Envidia: Parte 2

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Las botellas se vaciaban y pasaban de mano en mano y de boca en boca, a excepción de la de Roberto, que únicamente parecía confiar en el contenido de su petaca y en la boca de su acompañante de cabellos largos y oscuros.

Malthus se encontró a sí mismo observando como los labios tintados de un rojo anaranjado de la rubia se movían y le sonreían con un carácter íntimo y coqueto a Aramel. Al darse cuenta de ello, Malthus aparto la mirada al mismo tiempo que una botella de vino le era ofrecida por uno de los dos jóvenes desconocidos. "Toma" dijo el chaval de pelo despeinado y cara pecosa.

Antes de que Malthus pudiera contestar, Roberto se adelantó, rescatando a su amigo de la situación "no, Malthus no bebe". Todos los presentes parecieron desviar parcialmente la atención de la cual fuera la conversación que estaban manteniendo para mirar a Malthus. "¿Entonces para que has venido aquí, chaval?", dijo juguetonamente el joven pecoso.

"No... verás yo simplemente he venido a acompañar, no suelo hacer estas cosas" Aunque la voz de Malthus salió rota, había conseguido reunir el suficiente valor como para responder a la pregunta. De alguna forma empezaba a sentirse menos atemorizado por la situación, tal vez por haber descubierto que la mayoría de miradas hacia él en ese momento reflejaban más curiosidad que juicio.

"Serás estúpido Pablo, ¡es el Santo!", la rubia de labios pintados regañó al pecoso sacándole la botella de la mano para así apartarla del frente de Malthus.

"No, no, no, solo soy un aprendiz más de sacerdote, no soy ningún Santo" Malthus sentía que no debía dejar huella en un lugar tan manchado de perversión.

"Disculpa, debo de haberme equivocado entonces" dijo la rubia mientras Roberto y Aramel intercambiaban una mirada de alivio.

"En ese caso, ¿cuál es el problema en que bebas? ¿No es el vino la sangre del señor?" El chico pecoso arranco la botella de las manos de la rubia, siguiendo con su actitud juguetona y provocativa, haciendo bailar el líquido oscuro y haciendo sonar un sonido fresco en su interior. Al chaval no le faltaba razón, técnicamente Malthus como sacerdote podía beber siempre y cuando no fuera en exceso, pero como Santo... No había ninguna norma escrita que le prohibiera de tomar vino, pero aun así Malthus sabía que él no estaba sujeto a las mismas normas que el resto de sacerdotes. La expectativa y los ojos vigilantes que se posaban y pesaban en su espalda eran más grandes y atentos que cualquiera de los que sus compañeros soportaban.

"Venga Malthus, solo un trago, pruébalo, es vino bueno" Aramel se había unido en la misión de animar a Malthus junto a Pablo. "Aramel..." Roberto no pudo terminar la frase al quedarse sin palabras para solo soltar un suspiro en tono preocupado.

"Tienes razón, un trago de vino es bueno para el corazón, ¿no?", dijo Malthus mientras con manos aún un poco temblorosas agarro la botella de vino. Era consciente de que hacía eso porque le estaba divirtiendo ser aceptado en aquel grupo de jóvenes tan risueños y amigables. Le gustaba sentirse parte de esa experiencia, y no estaba rompiendo ninguna norma. El mero hecho de estar en aquel descampado conocido por ser el lugar de diversión de los jóvenes, ya era más pecaminoso que un simple sorbo de vino. Además, no era la primera vez que lo probaba. Ya de pequeño a veces su madre dejaba una pequeña copita de vino sobre la mesa del comedor por las noches, para tomársela despacio mientras terminaba de recoger el hogar antes de ir a descansar. Sileciosamente, un Malthus de 11 años a veces se acercaba a la mesa cuando su madre no lo veía y se mojaba los labios de vino para saborearlo a escondidas una vez ya metido en la cama.

Malthus acercó la botella a sus labios, haciendo una pausa para pensar en que haría esta vez, ¿mojaría sus labios como el niño que corría a esconderse a su cuarto para que su mamá no lo viera o daría un trago entero? Después de dar el trago, Malthus pudo sentir como el vino, en efecto, no era bueno, incluso con su poca experiencia y conocimiento al respecto. Aun así, unas mariposas de nervios y adrenalina aleteaban en su estómago. Al alejar la botella de sus labios mojados, una sonrisa tímida se dibujó en su rostro mientras el resto reían y aplaudían. Todos menos Roberto, que observaba en silencio a Malthus dando un trago de su petaca.

Memorias del SantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora