—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —me preguntó mi mejor amiga, una cachonda mental, por la que a mí me pareció la millonésima vez a partir de cuando entramos al club nocturno donde ella trabajaba —y jugueteaba— como putilla.Eugenia era mi puntal. La que me mantenía a flote cuando la vida se ponía demasiado chunga y en esos momentos yo estaba pasando una temporada malísima. euge era el diminutivo de eugenia, que más o menos venía a significar «la diabólica». Se cambió el nombre el día que cumplió los dieciocho, solo porque sus padres se lo habían prohibido cuando aún era menor de edad. Le habían puesto «Princesa» al nacer, hablo en serio, pero si alguna otra persona aparte de ellos intentaba llamarla así, montaba la de San Quintín.
Eugenia despampanante, la típica chica con dos buenas tetazas que sale en las novelas románticas, con una cabellera larga y sedosa, una figura de infarto, unas piernas larguísimas y una cara de diosa. El único problema era que le gustaba demasiado cabalgar. Y además sobre todo tipo de sementales. Como ya he dicho, era una puerca. Pero yo la quería como si fuera de mi propia sangre. Y considerando lo que ya iba a hacer por una persona de mi propia sangre, es mucho decir.
—No, no estoy segura euge—le solté—, pero no me queda más remedio. Y si no dejas de preguntármelo, acabaré cambiando de opinión y saliendo pitando de aquí. Sabes perfectamente lo miedica que soy.
Pero ella nunca se tomó mi drama demasiado en serio, porque se pasó tres pueblos conmigo.
¡Vaya si se los pasó! Sin sentir ni una pizca de remordimiento.—¿Y estás dispuesta a que te desvirgue un desconocido? ¿Sin amor de por medio? ¿Sin cenas románticas con champán ni noches fogosas con sesenta y nueves?
Me agobió con tantas preguntas que estuve a punto de estallar, pero sé que lo hizo porque me quería, para asegurarse de que lo hubiera sopesado todo. Habíamos mirado con lupa los pros y los contras y estaba segura de que no nos habíamos dejado nada por considerar. Pero lo que más me preocupaba era no saber lo que me iba a pasar.
—¿A cambio de la vida de mi madre? ¡Claro que sí! —le respondí mientras la seguía por el oscuro pasillo que conducía a las entrañas del Foreplay, el club donde ella trabajaba.
El Foreplay: el lugar que me cambiaría, la vida. En cuanto firmara el contrato ya no podría dar marcha atrás.
Mi madre, majo, tenía una enfermedad terminal. Siempre había estado delicada del corazón, pero con el paso de los años había ido empeorando. Cuando me trajo al mundo estuvo a punto de morir, pero logró salir con vida de aquella situación y de otras muchas operaciones y procedimientos médicos. Sin embargo, ahora la habían dado por un caso perdido.
La vida se le estaba escapando a marchas forzadas. Estaba tan débil y frágil que permanecía postrada en cama.
En el pasado la habían ingresado en hospitales tantas veces que mi padre, carlos, había perdido el trabajo. Se había negado a dejarla sola a cambio de ayudar a una maldita fábrica a ganar más dinero. Y a mí me parecía bien. Ella era su esposa y él se tomó su deber conyugal muy en serio.
Se dedicaba a cuidarla en cuerpo y alma al igual que ella lo habría hecho con él si los papeles se hubieran invertido. Pero no tener trabajo significaba no tener seguro médico.
Y también, vernos obligados a vivir con los exiguos ahorros que mi padre había logrado reunir durante su mejor época. En resumidas cuentas, tener un seguro médico era un lujo que mis padres no se podían permitir. Qué situación más fantástica, ¿verdad? Y encima las cosas habían ido de mal en peor. La enfermedad de mi madre había avanzado tanto que si no recibía pronto un trasplante de corazón se moriría. Esta noticia nos había afectado enormemente a los tres, sobre todo a carlos.
Yo veía a mi padre día tras día. Al estar él tan pendiente de mi madre, había descuidado su propia salud, con lo que había adelgazado. Y ahora encima tenía unas ojeras de caballo por no dormir las horas suficientes.
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Un millón de secretos inconfesables
FanfictionTodo el dinero del mundo no puede comprar el hecho que yo te ame +18