Era la víspera del segundo aniversario del día en que mi vida se volvió patas arriba, se puso del revés, dio un giro de ciento ochenta grados y se redirigió en una dirección completamente distinta. Habían pasado dos años desde el día que me vendí en una subasta en un club nocturno llamado Foreplay en el que se vendían mujeres a hombres ricos y poderosos a cambio de una cantidad considerable de dinero. Las otras mujeres de mi grupo lo hicieron por sus propias razones. Yo lo hice para salvar una vida. La de mi madre, para ser más específicos. Dos millones de dólares fue la cantidad a por la que fui. Me vendí al mejor postor, juan pedro lanzani, presidente del Loto Escarlata. Él me poseería durante dos años, me usaría para satisfacer todas sus necesidades sexuales como y cuando le diera la gana. Ese hombre me enseñaría a cómo mamar adecuadamente una polla. Ese hombre me daría mi primero de muchos orgasmos, me presentaría a mi Chichi interior, y a él le presentaría al Rey de los Dedos Folladores, a su culo, a la Culoestra y al Vergazo Prodigioso. Ese hombre me quitaría la virginidad, me convertiría en una guarrilla y me sacudiría todo mi puñetero mundo. Ese hombre me cabrearía día sí y día también —dentro y fuera del dormitorio— y luego vendría cabalgando sobre su caballo blanco para solucionarlo todo.
Ese hombre era ahora mi marido. Y el padre de nuestra hija, alegra lanzani.
alegra era la niña de sus ojos.
Nació menos de un año después de que nos casáramos. De hecho, yo ya había estado embarazada de ella en la boda y no lo había sabido siquiera. Estaba segura de que concebí a nuestra hija la noche que peter me dio el anillo de compromiso.
El anillo de su madre. Esa noche quedará grabada para siempre en mi memoria; su perfección fue cegadoramente gloriosa en todos los posibles sentidos imaginables de la palabra. Él me ofreció tanto el precioso diamante como su corazón, su todo. Él me pertenecía, y yo le pertenecía a él. Rodeada por las paredes de la casita de campo de mis sueños —la casa que había ansiado tener en secreto desde pequeña— nuestras vidas empezaron de nuevo. Nos susurramos nuestros deseos y nuestros sueños, y sí, hicimos el amor como si no hubiera mañana. Fue erótico. Fue mágico. Fue perfecto. Esa noche me dijo que quería tener muchos, muchos bebés. Y yo estuve más que feliz de acceder.
alegra era la primera de muchos más que vendrían.
Sí, estaba mimada. Tenía todo lo imaginable — ropa, juguetes, libros— y no le faltaba de nada. Pero más importante que todas esas cosas materialistas, tenía amor. Tenía el amor de la gente que le consentía todos los caprichos, todos los antojos.
Tenía unos ojos almendrados del color de los preciosos zafiros enmarcados por abundantes pestañas negras. Una piel tan suave en la que dejar nuestros besos, unos rizos grandes de color chocolate que suplicaban que los acariciaran y los adornaran con lacitos, y una sonrisa que podía poner de rodillas a cualquier persona. Todos estuvimos bajo el embrujo de su hechizo en el momento que respiró por primera vez.
Pero alegra era la niña de papá de todas todas. No me malinterpretéis, ella quería a su mami, pero papi era el héroe de su cuento de hadas. peter la tenía comiendo de su mano, y ella lo tenía igual o peor a él. Y a mi padre, carlos, también. No sabría siquiera cómo empezar a contarte los celos que hay entre esos dos por disfrutar de sus atenciones. carlos era su Abu y había amenazado con demandarlo por derechos de visita de los abuelos un fin de semana cuando peter planeó «in pensasr» en llevar a alegra a la misma juguetería que él quería llevarla sin haber primero hablado con él para ver si tenía intención de llevarla algún día. ¿Confuso? Sí, yo también lo pensé. Era ridícula la forma en que se peleaban por la niña. Siempre intentando hacerle sombra al otro con los regalos que le conferían o con los lugares a los que la llevaban. Estaba bastante segura de que carlos incluso había hipotecado otra vez la casa en la que crecí para intentar mantenerse al mismo nivel de riqueza que peter.
Al final el resto de la familia y yo decidimos que hacía falta intervenir entre los dos. Eso fue hace una semana. O sea, en serio, alegra tenía suficiente amor en su pequeñísimo corazón para todos, y no era justo que la pusieran constantemente en medio.
