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Antes que cualquier sonido saliera de su boca, Matías atinó a apretar sus manos contra su cara.

El miedo le paralizaba el cuerpo entero, sabía muy bien que su vida no era en lo absoluto importante para el mundo, que había nacido pero que su tiempo en la tierra había sido nada más que un milagro.

Tiempo extra, le había dicho su madre antes de hacer lo que hizo.

Como pudo, se acurruco aún más, con mil pensamientos corriéndole en la cabeza no podía parar el tintineo de sus propios dientes en su boca.

Pero no quería morir. Al menos no así. No así tan despojado de lo único que le había conseguido el tiempo extra que se le había obsequiado.

Con las lágrimas nublándole la vista, levantó la cabeza de debajo de sus brazos. Intentando enfocar lo que sea que tuviera enfrente, y a pesar que la escena le pego tan fuerte no apartó la mirada. Tragó amargo, obligándose a respirar a través del ataque de pánico que le consumía.

Se puso de pie, evitando mirar a su alrededor en la habitación en la que se encontraba, la oscuridad era penetrante. Pero el olor...

Con esfuerzo logro ignorar el aroma a muerte que le inundaba las fosas nasales. Se afianzó al borde de la mesa, bajo la que se había escondido tras la sacudida. Al menos ya no escuchaba los disparos desde afuera. 

Ahora provenían de adentro.

Trago cuanto aire le cupo en sus pulmones y giró hacia la ventana, ahora destrozada por las decenas de balas que la habían atravesado. Comenzó asomándose por la esquina inferior, y por lo que podía ver no había nadie del otro lado. Poco a poco siguió irguiéndose sobre su altura hasta estar por completo de pie, confirmado que en efecto, el patio trasero del lugar donde se encontraba estaba desierto.

Tal parece que la matanza había tomado otro escenario.

Sintiéndose así mismo hiperventilar luchó contra su propio cuerpo para que no le fallara. Existía una salida.

No podía desaprovecharla.

Era ahora o nunca.

Se aseguró que la chaqueta que llevaba todavía se encontrara lo suficientemente afelpada antes de usarla como colchón, golpeando los remanentes del vidrio que no se vinieron abajo con los disparos. En el proceso, volteo alrededor de 5 veces su cabeza hacia atrás, más bien, a la puerta que aún parecía tener el cerrojo puesto.

No podía perder más tiempo, pero tampoco le parecía inteligente desgarrarse algún ligamento por una cortada de vidrio.

Acabada la tarea, frenéticamente paseo su mirada por la habitación entera, ignorando lo mejor que pudo los crecientes charcos de sangre que se estaban formando en el suelo, que provenían de los cadaveres.

Si se detenía por tan solo un segundo a comprender lo que estaba sucediendo a su alrededor iba a perder la cabeza, de eso estaba seguro.

Intentando que sus manos no tocaran más de lo necesario, palpó como pudo a los cadaveres en el suelo, ignorando con todo su poder a su mente que le gritaba que se detuviera.

No podía. Por Dios, no podía.

El tiempo parecía correr y al mismo tiempo detenerse, todo al mismo ritmo. Aprovechando la luz de la luna al fin pudo ubicar lo que buscaba.

De puntitas, como había pasado toda su infancia en los zapatos de ballet, logró llegar al cuerpo de uno de los matones y coger el arma que aún sostenía con sus manos. De pronto se sintió demasiado consciente que tenía la cara empapada en lágrimas.

Little Dark Age | matienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora