—¿Hola? ¿Hay alguien en casa? —oí que decía una voz cantarina desde la entrada—. ¿mariana? Soy yo, rochi. Ha llegado tu extraordinaria compradora personal para sacarte del paraíso.Me apresuré a bajar, cubierta con la misma camisa que me había puesto la noche anterior para cenar. Y por más corte que me diera encontrarme por primera vez con una desconocida llevando solo una camisa de puta, no tenía elección.
—Asegúrate de pulir esta semana los objetos de plata, y dile al cocinero que esta noche cambie el menú por carne asada —dijo rochi garabateando algo en la hoja de una tablilla provista de sujetapapeles, y luego se la entregó a la misma doncella que me había indicado la mañana anterior el camino para ir a la cocina
—. Gracias, Beatriz, estás haciendo un gran trabajo, como de costumbre. Luego alzó la vista y me vio.
—¡Ah, hola! —exclamó.
Saltaba a la vista que se trataba de una de esas risueñas personas madrugadoras. Era una rubia platino de pelo vaporoso, tan sonriente y despampanante que me recordó a la capitana de las animadoras de un instituto que salía en una película de los ochenta. Casi me contagia su vitalidad y una parte de mí quería darle un sopapo por hacerme sentir de esa forma.
—Mm..., hola —repuse sintiéndome incómoda—. Soy mariana esposito.
—Y yo, rochi dalmua—dijo esbozando una amplia sonrisa—. ¡No sabes cuánto me alegro de conocerte por fin!
Le ofrecí la mano con un cordial gesto para que me la estrechara, pero ella puso los ojos en blanco juguetonamente.
—¡Oh, por favor! —exclamó en voz baja a través de su respingona nariz, rechazando con un ademán mi formal saludo—. Vamos a pasar todo el día juntas de compras. Y en mi mundo esto es como tener sexo —añadió soltando unas risitas, y luego me agarró para darme un fugaz abrazo—. A propósito, esto es para ti —dijo entregándome una bolsa rosa
.
—¿Es ropa? —le pregunté para confirmarlo.—Sí, señorita. ¿Qué le ha pasado a la tuya?
—Pues... —le empecé a decir sin tener ni idea de lo que iba a contarle —, como decidí venir a vivir con peter a última hora, no tuve tiempo de hacer las maletas. Y lo poco que me traje no encajaba con el estilo ni la tendencia de la ropa que lleváis, así que me desprendí de ella.
Por lo menos daría la impresión de saber algo de moda, ¿no? rochi arqueó una ceja perfectamente depilada y hasta vi las ruedecitas dentadas rodando en su cabeza para averiguar si le decía la verdad. —¿Y cuando te pusiste la camisa ibas desnuda? —me preguntó mirándome como si no se lo hubiera tragado.
—Mm..., no —repuse medio riendo—. ¡Claro que no, qué cosas dices! La ropa que llevaba está sucia. Sí, está sucia.
—Ajá —contestó mirándome con desconfianza—. Entonces ¿por qué no vas a cambiarte para ponemos en marcha enseguida? ¿Te parece bien?
Viajar en un Beamer, el cochecito rojo de rochi, fue un auténtico suplicio. Ser capaz de hacer mil y una cosas a la vez es un don, pero yo no estaba segura de que ese don debiera usarse mientras conduces. Fue a toda leche sobrepasando con creces el límite de velocidad, con la radio puesta y hablando incluso más deprisa de lo que circulaba, sin hacer ninguna pausa. De vez en cuando pegaba algún que otro bocinazo y le soltaba una impertinencia a un motorista por circular demasiado lento o por cambiar de carril cuando a ella no le convenía.—Es Chicago. ¡Aprende a conducir o no circules por la carretera, gilipollas!
Me miró y sacudió la cabeza poniendo los ojos en blanco.
—Los que van con miedo son peligrosos y no tendrían que ponerse al volante.
Coincidí con ella, pero en ese caso a las conductoras hiperactivas y violentas con un chute de cafeína tampoco tendrían que permitirles conducir. Se metió en un hueco libre, y por «libre» me refiero a que se coló en él sin esperar apenas a que saliera el coche que lo ocupaba.
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Un millón de secretos inconfesables
FanfictionTodo el dinero del mundo no puede comprar el hecho que yo te ame +18