Tía euge, Buelita, tía rochi y yo nos fuimos con ella a Nueva York una semana para visitar a la tía cande y al tío vico y dejamos a Papi y al Abu en casa para que se relajaran. Necesitaban el descanso. La semana que pasamos en Nueva York fue divertida, pero eché de menos a mi marido. Y, vale, también eché de menos sus muchas cualidades. Y no es que me estuviera refiriendo a su ridícula fortuna. Cargadas con más cositas para alegra y un nuevo armario para mí
—rochi, euge y cande; ¿es necesario que diga algo más?— nos dirigimos de vuelta a casa.
Para cuando regresamos, peter y mi padre conectaron debido a su mutua tristeza por la ausencia de alegra. ¿Y yo qué? ¿No era nada para ellos? Pero mi enfado duró solo unos pocos momentos. Tras un breve saludo y muchas repeticiones de Papi te ha echado mucho de menos, carlos me quitó a alegra de los brazos y urgió a mi madre a salir de la casa. La niña era suya durante ese fin de semana.
Y yo era de peter.
En cuanto la puerta se cerró, me encontré con la espalda pegada a ella y con un marido muy ansioso pegado contra todo mi cuerpo y con las manos apoyadas a cada lado de mi cabeza. Su rostro solo estaba a unos centímetros del mío y pude sentir la calidez de su aliento cuando se diseminaba por mi cara. Sus labios se acercaron a los míos muy despacito.
—No me vuelvas a hacer eso nunca más —dijo, y luego juntó sus labios con los míos con fuerza y exigencia. No estaba enfadado ni lo más mínimo. Solo muy, muy cachondo y desesperado por encontrar alivio. Um... sí. Yo también.—Joder, te he echado muchísimo de menos — murmuró contra mi piel a la vez que dirigía su atención a mi cuello.
El Chichi concordó. Él también lo había echado de menos. De hecho, podía escuchar perfectamente los sonidos parecidos a la música de bow chicka wow wow que se reproducían en los recovecos de mi mente.
Le quitó el polvo a sus botas rojas de piel altas hasta las rodillas y al mono pegado azul antes de pararse momentáneamente a mirar la corbata negra de peter y aquellos tacones negros envolventes que sabíamos que a él le gustaban particularmente. Como si importara lo más mínimo. Su mano se fue hasta debajo de mi falda y me tocó el centro de mi cuerpo ya empapado. Sus dedos acariciaron e indagaron como solo el Rey de los Dedos Folladores podía. La otra mano me amasaba el pecho a la vez que me giraba el pezón endurecido con el pulgar y el índice. Y aquella polla colosal se restregaba contra mi cadera. El Chichi lo llamó con el dedo y soltó un susurro sensual: Hola, grandullón. ¿Por qué no vienes hasta aquí y hablamos de lo primero que se nos ocurra? La Doble Agente Coñocaliente era claramente una guarra. Yo, por otro lado, decidí hacerme la difícil.
Durante el embarazo de alegra, nuestra vida sexual se volvió un tanto vainilla. Todo porque a peter le preocupaba hacerme daño a mí o al bebé de alguna manera. En fin, la cosa es que, cuando nació, la situación se quedó más o menos igual, solo que lo hacíamos menos. Claro, teníamos quiquis y polvos rápidos en la ducha, y ninguno de ellos fue menos impresionante, pero ese intenso infierno de lujuria que habíamos compartido al principio de nuestra relación se atenuó hasta ser solo una pequeña llama. No es que me quejara, pero echaba de menos el ojo por ojo, los retos, la parte donde uno de nosotros decía: Déjame cabrearte bien cabreada para luego follarte hasta perder el sentido para que recuerdes quién es tu dueño.
E iba a traerlos de vuelta.
Con toda la convicción de la que pude hacer acopio, lo empujé por el pecho y lo alejé de mí. Él me miró confundido y un poco herido. Pero yo le guiñé un ojo y le dediqué lo que esperé que fuera una sonrisa sexy de suficiencia para hacerle saber que me siguiera el juego.
