6. De alergias a discusiones

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Después de un par de semanas, Jaime comprobó que aceptar trabajar con la charlatana fue una buena elección. Era más discreta de lo que supuso y de inmediato el consultorio comenzó a funcionar. Fue ella quien pagó la revisión de la estufa y surtió el frigorífico con botellas de agua y algunas bebidas de sabor.

No podía negarlo: la mujer tenía palabra.

A cambio, la única solicitud grande fue la del uso completo del clóset, con la añadida dosis de privacidad que implicaba, y otras pequeñeces que no tuvo problema en concederle. Incluso, sintió un cosquilleo en algún punto entre el pecho y el vientre al verla tan feliz por lo obtenido. Admitía que la negociación era un talento en ella, eso causaba admiración en él, lo mismo que la cara resplandeciente que ponía cuando conseguía sus objetivos.

Otro punto a favor fue la manera magistral de embonar las consultas, prácticamente no la veía y no hubo ninguna confusión.

En paz con su decisión, iba confiado a la cita de las cinco de la tarde de aquel viernes. Una con Mariana, su consultante estrella. La mujer se había ganado a pulso la insignia al pasar de una marcada renuencia a acudir, apenas solventada por la insistencia de su hija, a una notable mejora tras numerosos meses de sesiones cargadas de confesiones.

Era un día importante; la última sesión. Él estaba tan entusiasmado como ella; no solía admitirlo, pero con cada persona desfilando por su consultorio, se liberaba una parte de sí mismo. Para despedirla, instauró un ritual de finalización compuesto por una plática de recapitulación y buenos deseos.

Apenas iniciaron, supo que algo no iba bien. Primero, el aroma estancado de algunas de las sustancias que Julia utilizaba para las aromaterapias le golpeó de lleno las fosas nasales y se quedó enganchado ahí. Lo había percibido antes; en esa ocasión fue diferente.

En pocos segundos, una picazón focalizada en los ojos causó que parpadeara varias veces.

—¿Estás bien? —preguntó Mariana, preocupada al verlo quitarse los anteojos para frotarse en la zona afectada.

—Sí. ¿A ti no te molesta el olor?

—No, pero podemos arreglarlo abriendo la ventana. —Diligente como siempre, fue ella misma quien hizo lo sugerido.

Entonces comenzó la verdadera faena.

Una sensación polvosa se había apropiado de sus vías respiratorias y el primer estornudo hizo una aparición escandalosa que estremeció a ambos.

—No te ves bien —observó la mujer, sobresaltada por el repentino enrojecimiento en los ojos del terapeuta.

Uno tras otro, como disparos a quemarropa, los siguientes tres estornudos empeoraron el cuadro. El malestar en los ojos se intensificó y la imagen de Julia atravesó la cabeza anudada en ponzoña.

—Nunca me había pasado esto —justificó en medio de entrecortadas inhalaciones y rascándose la nariz con un pañuelo desechable que por fortuna tenía al alcance.

Intentó articular otra oración y el siguiente estornudo lo hizo sacudir la cabeza con violencia, los anteojos se deslizaron por el puente de la nariz y con un torpe malabar alcanzó a frenar la caída al suelo.

Mariana sonrió enternecida; frente a ella estaba el hombre que fue su guía y sostén emocional, tan expuesto y vulnerable como un niño. Unas ganas enormes de ser ella quien lo cuidara se le vinieron encima.

—No te preocupes, podemos dejarlo para otro día.

Él hizo un esfuerzo por dejar de estornudar y mirarla. Se veía hermosa. Había elegido uno de los vestidos que, tras muchos años, pudo usar otra vez. Jaime sabía que era su favorito pues se lo dijo al saludarse. Con ayuda de la terapia y de su familia, había logrado deshacerse de varios kilos que la ansiedad dejó en sus medidas, cual muestras de batallas perdidas a diario contra el refrigerador.

¿Y si me analizas y yo a ti? #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora