Una vez que las vacaciones terminaron, mis padres me acompañaron a la ciudad en la que ahora viviría y estudiaría. Me internaron en una pensión para estudiantes con todas las recomendaciones imaginables. Este internado estaba a cargo de un profesor del Instituto. Mis padres se hubieran sorprendido de haber sabido las cosas a las que me estaban exponiendo al dejarme ahi.
Por mi mente sólo pasaba una constante preocupación: ¿Algún día llegaría a ser un buen ciudadano y un hijo ejemplar, o mi naturaleza me llevaría a realizar cosas horrendas? La última vez que tuve la gran oportunidad de ser feliz en mi hogar, bajo el cuidado de mis padres, la habia desperdiciado.
El enorme vacío y soledad que estaba experimentando en mi nuevo lugar después de la Confirmación y las vacaciones, era algo que iba a tardar mucho tiempo en asimilar. Y no me costó ningún trabajo despedirme de la casa en verdad, fue tan sencillo hacerlo que hasta sentí un poco de vergüenza por ello. Mis hermanas derramaban lágrimas y yo no podía hacerlo. Me asombré de mi frialdad, pues yo siempre había sido un niño sentimental y bueno, y ahora mi cambio era radical. Poco me importaba el mundo exterior, y por varios días, no hacía más que escuchar mis pensamientos misteriosos y oscuros que fluían de mi mente. En realidad había crecido mucho durante las vacaciones, tanto que ahora me presentaba al mundo como un muchacho alto, sumamente delgado e inmaduro. En mí, a diferencia de muchos otros, era dificil encontrar el atractivo adolescente, cosa que me preocupaba mucho, ya que pensaba que nadie jamás se enamoraría de mí. En ocasiones, el recuerdo de mi amigo Max Demian me llenaba de nostalgia, aunque no eran pocas las veces que lo culpaba por mi lamentable situación frente a la vida, que para mí era un tremendo lastre que tenía que llevar.
En un principio, nadie me aceptaba en el internado. Los primeros días ahí, yo era el centro de bromas y juegos absurdos; después simplemente me ignoraban y se alejaban de mí, pues decían que era un cobarde y un antipático muchacho. Sentí tanto lo que ellos pensaban de mi persona, que en verdad me involucré con mi nueva imagen, hundiéndome aún más en mi soledad. Sentía un gran desprecio por todo lo que veía a mi alrededor, aunque en el fondo la nostalgia y la tristeza de estar lejos de lo mío me desesperaba. Por lo que respecta a la educación recibida en el internado, los primeros días se concentraron en reafirmar conocimientos ya adquiridos, pues parecía que las clases ahí iban mucho más atrasadas que las que había tenido en mi vieja ciudad. Este suceso provocó en mí un sentimiento despectivo ante los demás, pues aún los veía como infantes.
Así las cosas, pasaron diez y ocho meses aproximadamente. Las vacaciones en casa no trajeron nada nuevo a mi vida, así que regresé más contento de lo que esperaba al colegio.
Una costumbre que había adquirido era el dar largos paseos por los alrededores. Estos paseos me ayudaban a pensar en mil cosas y me daban una gran felicidad llena de melancolía, de desprecio al mundo que me rodeaba y hasta a mí mismo. En un paseo durante los primeros días de noviembre, vi la ancha vereda a través del parque desierto. Ésta estaba cubierta con las flores que caían de los viejos árboles y las cuales yo pisaba sin misericordia alguna. El aroma era una graciosa combinación de humedad y amargura, y los árboles lejanos eran difíciles de ver, ya que la niebla los ocultaba perfectamente. Al llegar al final del camino me detuve indeciso, observé fijamente la negra hojarasca y aspiré ansiosamente ese aroma declinante de vida marchita, sintiendo en mi interior algo que saludaba y respondía. En verdad, la vida no sabía a nada.
En ese momento, de entre los arbustos que rodeaban el parque, salió un figura que se dirigía a mí. Yo no hice demasiado caso y empecé a caminar hasta que escuché:
—¡Eh Sinclair, espera!
Al voltear y ver de quién se trataba, me di cuenta de que era Alfonso Beck, el muchacho más grande del internado. Me parecía agradable y no tenía nada que reclamarle en verdad, claro, exceptuando que siempre me trataba como un niño, al igual que lo hacía con los demás internados. Su apariencia irónica y paternal combinaba con su enorme tamaño y fuerza. Muchos decían que Beck tenía dominado por completo al director del internado, cosa que lo convertía en un verdadero héroe entre todos.

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DEMIAN // HERMANN HESSE
AcakLo único que quería hacer era intentar vivir lo que quería salir de mí por sí solo. ¿Por qué fue eso tan difícil?...