—¡Que te jodan, peter! ¿Sabes qué día es mañana? —le espeté. Otra vez esa expresión confundida. —¡Ya veo que no, cabrón! —dije, levantando la barbilla de un modo indignado a la vez que me acercaba hasta él—. Pues es el segundo aniversario del día que nos conocimos. El día que me compraste por dos millones de dólares para que fuera tu esclava sexual y pudieras hacer conmigo lo que te diera la real gana, como y donde quisieras, porque eres un cabrón enfermo que se corre dominándome para su propio placer. Te ha encantado doblegarme, obligarme a someterme a ti solo porque tenías suficiente dinero para hacerlo.
Me quedé pegada nariz con nariz a él, en teoría, claro, porque él era más alto que yo y demás. Mis chicas estaban presionadas contra su duro pecho, y él despedía calor por todos lados.
—lali, yo... —empezó, pero lo corté.
—¡Me llamo mariana! ¡Tú no puedes llamarme lali! —le espeté. Y ahí estaba, la bombillita. Pude ver que por fin lo había pillado, y a juzgar por la sonrisa suficiente y arrogante que se extendió por su cara, iba a seguirme el juego. Me agarró el pelo con un puño y me tiró de la cabeza hacia atrás a la vez que me cogía del culo y me atraía hacia él con brusquedad.
—Bueno, si nuestro pequeño contrato expira mañana, supongo que es mejor que le saque partido a mi última noche de poder —dijo. Mis pezones se tensaron contra mi camisa al ver resurgir de nuevo a peter el dios del sexo—. Debo advertírtelo, no será suave. Será brusco y violento, pero te va a encantar cada minuto. Y harás lo que yo diga porque poseo cada centímetro de tu cuerpo. Tu boca follable, tu coñito prieto, tu culo prohibido... todos me pertenecen y me los follaré como me dé la gana, si así lo veo conveniente. Estás aquí para mi placer, al igual que yo estoy aquí para el tuyo. ¿Ha quedado claro?
—Bastante —le gruñí—. ¡Suéltame! Te odio.
—Sí, pero te gusta cómo te follo, ¿verdad?
No era una pregunta. Fue más como la constatación de un hecho. Me soltó el pelo y dio un paso atrás.
—De rodillas, mariana. —Se tiró de la hebilla del cinturón—. He tenido un día muy agotador y necesito desestresarme con eso que tan bien sabes hacer.
—¿Aquí? ¿En la entradita? —pregunté.
Él me miró con dureza, levantando la ceja como diciendo que tenía cojones de cuestionarlo.
—¿He tartamudeado?
El Chichi me chocó los cinco mentalmente, y luego sacó su mini grabador de DVD y empezó a ponerse a filmar gritando: «¡Silencio en el set! ¡Acción!»
En un movimiento rápido, peter me puso de rodillas y liberó de su prisión a su polla colosal, que se movía en mi dirección como diciendo «he pasado mucho tiempo sin el chupa-chupa». Y estaba bastante segura de que había una lágrima en la hendidura de su glande. Por supuesto, dejad que os limpie esa lágrima a besos, Su Enormidad. Al fin y al cabo, los niños grandes no deben llorar, y madre del amor hermoso, tú eres grande.
peter soltó un siseo cuando saqué la lengua y barrí la gota de líquido preseminal de la punta de su miembro. Las comisuras de los labios se me crisparon, triunfantes, y yo procedí con mi tortura. Le di un beso con lengua y luego solté un leve gemido ansioso cuando rodeé su cabeza con los labios y succioné con fuerza.
—Joder, joder, joder —gruñó apartándome la cabeza de un tirón por el pelo. Tendría suerte si no acababa calva para cuando terminara. Bajó la mirada hacia mí y habló con una voz profunda y ronca. —Ah, conque quieres jugar sucio, ¿no? Yo también puedo ir así. —Sus palabras serpentearon por el aire y me lamieron ese punto sensible entre mis muslos cual lengua serpentina—. Parece que necesitas un pequeño recordatorio de quién es el que tiene el control aquí, mariana.
Se agarró la base de su verga con su mano libre y dobló las rodillas para meter la cabeza más adentro de mi boca.
—Quédate justo así —ordenó—. Yo soy el que folla. Y tú la que mamas.
Sujetándome la cabeza con ambas manos, empezó a moverse adentro y afuera de mi boca sin mostrarme ninguna piedad y metiéndose tan al fondo como los confines de mi boca le dejaban, lo que quería decir que tocaba la pared de la garganta. A decir verdad, me costaba mantenerle el ritmo. La polla de peter no se había encogido exactamente durante el último par de años. Tenía la boca abierta tanto como podía, pero aun así me las apañe para ejercer algo de presión con mis labios, envolviéndolos alrededor de mis dientes para evitar arañar su gloriosa verga.
—Más fuerte, mariana. Chupa más fuerte — ordenó con un gruñido que se fue directamente hasta mis partes femeninas y las hizo empezar a llorar también un poco.
En serio, me hacía falta una cubeta de goteo o algo para todo el chorreo que hacía el Chichi. Sus caderas embistieron hacia delante y me golpearon la pared de la garganta, dándome un poco más de lo que podía acoger con comodidad. Me entraron arcadas, y el movimiento hizo que mi garganta se tensara alrededor de su glande. peter soltó una retahíla de obscenidades, se retiró de mi
boca y me puso de pie de un tirón.
Su boca se estampó contra la mía en un beso feroz y salvaje. Con la fuerza y la velocidad de un superhumano, me colgó de su hombro y subió los escalones de dos en dos. Él no paró hasta que llegó a nuestro dormitorio, abrió la puerta de una patada y me tiró sobre la cama. Los zapatos y la ropa salieron volando a través de la habitación cuando él nos desvistió a ambos con urgencia. Y luego me levantó las caderas de la cama, me lanzó las piernas por encima de sus hombros y el cuello se me quedó doblado en un ángulo extraño a la vez que zambullía la cabeza entre mis muslos... justo donde yo la quería.
—¡Ay, Dios! —grité al sentir sus labios, lengua, dientes.
Me estaba comiendo viva, y era la sensación más excitante del mundo. Sus dedos abrieron mis labios vaginales y expusieron la carne rosada de mi tesoro escondido a la vez que con las yemas me acariciaba el clítoris en movimientos circulares. Era una erótica demostración de sus extremas capacidades, y yo tenía asientos de primera fila para el espectáculo. Vi y sentí su lengua, larga y gruesa, presionar mi abertura cuando me acariciaba por dentro y por fuera. Luego sus dedos palmearon mi botón de placer, azotándolo en una rápida sucesión con la perfecta cantidad de fuerza. —peter... por favor —supliqué, retorciéndome tanto como podía debido a lo fuerte que me estaba agarrando
Corcoveé las caderas hacia delante; quería más, aunque su cara estuviera enterrada en mi coño. Me mantuvo los labios abiertos y me succionó el clítoris a la vez que movía la lengua rápidamente sobre el endurecido capullito. Luego se volvió a meter el clítoris en la boca con fuerza, tiró de él y lo soltó con un pop. Volvió a succionarlo y a tirar de él una vez más horriblemente despacio antes de soltarlo y contemplarme mientras se relamía los labios.
—Tu coño es el más dulce del mundo, Mariana. ¡Y es mío!
Me encantaba su naturaleza posesiva, pero para seguir con el juego sentí necesario recordarle una cosa.
—Solo hasta mañana, gilipollas —le dije, destilando desafío.
peter me mostró los dientes, me gruñó y se le contorsionó la cara del enfado; era un actor excepcional. Sin cuidado ninguno, me levantó de la cama y me atrapó con su cuerpo contra la pared. Sus labios se acercaron a mi oreja; respiraba pesadamente.
—Estarás llamando como loca a mi puerta en menos de dos días, suplicando que te dé más de mi polla —dijo mientras me agarraba el culo y me levantaba del suelo.
—Ni de coña —contesté y le solté, aunque lo rodeé con las piernas.
En represalia, peter hundió los dientes en la suave carne donde el cuello se unía a mi hombro. Arremetió con sus caderas hacia delante, fuerte e implacable, y me penetró. Grité de placer y eché la cabeza hacia atrás, contra la pared. La cara se me tensó y apreté los dientes al recibir esa sensación primitiva y salvaje. Era justo lo que quería, lo que necesitaba.
—Sí, te gusta, ¿eh? —dijo con una sonrisa de suficiencia mientras me cogía el pelo con una mano y me sujetaba con la otra. Se salió de mi cuerpo y volvió a empotrarse contra mí. La fuerza de su acometida me levantó por la pared con una sacudida.
—Te encanta y adoras mi polla —gritó, marcando cada palabra con una rígida estocada que llegaba cada vez más adentro de mi cuerpo—. Puedes intentar negarlo todo lo que quieras, pero tú y yo sabemos que soy el dueño de ese coño, mariana.
Le hinqué las uñas en la espalda y me agarré a él mientras la fuerza de sus embistes me levantaban por la pared y me bajaban de nuevo. Enterré los labios en el hueco de su cuello y chupe y degusté el sudor salado de su pasión mezclada con su furia. Este era mi peter. Este era el hombre que me podía llevar al abismo de la locura y seguidamente traerme de vuelta antes de poder caerme por el borde. Y luego lo haría todo otra vez hasta que por fin me soltara y me zambullera en el tempestuoso mar de los orgasmos que se removía al fondo de ese escarpado acantilado. Follarme a peter era un deporte de riesgo. Y vaya chute de adrenalina que suponía.
Me corrí gritando su nombre a la vez que él gruñó con cada acometida de sus caderas. Y entonces mi cuerpo se convirtió en gelatina en sus brazos.
—Todavía no he acabado contigo.
Su voz era exigente, firme. Separó nuestros cuerpos entrelazados de la pared y me llevó hasta el
sofá donde me folló la boca por primera vez, y una bandada de imágenes de aquel encuentro me inundó los pensamientos: peter de pie sobre mí, dominándome, con un pie levantado en el sofá mientras empujaba y sacaba su verga de mi boca.
El Chichi le dio a rebobinar y me lo enseñó de nuevo todo otra vez con una pícara sonrisilla en la cara. peter me soltó y me giró para que quedara boca abajo con su mano presionándome la zona lumbar mientras los dedos de su otra mano me penetraban una y otra vez. Luego los liberó y deslizó la resbaladiza evidencia de mi orgasmo a través del valle que se extendía hasta mi culo, hasta penetrar y envolver mi otra abertura con la lubricación natural que mi propio cuerpo había segregado. Estaba dispuesta al cien por cien, pero también seguía todavía con mi actuación. Le dediqué miradas asesinas por encima del hombro y desdeñé:
—¡No se te ocurra, cabrón!
El desvergonzado movimiento de mis caderas hacia él fue una completa contradicción a mis palabras, así que peter supo lo que realmente quería.
—Te lo dije, mariana. Poseo cada centímetro de tu cuerpo, y tendré lo que quiero —dijo mientras movía los dedos dentro y fuera del orificio prohibido—. Y lo que quiero ahora mismo... —se inclinó hacia delante hasta que sus labios estuvieron una vez más cerca de mi oreja— es follar este prieto culo.
Su voz se suavizó un poco y me dio un beso en la cara.
—¿Estás lista, nena?
Ningún juego de rol evitaría que se asegurara de que estuviera bien. Mi nivel de confort era siempre lo más importante para él.
Asentí y arqueé la espalda para ofrecerle lo que ambos queríamos.
—Buena chica.
Volvió a su personaje, se colocó en la posición que estaba antes e hincó una rodilla detrás de mí
antes de apoyar la otra sobre el sofá. Sentí la presión de la cabeza en mi ano y al segundo estuvo dentro de mí, abriéndose paso con muchísimo cuidado mientras se hundía entero y gemía de placer. peter y yo hicimos esto muchas veces desde nuestra primera vez, normalmente en ocasiones especiales, así que no fue ni la mitad de doloroso que cuando aquella primera vez. De hecho, fue bastante placentero. Me apoyé en un codo y me eché hacia atrás, hacia él, pero la presión de su mano sobre mi espalda no me dejó que llegara más lejos.
—Para el carro, mujer. Siempre tan ansiosa.
Percibí la sonrisa de suficiencia en su voz. Esa insistencia en tratarme como una pieza de porcelana me estaba sacando de quicio.
—¿Vas a follarme o vamos a quedarnos aquí todo el día como dos perros procreando?
Su mano bajó hasta mi culo y me dio una fuerte palmada acompañada con una pizca de dolor. Si
peter no me hubiera estado sujetando, podría haber sido desastroso teniendo en cuenta la precaria posición en la que nos encontrábamos.
—Eso ha sido una advertencia, mariana. Ahora quédate quieta o puede que decida no ser delicado contigo.
Giré la cabeza hasta el brazo del sofá para esconder mi enorme sonrisa, porque sí, la situación era tan erótica como el pecado.
Volviendo a lo suyo, peter me separó los cachetes del culo y me imaginé la cara de concentración que debía de tener mientras se quedaba mirando embobado las vistas, intentando por todo lo que más quería no perder el control. Se separó un poco solo para mover las caderas hacia adelante una fracción más de lo que lo había hecho antes. Sus gemidos y los míos se entremezclaron en el aire que había entre nosotros y se dieron una pequeña fiesta un buen rato. Repitió los movimientos hasta que los músculos de mi cuerpo, rígidos al principio, se relajaron y le dieron la señal que había estado esperando antes de poder moverse con más libertad.
—Mierda, qué gusto.
Su voz sonó sin aliento, controlada con mucho esfuerzo, mientras se movía dentro y fuera de mi culo. Con una mano en mi cadera y la otra rodeándome la cintura para tocarme el clítoris, aumentó el ritmo de sus movimientos. Gruñidos graves y roncos se hicieron eco por toda la habitación y sus movimientos se volvieron más insistentes. El sonido de piel con piel se unió a la fiesta, y convirtieron nuestra sexcapada en una orgía aunque solo estuviéramos invitados nosotros dos. Yo gemía y gimoteaba como una veterana estrella del porno, y el Chichi lo estaba grabando todo en cinta.
—Justo ahí, nena—gimió cuando encontró el ángulo que más le gustaba. Pero yo volvía a estar en el abismo otra vez, y aunque ya me había corrido una vez, no era justo para él seguir tentándome con el proverbio zanahoria frente a mi cara sin dejar que la probara siquiera.
—No te atrevas a parar —le dije, y peter continuó pellizcándome el clítoris entre los dedos incluso cuando los gemidos de su inminente orgasmo crecían en su pecho. —No pares. No pares. No... pares... —dije mientras me volvía a correr.
Debería haber sabido que no me iba a dejar con ganas. Aquel no era el estilo de peter lanzani para nada. Él siempre satisfacía. No había llegado siquiera al clímax de mi orgasmo antes de que el ruido sordo que había estado filtrándose desde el pecho de peter hasta la superficie llegara hasta su punto de ebullición, se abriera paso a la fuerza a través de su garganta y explotara de sus labios en una retahíla de obscenidades.
Sus embestidas fueron irregulares, erráticas e insistentes al mismo tiempo que me mantenía inmóvil y utilizaba mi cuerpo para ordeñarse hasta no dejarse ni una sola gota de semen dentro. Mi cuerpo, entumecido y falto de energía, se desplomó sobre el sofá. Luché por recuperar el aliento. Cada músculo se me tensó a modo de preparación cuando sentí el movimiento de peter detrás de mí y supe que estaba a punto de salir, cosa que yo nunca encontraba demasiado placentera. No obstante, él lo hizo rápido y luego su cuerpo cubrió el mío. Como siempre dejó salir al amante atento y me bañó de besos castos cada centímetro de cuerpo dentro de las inmediaciones de sus labios.
—Joder, te quiero mucho —dijo peter entre bocanadas de aire—. Me alegro de no haberme echado para atrás en esa subasta y de no haberte dejado a merced de Jabba el cavernícola. Me reí y le di una palmada a su muslo desnudo. Se rió ante mi intento desanimado. —Vales cada céntimo que pagué por ti y más. Feliz aniversario, mariana.
—Sí, tú también —me las arreglé para decir de un modo juguetón entre respiraciones dificultosas.
La Agente Doble Coñocaliente y el resto de su equipo de rodaje —la Culoestra, el Culo, y el Vergazo Prodigioso— nos dedicaron una ovación. No, la película no era real, pero lo que peter y yo acabábamos de hacer era otro recuerdo que añadir a la colección que hilvanaba nuestras vidas. Yo tenía la suerte de ser capaz de recuperarlos para reproducirlos al instante cada vez que quisiera, lo hacía muy a menudo.
Lo que empezó con un intento desesperado de una mujer por salvar a su madre moribunda ahora se había convertido en una historia de amor para los restos. Hollywood seguramente no compraría los derechos de nuestra historia y nunca veríamos nuestros nombres en luces de neón, pero en nuestro mundo propio sí que éramos todo un exitazo. Y eso era todo lo que importaba.
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Un millón de secretos inconfesables
FanfictionTodo el dinero del mundo no puede comprar el hecho que yo te ame +18