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Había pasado una semana desde que despertó del coma y cada día que pasaba era más deprimente que el anterior. Apenas podía moverse por culpa de las costillas, por lo que las enfermeras no le dejaban vagar por los pasillos del hospital a sus anchas. Sólo podía caminar por su habitación y con cuidado de no hacer un movimiento brusco que le dejara sin respiración por culpa del dolor.

Seguía sin recordar nada. Al principio lo médicos esperaban que sucediera una especie de milagro y que la memoria le volviera poco a poco con el tiempo, pero nada de eso pasó. Era como si alguien le hubiera borrado todos y cada uno de sus recuerdos. Tarea que había realizado con maestría, pues sentía que no tenía nada que recordar.

Al menos, pensaba a menudo, no estaba solo. Jerónimo se pasaba por su habitación todos los días sin excepción, a veces hasta dos veces al día. Había hablado con las enfermeras para que le dejaran entrar a visitarle. Era la única persona con la que podía hablar.

Todos los días Jerónimo entraba y hacía afirmaciones sin sentido, ridículas, algunas incluso ofensivas... y gracias a eso había descubierto que no era una persona impulsiva, costaba mucho ponerle de mal humor, le irritaba que la gente asumiera que algo iba a gustarle simplemente porque a todo el mundo le gustaba... Y también habían realizado un par de experimentos con los que habían llegado a la conclusión de que le gustaban más los gatos que los perros, odiaba el tomate crudo y no le entusiasmaba demasiado ver la televisión. Puede que todo aquello no tuviera nada que ver con quién era antes, pero le alegraba aprender cosas sobre sí mismo.

Era lunes, un lunes frío y lluvioso. Le hubiera gustado poder salir a oír la lluvia caer, a dejar que el frío le calara los huesos; pero aquello quedaba descartado dadas sus circunstancias. Estaba pegado a la venta, de pie, observando las gotas de agua golpear el cristal, cuando su médico entró a la habitación.

- Buenos días- saludó con una sonrisa formal. Como siempre, la pajarita que llevaba alrededor del cuello hacía que su atuendo resultara un tanto extraño para un doctor.- ¿Cómo te encuentras hoy?

- Igual que ayer y anteayer y el día anterior...- respondió él con tono cansino fijando de nuevo la mirada en la ventana y apoyando la frente en la fría superficie.

- Vamos a revisar esas costillas- normalmente ignoraban sus comentarios, no solían ser ni muy elocuentes ni muy positivos.

Él se acercó a la cama y se levantó la camiseta del pijama. El doctor Blanco comenzó a retirar el vendaje, que llevaba más que nada para mitigar el dolor, y le examinó la zona. Todos los días la misma rutina, lo miraba desde la distancia, se acercaba, pasaba los dedos por la zona, le preguntaba si le dolía...

- Está mucho mejor, terminará de curarse pronto- añadió mientras se quitaba los guantes y le hacía una señal con la cabeza para que se vistiera-. Vamos a dejarte sin vendaje a ver cómo vas, si te duele demasiado díselo a las enfermeras-. Él se sentó observando cómo el doctor apuntaba varias cosas en su historial a una velocidad vertiginosa. Sabía que no había terminado, así que esperó lo más pacientemente que pudo-. ¿Estás de humor para un par de preguntas?

- Terminemos cuanto antes- fue su respuesta.

- Está bien- suspiró el médico-. ¿Recuerdas algo? ¿Algo nuevo?

Él se pasó las manos por la cara, con desesperación. Estaba harto de oír siempre lo mismo, todo el mundo le preguntaba si recordaba algo. ¿Cuántas veces tenía que responder que no para que le dejaran en paz? Quería pasar página, salir de allí y empezar una vida.

- Ya sabe que no- se limitó a responder.

- ¿Y tu nombre?

- Sé que no me llamo Roberto, ni Jaime, ni Pedro, ni Eustaquio, ni Arturo, ni Carlos, ni Jacobo. De eso estoy seguro.- dijo recordando esas conversaciones con Jerónimo que siempre acaban con un nombre que sentía que no le pertenecía.

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2015 ⏰

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