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A Agustín lo conozco desde siempre, o, mejor dicho, desde que tengo memoria lo hago. Pues bien, nuestras familias tienen trato por trabajar en la misma empresa durante años y por ser casi de la misma edad, ellos vieron conveniente que intentáramos ser amigos. Esto fue algo difícil porque a él en ese entonces, como a los ocho, nueve años, no le agradaba mucho la idea de que lo vieran con alguien más chico. Él decía que era un niño grande como para juntarse conmigo. Yo era muy pequeño como para entender su rechazo, bueno, un año menor que él. Sin embargo, eso nunca me detuvo de irlo a buscar cada vez que coincidiamos en los horarios que íbamos a visitar a nuestros padres.

De cualquier modo, de una forma casi cómica y macabra del destino, eventualmente coincidimos en el mismo colegio al que nos mandaron haciendo difícil su meta de mantenerse alejado de mí porque de algún modo u otro siempre terminamos viéndonos las caras.

Y, a pesar de que nos vivíamos cruzando, no fue hasta que uno de mis cumpleaños donde mi mamá decidió tomar el control de la organización y hacerme una fiesta sorpresa con quienes creía que eran mis amigos que tuvimos una interacción real no forzada. Todavía recuerdo cómo juntó a todos en el patio de mi casa y me tiraron harina apenas regresé de inglés, el único que me tuvo algo de compasión fue él que me acompañó a limpiarme, terminando un tanto sucio. No tengo memoria de que me haya dicho algo particularmente importante, quizás burlarse porque había quedado con harina hasta en las orejas.

De este evento, Tomás, otro de los invitados a mi cumpleaños y vecino mío, fue quien encabezó la creación de nuestro grupo de amigos. Invitándome a las juntadas en su casa, ahí conocí a Toto y a Nacho, que es como dos años mayor que nosotros y se sumaba por también ser de la cuadra.

Así que las tardes después del colegio o los viernes y fines cuando pintaba invadir alguna casa, la terminabamos pasando juntos. Para, quizás, la desgracia de Agustín me tenía que seguir viendo no solo durante los recreos e ignorar mis saludos, sino que ahora debía convivir conmigo.

De igual modo, su hostilidad se fue desvaneciendo con el paso del tiempo y a veces se cruzaba por mi curso para invitarme a jugar a la pelota en el patio durante los recreos, a detenerse a saludarme cuando pasaba por mi piso, a esperarme para acompañarme a la parada de colectivo.

Estas pequeñas acciones hacían que espere estos momentos para verlo, para recibir una sonrisa suya o una mirada, dijera algo sobre mi o me preguntara si tenía cosquillas para atacar mis costados. No me di cuenta de lo que significaban estos momentos de nerviosismo y expectativa hasta que llegó el verano de mis quince años, cuando festejamos el cumpleaños de Agustín en una casa quinta cerca del dique.

Le pertenecía a un tío cheto de Tomás y se la dejó para nosotros, quién sabe cómo lo consiguió, pero habíamos ido ahí por ese finde. Era bonita, de techos altos y de una sola planta, con un jardín lleno de flores y una gran pileta al fondo, junto a una red de voley. Al llegar a allá nos dimos con que tenía dos habitaciones, por lo que debíamos compartir; coincidencia del cielo, me tocó hacerlo con Agus.

Y en principio no tenía ningún drama, me resultó incluso cómico. Bueno, lo fue hasta que nos estuvimos cambiando para meternos a la pileta. No sé si se habrá dado cuenta por cuanto tiempo me quedé mirándolo, pero en un instante me quedé asombrado por la contextura de mi amigo, su piel besada por el sol, sus brazos y su espalda ancha. Había comenzado ir al gimnasio y pude ver los cambios en él. Le dije que era admiración por su progreso cuando hizo una broma sobre qué estaba viendo, quizás era un poco eso, aunque había otro condimento en la ola de timidez que me agarró que no iba a admitir ahí mismo.

Consciente de este efecto, decidí que lo mejor para sobrevivir en la lluvia de cargadas que me comería si me atrapaban de fisgón era evitar las cercanías con Agustín, las veces que fuera posible. El tema y el gran problema de todo esto era Agus mismo, porque su presencia era magnética, a dónde sea que estuviese las miradas iban dirigidas a él, yo no era la excepción, mis ojos siempre terminaban en su dirección. Y, para el colmo, él hacía complicado ignorarlo con sus chinches de culo inquieto yendo de aquí para allá asegurándose que todo el mundo la estaba pasando bien.

Sí, una imagen distinta a cuando era más chico, para detrimento de mi corazón.

Los sufrimiento no terminaron ahí, lo peor fue cuando nos metimos al río y vi su sonrisa opacar la luz del sol, mientras que sus rizos rebeldes sobresalían del piluso celeste que llevaba puesto y tapaban ligeramente sus ojos verdes más vibrantes que nunca, entrecerrados por las carcajadas que soltaba por la pelea de agua que estábamos teniendo los cinco. El cielo sabe como tengo impresa esta imagen en mi cabeza, como la epifanía de que ciertamente mis sentimientos traspasaban una simple amistad.

Más tarde esa noche tuvimos el festejo de cumpleaños, con birra de contrabando, lomitos que pedimos de un número que estaba de imán en la heladera, con la música al palo y un bizcochuelo que daba más lástima que ganas de comerlo. Era poco convencional, pero fue el mejor evento del que habré participado porque estaban ellos, las estrellas y, a pesar del torbellino de sentimientos que andaba atravesando, la sonrisa de Agustín era la mejor recompensa de la fiesta.

La cereza del postre fue que, durante la madrugada, cuando los demás se habían ido a dormir o habían quebrado, nosotros dos nos quedamos frente a la pileta mirando el cielo nocturno, el firmamento, hablando pavadas, contando anécdotas tontas, haciendo chistes de abuelo hasta el amanecer. Éramos nosotros dos y puede que no tenga ningún significado, pues ambos seguíamos con alcohol en sangre, pero lo siguiente que ocurrió me condenó a mí y lo coronó a él como a lo que suele llamar el primer amor.

━━Muy lindo ━━Había dicho Agustín, mi mirada estaba puesta en el sol naciente y los trazos naranjas del horizonte por lo que al voltearme a verlo me sorprendí cuando me encontré con su mirada en mí. Me sentí cohibido, con la timidez pintando mis cachetes de carmín, los rayos del sol chocando de frente le daban una imagen casi de fantasía, como algo irreal, con sus rizos chocolates ahora teñidos de dorado cayendo en su frente, con sus ojos grises ahora de un verde brillante.

━━¿Qué?

━━El amanecer es muy lindo━━Repitió apoyando su cabeza en mi hombro, luego se rió volviendo a erguirse, llevando una mano a mi cabello para dejar unas caricias ahí. Yo elevé la mía y la tomé, deteniendo su tarea, aunque sin apartarlo. Ambos quedamos enfrentados e intento ver a sus ojos o algún punto detrás suyo para no desviarme y tentarme con sus labios carmines a tan poca distancia, pero mi sentido de voluntad es débil así que bajo mi mirada a su boca entreabierta.

━━¿Agus? ━━Pregunté con suavidad, en un balbuceo, hechizado por la forma de sus labios.

Él acortó el espacio entre nosotros juntando sus labios con los míos. Era desprolijo, torpe, con sabor a alcohol. No era mi primer beso, por el contrario, pero esta era una experiencia un tanto diferente, era con un chico que resultaba ser Agustín, la última persona con la que imaginaba que podía ocurrir algo como esto.

No sé por cuánto tiempo nos quedamos así, pero nos separamos cuando el oxígeno hizo falta. Justo antes de que escucháramos los alaridos de nuestros amigos desde dentro de la casa cantando una canción que sintonizaron de la radio del parlante.

Agustín se levantó primero y me indicó que vayamos a dentro de la casa, sin cuestionar nada le hice caso. Pensé que hablaríamos del tema, pero no sucedió. Él fue directo a la pieza que nos tocó y se durmió hasta pasado el mediodía. Para el anochecer estábamos volviendo a la ciudad. Era tema cerrado.






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1/4 (creo)

volví con otro fic para extender la agenda gialian

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deseos de cosas imposibles [gialian]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora