La rosa negra

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PRESENTE

Caminamos por los campos helados, dejándonos llevar por el ligero canto
de los pajarillos y la tranquilidad de los árboles, estáticos en el suelo. La
señorita Cuervo me coge de la mano y me arrastra por un recorrido hasta
llegar a un claro abierto.

No existen problemas ni hay preocupaciones. Todo va bien.

—Por fin podemos dar un paseo normal —digo ilusionada mirándola—.
Ya era hora de perder el miedo.

—¿Sabes una cosa? —susurra la señorita Cuervo en mi oído—, me
encanta que ahora seas capaz de abrirte más.

—Ahora confío más en mí misma y no me importa confiar en los demás.
Creo que es gracias a ti.

—Yo contenta de ayudar —Posa los labios en mi mejilla y me da un
beso—. Siempre que necesites a alguien, puedes avisarme. Yo nunca seré
como todos aquellos que no supieron valorarte.

—Lo sé. Tú eres la excepción de la sociedad, tan buena, siempre
respetando si una persona no está preparada para contar según que cosas,
pero ayudándola porque sabes darte cuenta de lo que le pasa con solo la
mirada —digo entusiasmada—. Eres alucinante.

—No es para tanto.

Suspiro tranquilamente.

—Creo que ya soy completamente feliz —digo abiertamente al aire.

—¿Y qué nos ha costado llegar a este punto?

—Sólo hacerme la víctima y tú la muerta.

—¿Segura? —pregunta confusa—. Entonces, ¿no estamos muertas?

—¿Muertas? —Ahora soy yo la que pone expresión de confusión.

—Yo pensaba que toda esta paz era porque estábamos muertas,
descansando en paz —La señorita Cuervo se ríe unos segundos, como si
sus palabras fueran un chiste.

—No puede ser —digo seria—. Después de todo, aquella mujer nos
protegió, Blanca, lo recuerdo perfectamente.

—Claro. Te ayudó a ti, tú sigues viva.

Mi cara se colma de más confusión y no logro entender a qué se refiere.

—Tú me mataste, ¿no te acuerdas Daila? —Me sonríe a pesar del dolor
que viene impuesto en lo que me acaba de decir—. ¡Tú me mataste! —me
repite sin apartar la mirada de mis ojos grisáceos, ahora con un tono menos
amable, casi gritándome.

Alejo la mirada e intento escapar, pero al momento, recuerdo que me está
agarrando de la mano. La señorita Cuervo me aprieta la mano cada vez
más fuerte, y me obligo a mirarla de nuevo. Doy un respingo en el sitio. La
señorita Cuervo ha crecido unos centímetros más y me mira desde arriba,
intimidándome, con cara hostil y el cuerpo lleno de sangre, la piel
demacrada y los ojos que se le salen de las cuencas, sin brillo ni emoción,
mientras grita las mismas palabras que me acaba de decir :

«Tú me mataste».

—¿Yo... yo te maté ? —digo, y empiezo a recordar de pronto—. ¡Yo no
quería!

—Pero lo hiciste. Me mataste, me mataste, me mataste…

—¡Yo no quería! —repito llorando.

—¡Tú me mataste! —sigue repitiendo mientras me aprieta más fuerte la
mano, hasta el punto de que estoy a punto de soltar un quejido, pero no lo
hago, y aguanto el dolor.

—¡Cállate!

No aguanto la opresión que siento en el pecho. Aprieto los ojos como si así
pudiera no sentir dolor, como si pudiera hacerla desaparecer, como si
pudiera dejarla de oír, pero no es así. La oración suena en mi cabeza una y
otra vez, como si de un disco rayado y de los antiguos se tratase.

«Tú me mataste».

«Tú me mataste».

«Tú me mataste».

El suelo tiembla a mis pies, como si el mundo estuviera colapsando al
unísono con mi cabeza.

Al abrir los ojos, todo está oscuro, y recuerdo los días en los que la
oscuridad amenazaba mi cordura, pero ya no importa. Ya hace años que no
me da miedo. La señorita Cuervo se ha evaporado como el agua, y en su
lugar, una rosa negra azabache, de tallo largo y pétalos majestuosos,
descansa en mis manos.

—En esto ha quedado todo —escucho la voz de la señorita Cuervo resonar
de nuevo en mi cabeza—, en una rosa negra.

Las espinas del tallo me pinchan los dedos, pero no me causan tanto dolor
como el que siento por dentro. Nunca antes una flor me ha provocado
sentimientos tan negativos como estos. Yo, que siempre las había
observado y cultivado con los ojos brillantes de ilusión, y ahora llorando
de dolor por una de ellas.

🌺🌺🌺🌺🌺

Un tintineo suena a mi lado, y abro los ojos. Todo se llena de luz
procedente de una ventana, y me levanto poco a poco de mi cama,
tocándome los ojos para aclarar mi visión, con un poco de pesadez en el
cuerpo. Acerco la mano a la mesita de noche para coger el teléfono.

«Te necesito preparada rápido, tengo noticias importantes para ti».

Es un mensaje de Blanca. Algo tiene que haber pasado para avisarme tan
repentinamente y a las nueve de la mañana. Seguro que si no me doy prisa,
Blanca se sentirá decepcionada conmigo.

Supongo que nada ha sido real; todo era solo una pesadilla. Sólo un intento
más de mi mente para atormentarme. No es mi culpa; lo sé. Blanca me lo
dijo nada más llegar a La Escuela de Valquirias, justo en esta habitación,
en el marco de la puerta. La señorita Cuervo no habría querido verme así.
Ella no quería que perdiera la sonrisa, ella quería verme contenta a pesar
de todo, y yo no soy capaz de no sentir punzadas en el pecho cuando
pienso en ella y en su cuerpo que no pudo ser enterrado dignamente, pero
pienso hacer justicia. Por ella y por todos.

El mundo volverá a ser un lugar seguro. Ayudaré a restablecer el equilibrio
sea como sea.

HACE UNOS MESES

Fue un portal que ella abrió, tirando una piedra al suelo, lo que cruzamos
para llegar allí, y mi cara de confusión lo que la hizo añadir :

—Tecnología de nuestro día a día. Te lo explicaré. ¡Al final no me he
presentado! —habla muy rápido—. Se me había olvidado. Soy Blanca, la
valquiria superior. Suelo organizar muchas cosas, y las valquirias suelen
acudir a mí cuando necesitan ayuda o tienen preguntas.

🌺🌺🌺🌺🌺

Una gran sala de paredes color beis y suelos marmolados, en cuyo fondo
había una balanza dorada inclinada a un lado, parecía ser la sala principal
de lo que podríamos llamar La Escuela de Valquirias, el hogar de muchas
de ellas y muchos de ellos, porque sí, también existían y siguen existiendo
valquirias masculinas, los valquirios. Era una sala muy majestuosa con
infinitas puertas en las paredes situadas a la izquierda y la derecha.

—Bienvenida a La Escuela de Valquirias —dijo—. Por ahora vivirás aquí
con los demás estudiantes, y asistirás a las clases para que conozcas cómo
trabajamos.

—¿Cómo puede ser que este lugar esté tan tranquilo? —fue lo único que
se me ocurrió preguntar en aquel momento en el que me creía una
desconocida en mi propio planeta.

—Esto es un lugar escondido. Vivimos en la dimensión de los humanos
como si lo fuéramos. Bueno, en realidad somos como los humanos pero
con más fuerza... bueno pero esto lo dejamos para otro momento, que cada
uno piense lo que quiera —recondució el tema—. Estamos en una isla
perdida en el Océano Atlántico.

Las ideas de mi cabeza se volvieron a liar cuando pensaba que ya había
comenzado a entender.

—¿Dimensiones? ¿Más de una?

—Sí. Esta, la de los ángeles y la de los demonios. Pero desde esta
dimensión no es posible ver las demás —me respondió con su tono dulce.

—¿Y por qué las valquirias no viven en esas otras dimensiones?

—Porque no tenemos el mismo rango de poder. Ellos pueden crear y
destruir si lo desean mientras que nosotros sólo tenemos alguna habilidad.

—Entiendo.

—Bueno, aquí dormirás —Abrió una de esas tantas puertas que rodeaban
la sala principal.

Una habitación mucho más grande de lo que había pensado apareció ante
mis pupilas. Nada más entrar, sentí como los largos rayos del sol, salidos
de una ventana que se veía justo en la pared de enfrente, me iluminaban.
Las paredes estaban pintadas de un color amarillo pastel y el suelo era
igual al de la sala principal. Una cama limpísima con las mantas
perfectamente colocadas se encontraba estática a la derecha junto a dos
mesitas de noche a los lados, mientras que a la izquierda había un
escritorio de madera pintado de blanco y un armario no muy grande a su
lado. Muchas personas habrían reaccionado como si fuera algo normal,
pero para mí, el dormitorio era tan grande que tuve que controlarme para
no exclamar un grito pequeño de ilusión, o para no quedarme con la boca
abierta.

—Lo único que el baño se comparte, y está al fondo de la sala principal en
el extremo izquierdo —me avisó—. ¿Te gusta?

—Me encanta —solté, y al momento me sentí mal, y me debió cambiar la
cara.

«Yo no merezco esto», la cara de la señorita Cuervo pasó ante mis ojos,
muerta, con el cuerpo en el suelo, la piel tan pálida como nunca la había
tenido y demacrada, con la vida apagada.

Nunca más la volvería a ver, y era culpable de no haberla salvado, de
haberla dejado dar su vida a cambio de la mía.

—¿Qué pasa? —me puso una mano en el hombro—. ¿Seguro que estás
bien?

—Sí, no es nada.

—¿Quieres que te cuente algo? —me preguntó retóricamente antes de
seguir hablando—. Todos los que dicen que están bien con esa cara,
siempre mienten.

—No es verdad —dije con la voz desgarrada.

—Llevo muchos años de experiencia para saber que me has vuelto a
mentir —dijo segura—. ¿No será por lo de tu amiga? Sabes que tú no eres
la culpable, ¿verdad?

—Lo sé —musité.

—No eres la culpable, ¿sabes? —me repitió acercándose.

Eché unos pasos atrás, intentando huir de la situación.

—¡Lo sé, joder! —reventé a llorar y la mujer me abrazó suavemente para
no hacerme daño.

Las lágrimas quemaron en cada lugar que tocaban de la cara. Desde el día
que había decidido no ser cobarde, no ser vulnerable, no volví a llorar
delante de nadie, a excepción de la señorita Cuervo, que era la única que
me entendía. Casi siempre aguantaba las lágrimas y después de tanto
tiempo sin llorar, era fuego lo que sentía en los ojos al desprender esa
lluvia que había estado guardada durante bastante tiempo.

Al darme cuenta de lo que estaba haciendo, llorar abrazada a una persona
que acababa de conocer, me alejé y me sequé rápidamente las lágrimas sin
pensarlo, obviando que ya había mostrado una vulnerabilidad a la que
atacar si me quería alguien hacer daño. Sin embargo, lo que me sorprendió
no fue haber llorado delante de una persona a la que podía llamar todavía
desconocida por el poco tiempo que llevaba conociéndola, sino que ella
me agarró las manos con las que me limpiaba las lágrimas a la vez que
decía :

—No las limpies. Déjalas caer.

Sus palabras me dejaron paralizada y antes de que una confusión más se
apoderara de mi cabeza, Blanca me dio un punto de vista distinto al que
todo el mundo me había dado. Un punto de vista que grabé en mi cabeza
para siempre.

—Nunca pienses que llorar es ser una cobarde. Eres valiente por ser capaz
de llorar y mostrar tus sentimientos.





VALQUIRIAS: El brillo Prometedor De Los ClavelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora