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Entremeses

Peter

Teníamos un plan. Nos llevó cuatro horas dar con él, pero por fin teníamos uno. Claro que, parte de ese tiempo se perdió mientras esperábamos a mi prima cande porque rochi había decidido que necesitábamos refuerzos.

—Eres un cerdo asqueroso, ¿lo sabías? —me dijo cande tras haberse comido la explicación de por qué la necesitábamos allí. Normalmente no dejaba que nadie se fuera de rositas tras haberme hablado de esa forma, pero esta situación era distinta.
Aunque no lo hubiera sido, uno debía saber elegir bien sus batallas con mi prima. Para el ojo público, candeka vetrano era una perspicaz mujer de negocios que se ganaba el respeto por igual de hombres y mujeres entre la crème de la crème de la sociedad. Pero para aquellos que la conocíamos mejor, seguía siendo aquella marimacho que escalaba árboles y se revolcaba en arroyos de agua sucia con su mejor ropa blanca de domingo y su idea de atrapar un sapo. Decía lo que se le pasaba por la mente sin filtro ninguno y se la sudaba si a la gente le gustaba o no.

—Sí que lo soy —concedí, porque era verdad, pero también era irrelevante en ese momento—. En cualquier caso, ya no es así. Yo la quiero y ella me quiere, y ahora mismo está ahí sentada con su padre, reticente a que me vaya porque no quiere pasar por toda esta mierda sola. Ni yo tampoco quiero que lo haga. Ahora bien, ¿nos vas a ayudar o no?

—Sí —finalmente accedió, y luego me lanzó su característica mirada de mala leche—. Pero lo haré solo por ella, porque está claro que tú te aprovechaste de la situación. No se merece caer en la desgracia por algo de lo que tú eres igual de culpable, incitador.

  Me parecía bien aquello, porque tenía razón. Fue a cande a la que en realidad se le ocurrió el ingenioso plan.

  Yo no tuve ninguna contribución que hacer porque no podía quitarme de la cabeza el pensamiento de que mariana llevaba bragas. Era un descarado desacato a mi norma, un golpe bajo, y tenía que ser castigada... pronto. Me moría de ganas.

—Vale, equipo, salgamos de aquí y traigámonos a casa la victoria —dijo euge.

   Pero cuando hice el amago de salir de la habitación, ella me bloqueó el camino. Se había plantado en la cara esa mirada toda intimidatoria

—. Tú y yo todavía tenemos una pequeña charla pendiente, ¿no crees?

  Puede que estuviera un poco asustado, porque euge parecía que se hubiera comido en su día la cabeza de uno o dos guardias de prisión tras habérselos follado al puro estilo mantis. Además, cande estaba preparada para intervenir también.

—¿Puede esperar? No quiero pasar ni un momento más separado de lali.

—Ay, mira que eres dulce —dijo con un tono azucarado. No caí en la trampa porque era un tipo listo. euge entrecerró los ojos—. No, no puede esperar. Le hiciste daño. No me importa quién seas o el dinero que tengas, no deberías tener permitido irte de rositas solo por eso. Pero lali te quiere, así que tengo las manos atadas. —Se adentró en mi espacio personal y se acercó hasta que nuestras narices casi se tocaron—. Pero hazla llorar otra vez y le prenderé fuego a tus huevos.

Escuché el clic de un mechero y bajé la mirada de inmediato para ver que de alguna manera se las había apañado para sacarme mi puto mechero del bolsillo y utilizarlo para marcarse un tanto a su favor. Pegué un bote hacia atrás y agarré a mis chicos para asegurarme de que estuvieran bien. euge se rió a la vez que cerraba la tapa del mechero y me lo plantaba en el pecho.

—¡Deberías haberte visto la cara! —euge se giró y chocó los cinco con cande, alias: mi prima traidora. Obviamente la sangre no te unía más. Pese a eso, estaba feliz de que lali tuviera a alguien más que luchara con uñas y dientes para protegerla.
Por fin conseguimos salir de la oficina de Daniel, e íbamos de camino a la habitación de majo cuando euge se puso a la altura de cande y entrelazó el brazo con ella.

Un millón de secretos inconfesables Donde viven las historias. Descúbrelo ahora