ir para que... que me la hagan. 

—Está completamente decidida, ¿verdad? —preguntó el médico reclinándose en el asiento.

 —Sí, es una decisión meditada, no un capricho. He pensado detenidamente en las complicaciones, y estoy convencida de quelas satisfacciones pesarán mucho más que los posibles inconvenientes. 

—¿Se da cuenta de que una madre soltera podría despertar todo tipo de habladurías aquí, aún hoy en día? Este pueblo es pequeño. 

—Si las murmuraciones llegan a ser un problema, siempre puedo marcharme a otro sitio cuando haya nacido mi hijo y decir que soy divorciada —respondió Susannah encogiéndose de hombros. 

A finales del siglo XX ser madre soltera no tenía por qué suponer un problema, pero Susannah se daba perfecta cuenta de que una cosa era la teoría y otra la práctica. El médico se inclinó hacia delante suspirando y comentó:

 —Podría hacerlo aquí mismo, sin problemas, señorita Langston.No tenemos un gran hospital con todas las facilidades; pero,suponiendo que tuviera usted donante, podría hacer la inseminación en cualquier momento. 

—No tengo... donante —contestó Susannah cerrando los ojos—.Suponía que podría acudir a un banco de esperma... 

Susannah había leído artículos sobre el tema en su lugar detrabajo, la biblioteca de Caliente, Colorado, donde pasaba la mayor parte del día. Pero en la biblioteca no había donantes de esperma. 

Ni siquiera había demasiados hombres. Solo había libros. Y polvo.Era una biblioteca grande, regalo de uno de los habitantes del pueblo que había muerto sin dejar descendencia y cuya herencia servía también para pagar su salario.

 —Bueno, sería la solución ideal si hubiera un banco de esperma,pero no lo hay. Y si tiene que acudir a uno de Denver, le va a salir muy caro. 

—Tengo dinero ahorrado. 

—Mmm, si hubiera alguien aquí, en el pueblo... 

—Doctor, ¿podría darme usted el nombre de algún banco deesperma en Denver, donde pudiera comenzar con el procedimiento? Sería lo mejor para facilitar al máximo todo el...proceso.

 Susannah estaba deseando terminar con aquella entrevista.Hubiera debido de investigar hospitales y bancos de esperma por su cuenta, en lugar de molestarse en pedir aquella cita. Pero Abby,su mejor amiga, le había sugerido que fuera a ver al doctor Grable.

 —Creo que conozco a un donante —afirmó de pronto el médico,volviendo la vista hacia ella desde la lejanía. 

—¿Cómo? —preguntó Susannah abriendo inmensamente los ojos y parpadeando varias veces, extrañada. 

Lo llaman amor  - Jude ChristenberryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora