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Mi nombre es Natasha Greasley, ese nombre significa regalo de navidad, lo cual es irónico porque justo nací en invierno, en esa época que la mayoría adora porque está llena de festividades, días en familia, cenas cálidas. Pero a mí me gusta por otros motivos en particular, y es que adoro el frío en el sentido completo de la palabra, aveces solía sentarme en el tejado de mi casa con apenas una blusa de mangas cortas a esperar que nevara y poder sentir los copos de nieve caer en mi piel erizándomela y causándome escalofríos. Sentía el aire helado recorrer por mi rostro y eso me solía encantar tanto que mi madre tenía que bajarme a gritos de ese tejado para que no agarrara un resfríado, lo cual era inútil ya que siempre acababa teniéndolo.

Pero siendo sincera no me consideraba un regalo, que mi madre me trajera al mundo causó muchos problemas como peleas entre ella y mi padre a causa de la falta de dinero para mantenerme, y tal vez de pequeña no le prestaba mucha atención a esas peleas ya que pensaba que a pesar de todo ellos siempre seguirían juntos, ya saben, esa inocencia infantil que siempre decía todo estará bien, ellos lo arreglarán, pero conforme fui creciendo las peleas pasaron de insultos a algo más serio y en algún punto de la vida mis padres acabaron separándose y me mudé con mi madre a otra ciudad, una ciudad completamente diferente del pueblo en el que vivíamos, ya que aquel era de casas hogareñas, la mayoría de madera, nevaba la mayoría del año y era un lugar donde todos nos conocíamos entre sí. Pero a dónde nos habíamos mudado era todo lo contrario, edificios que se alzaban impotentes como si se burlaran de mí, un calor inmenso pero una sensación de frialdad frente a lo descolorida que era, llena de desconocidos que ni siquiera les importaba quién eras. Era diferente a todo lo que conocía.

Había días en que miraba por la ventana de la habitación recordando y extrañando ese pequeño lugar en el que me sentía segura y no una pequeña niña perdida en una multitud de gigantes seguros de quiénes eran y que era lo que querían ser. Aveces tenía ese impulso repentino de volver allí, aunque sea para volver a sentir que tenía estabilidad en mi misma. Pero mi madre me tenía prohibido volver a aquel lugar desde hace mucho tiempo, y aunque eso no importara mucho ahora que era mayor de edad ya tenía una vida resuelta aquí, y tenía miedo, miedo de volver y descubrir que ni siquiera allí encontraría lo que busco.

El día de hoy en particular corría con paso apresurado y la respiración agitada hacia la escuela, se me había hecho tarde de nuevo mientras divagaba entre pensamientos y escribía en mi cuaderno de secretos, el cual contenía todo aquello que no podía expresar con palabras. Los rayos del sol me daban directamente en la cara, resaltando mi cabello de color rojizo y ojos azul claro, y si te fijas con más detalles se podían notar las gotas de sudor que resbalaban por mi frente y cuello haciendo notar el calor que hacía esos días. Trataba de acelerar más pero no podía hacer mucho ya que mis piernas cortas y de poca resistencia no soportaban correr tanto, nunca fui una chica de actividades físicas, prefería pasarme las tardes leyendo, escribiendo y cantando, lo único que hacía con respecto a ejercicios era bailar ballet, lo que justificaba la tonificación de mi cuerpo, delgado, de mandíbula marcada, flexible y algo esbelto. La verdad había trabajado mucho para volverlo así, pero a pesar de eso aún tenía algo de inseguridades conmigo misma, inseguridades que me habían plantado otras personas, aún así trataba de siempre ignorar esa vocecita en mi cabeza que me las repetía constantemente y me concentraba en cosas más importantes ya que estaba consiente de que no debía dejarme llevar por ellas.

-Maldición, no llegaré a tiempo- murmuró entrecortadamente y me detengo al sentir que no podía más doblándome sobre mis rodillas para tratar de recuperar un poco de aire. Entonces veo que el guardia iba a cerrar la puerta de la escuela, lo que hace que grite con todas mis fuerzas desesperada -Espere!! No cierre por favor!!!-

Me obligo a volver a mi antigua acción y al estar frente al señor, que debía ser de unos 40 y tantos años le pido casi rogando que me dejara pasar, a lo que él con un suspiro acepta no sin antes dejarme una advertencia como todos los días, la cual, el y yo sabíamos que iba a ignorar, no porque quisiera, si no porque a veces solía ser muy distraída y al final siempre acababa llegando tarde.

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⏰ Última actualización: Oct 18 ⏰

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Corazón cálido en la nieve Donde viven las historias. Descúbrelo ahora