19. Cita misteriosa

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Julia no sabía si Jaime iba a alcanzarla en la cama, tampoco si lo quería cerca tras haber sido tan dura. Un palpitar intenso en las sienes y unas ganas enormes de llorar la hicieron desear salir corriendo, así que lo único que hizo distinto a otras noches fue dormir con la ropa apropiada en lugar de casi desnuda. Era extraño e irreal, nunca compartió por más de dos noches seguidas la casa con una pareja; no tenía idea de cómo actuar en caso de un distanciamiento. Al final, optó por acurrucarse en el lado del colchón que ocupaba a menudo y dejar libre el de él.

Pasado un largo rato y con ella durmiente, fue que él se animó a entrar. Había llegado gracias a pasos vacilantes y terminó sentado en el borde. Meditó por unos segundos, nadando contra corrientes que amenazaban con engullirlo, y se acostó. No se atrevió a acercarse a la calidez del otro lado de su lecho. Permaneció boca arriba, con la vista clavada en el techo y las manos entrelazadas sobre el esternón. Contrario a Julia, él sí había vivido con alguien. Todavía tenía en la memoria, igual a lienzos imposibles de borrar, tantas escenas caracterizadas por el escaso entendimiento.

Pero Julia era distinta, por lo regular era comprensiva. Quiso creer que su exabrupto era producto del cansancio y del contagio de las emociones de alguien más; lo mismo le había sucedido un par de veces durante su ejercicio profesional.

En algún momento, tras divagar de forma inútil, se quedó dormido. Acompañó su caída a la inconsciencia una sensación de vacío y desasosiego, similar a la que fragmentaba el descanso de ella; una carga pesarosa de la que ambos necesitaban deshacerse.

Al abrir los ojos y encontrarse con los párpados cerrados del otro habitante en su cama, Julia volvió a sentirse perdida. Se escabulló del colchón con el menor ruido y movimiento posible, apagó la alarma para que no fuera a despertarlo, tomó su ropa y la toalla. Por último, se aseguró de llevar lo necesario para no necesitar volver a la habitación a riesgo de perturbar el sueño ajeno. Además, no quería enfrentarlo, dejó que fuera la Julia de un futuro próximo la que se preocupara por eso; ella tenía que irse a trabajar.

Pero de nada le sirvió huir porque estuvo la mañana entera regurgitando el mismo malestar.

¿Cómo era posible que fuera más sencillo reconciliarse cuando ni siquiera se caían bien, al principio? No podía creerlo.

Por fortuna, luego de varias semanas intentando concretar una cita, una posible consultante y ella quedaron de verse para la primera entrevista en una cafetería cercana al consultorio. Tal insistencia en no llegar a su sitio de trabajo la tenía intrigada y con cierto recelo, pero en el caótico estado emocional que nublaba su mente, poco importó. Solo quería estar lejos de Jaime unas horas.

Al entrar en el sitio de reunión y notar en la mesa del fondo el saludo de una mano levantada, lo entendió. Quiso ahorcarse a sí misma por aceptar y avanzó con los pulmones hinchados de aire que liberó de a poco.

—Hola, Valentina.

No logró disimular la tensión muscular ni el descontento al sentarse en la silla frente a la adolescente. La chica había mentido descaradamente dándole otro nombre para agendar, era para dejarla ahí sin contemplaciones. Pero su costumbre de atender al llamado de otro fue más fuerte, junto al gesto de cachorro desvalido de Valentina, aplastó por completo su prudencia.

—Hola licenciada —respondió la aludida.

—Dime Julia, por favor. —Subió ambos codos a la mesa y cruzó los brazos para luego tamborilear los dedos—. Esto no está bien. Me dijiste otro nombre para agendar —señaló, armándose de paciencia.

—Lo siento. Es que quiero platicar donde él no nos vea —confesó, cabizbaja.

—¿Jaime?

Valentina movió afirmativamente la cabeza y Julia sintió que otra pieza de espíritu se le caía al suelo. Bajó los hombros, respiró una y otra vez para serenarse, y se retorció con discreción los dedos.

¿Y si me analizas y yo a ti? #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora