𝚚𝚞𝚎 𝚑𝚊𝚐𝚘?

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Al día siguiente, fui a casa de mi mejor amiga y le conté todo. Ella me miró seriamente y me hizo preguntas profundas y filosóficas. Me cuestionó si realmente quería estar con alguien así y si lo hacía por necesidad o por alguna carencia en mí. En ese momento, no pude responder, ya que esas preguntas golpearon mi realidad y me hicieron reflexionar. ¿Y si tenía razón? Me sentí estúpida por no haberlo considerado antes.

Mi amiga trató de tranquilizarme y me recordó que todos pasamos por momentos de confusión en nuestras vidas. No tenía por qué agobiarme. Sin embargo, dejó claro que si confirmaba todas sus preguntas, debía enfrentar la situación. Pasó el día y me fui a casa en colectivo. Desde la ventana, pude contemplar el hermoso paisaje que el mundo me mostraba: el campo verde y el sol despidiéndose. Aunque intenté dejar atrás las preguntas, mi mente seguía abrumada. Deseaba deshacerme de esas dudas.

En ese momento, ya me había reconciliado con mi papá. Cuando volví a casa, él vio mi expresión de confusión y angustia. Me preguntó qué sucedía y no pude evitar soltar una lágrima, sintiéndome culpable por todo lo que había ocurrido. Sentía que nada de lo que hacía salía bien. Mi papá me miró y me dijo que yo era una persona única e increíble, algo especial. Todos cometemos errores, pero eso no significa que deba rendirme y pensar que siempre lo arruino todo.

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