Ep. 2: Un mal degollamiento

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Durante la caminata ninguno volvió a entablar una conversación. La niña siguió su andar, siempre pendiente de estar sosteniendo al dios y de tener los oídos bien abiertos en cuanto a sus órdenes, Helios, en cambio estaba enfocado en todo lo que les rodeaba, preocupado de que la naturaleza se les volviera en su contra, sin contar ya la nieve y las fuertes ventiscas que la acompañaban.

—¿Señor Helios? —preguntó la joven, rompiendo así el silencio que reinaba entre ellos.

Los ojos del dios del sol se posaron sobre ella.

—¿Es cierto que usted surcaba los cielos con un carruaje? —preguntó la espartana con una gran sonrisa de labios, curiosa y ansiosa por saber si muchas historias que narraban sobre los dioses eran ciertas, invenciones o tan solo exageraciones de las personas.

—Sí. Un carruaje dorado que era movido por tres caballos blancos como la nieve, con melenas y colas compuestas por fuego —dijo el dios de forma nostálgica, intentando recordar la última vez que surco los cielos junto a sus leales corceles.

La muchacha tarareó en respuesta, imaginando como se sentía montar un carruaje dorado con caballos voladores a toda velocidad. Siempre tuvo en mente que los dioses, por alguna extraña razón, volaban como las aves. Le resultaba extraño y muy fuera de lugar que si no poseían algún tipo de transporte mágico entonces tendrían que ir a pie como cualquier ser humano.

—Me he dado cuenta de que en ningún momento te he preguntado tu nombre —expresó el dios confundido, estaba tan absorto en sus ideas de como volver a su hogar que había olvidado que tenía una compañera a su lado. Lo menos que podían hacer ambos durante su trayectoria era al menos intentar conocerse y formar un lazo de confianza y lealtad.

—¡Me llamo Calíope! —exclamó la joven entusiasmada, sintiéndose genuinamente halagada porque un dios de renombre como vendría siendo Helios estuviera interesado en saber cómo se llamaba.

«El lado bueno a todo esto es que tengo Calíope, una niña muy servicial y agradable a mi lado» pensó el dios del sol. Si bien, no era alguien cercano a los niños, mucho menos a los niños mortales. Consideraba que, teniendo en cuenta lo problemático que podría resultar una cría humana que aún necesitaba de la ayuda de sus padres en todo momento, Calíope no estaba complicando aún más las cosas.

Con anterioridad se había percatado que era incapaz de sentir el frío. Su cuerpo no temblaba, sus dientes no castañeaban y su respiración no estaba siendo acompañada de esa clásica y ligera nube de humo que despojaban los humanos.

«Ni muy viva para estar entregada a sus debilidades mortales ni muy muerta para ser solo un cuerpo que vaga por ahí sin saber dónde está parado. Bien pensando, Atenea» pensó el dios titán del sol, reconociendo la probable implicación de su prima en mantener a su compañera en óptimas condiciones para la altura del desafío, aun así, las razones de Atenea por escoger a una niña en vez de a un hombre entrenado, un semidios o hasta otro dios griego seguía resonando en su cabeza como dos grandes campanas. 

«¿Su principal habilidad es dar pena?» Reflexiono Helios. Muchas veces había escuchado sobre los códigos morales y los tan famosos principios sobre no "matar a un inocente" o la tan conocida: "no mujeres ni niños". Desgraciadamente estaban en territorio desconocido y no podían asegurar que algún monstruo idiota o un degenerado intentara algo con Calíope. 

«Volvemos a empezar. Fantástico» exclamó sarcástico el dios en su cabeza, sintiendo como los deseos de tener un trato agradable y un lazo más que fuerte con Calíope decaían de forma considerable. 

El repentino silencio del dios del sol alertó ligeramente a Calíope. Si bien, su compañero de aventura no era el más hablador ni el más divertido, al menos intentaba ayudar siendo el líder de su grupo... incluso aun cuando solo era una cabeza que la mayor parte de las veces tenía una actitud y aires más que pesimista. 

Eclipse // God of WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora