Cassidy
Aún recuerdo la primera vez que lo vi: con 12 años, demacrado por su situación familiar y condenado a conocer solo eso ya que Muerte lo requería. Me negué por primera vez en mi carrera y asumí las consecuencias del trabajo incumplido. Trabajé muy duro para que las aguas volvieran a su cauce y no esperaba verlo nuevamente rozando el velo de la otra vida. Ésta vez con 16, sin más ayuda que su propia inconsciencia. Si no fuera imposible, diría que se burlaba de mí. Muerte volvió a llamarlo y, ésta vez, lo merecía.
-Otra vez no has podido hacerlo, por lo que veo -me dijo Liseth en esa ocasión cuando entré a nuestra oficina. Ella comenzó a trabajar conmigo un par de años después de mi desobediencia. Le conté esa anécdota como buen ejemplo de lo que no se debe hacer cuando le enseñaba el oficio. Si no lo hubiera hecho, se hubiera enterado de igual manera ya que mi historia era reconocida por todo el gremio. Su mirada marrón me acusaba bajo las gafas pero se limitó a hacer un globo con la goma de mascar. Yo tenía la espalda encorvada, ardor por los golpes y las plumas caídas, y el punzante recuerdo del chico con cabello castaño pegado a la frente y de unos ojos cafés que no podían mirarme fijamente. Solo por no privar al mundo de esos ojos merece la pena cada golpe y cada castigo.
-Pues no. No lo he hecho -me desparramé en mi asiento. La mulata movió sus risos castaños en negativa, pero no comentó nada más. Cosa que agradecí.
Debía ordenarlo todo por segunda vez. Lo primero que nos enseñan es que los trabajos son sagrados, que cada muerte incumplida trae consecuencias y que con el tiempo no se juega. Y ahí estaba yo, salvando al mismo chico de su lúgubre destino por segunda vez, rodeada de todos los archivos del hospital Engival Varil, donde trabajo, esperando la llamada de Destino para recibir indicaciones de cómo arreglar este entuerto, y sin parar de pensar en nuestra pequeña conversación.
"¿Eres un ángel?"
No pude evitar sonreir. Nosotras también tenemos alas, negras y mucho más pequeñas, pero están escondidas. Solo se desplegan cuando debemos llevarnos a alguien. Si no fuera por la nube de humo negro a los pies que nos permite caminar en el mundo mortal, nada nos distinguiría de seres humanos. Los ángeles son seres de otra liga. Celestiales, sí, pero con mantener el cielo funcionando como un reloj y a cada ser que se eleva en su respectivo rincón, tienen más que suficiente.
"Soy una parca."
Me pregunté si lo habría asustado. Yo no me asusté la primera vez que vi una, pero yo siempre fui un caso raro. Cada persona es un mundo y si tenemos en cuenta que dentro del mismo mundo hay submundos escondidos y entretejidos, cada persona tiene un nivel propio y exquisito de complejidad.
El cielo, por ejemplo, es una especie de fábrica y tiene sus reglas. Cuando los ángeles antiguos se dieron cuenta que podían morir, o caer, se dedicaron a hacer más como quien hace pasteles, solo que la receta es mucho más tardía y compleja. Cierto es que la mayoría de parcas antes fueron ángeles. Mi compañera, Liseth, era uno. Había bajado con nosotras como castigo por mal comportamiento y al final decidió quedarse.
En cambio mi origen como parca fue algo exepcional. Roxanet, la Parca Mayor, la única que puede hablar directamente con Muerte, nuestra jefa, se encariñó conmigo. Me parece algo hipócrita por su parte que si a ella le pasó no comprenda mis sentimientos. Aunque claro, ella no incumplió con su trabajo por mí y yo sí por él.
Por ello me comunicó personalmente cuando el muy imprudente muchacho regresó al hospital por tercera vez.
-No te pasaré ni una más. Él o tú. No puedes volver a desordenarlo todo por alguien que claro está no le interesa ser salvado. Y no volveré a intervenir a tu favor. ¿Está claro? -me miraba desde arriba con su aspecto ancestral y acusatorio y esos ojos de iris blanco con córnea negra que había adquirido al envejecer.
-Sí -fue todo lo que alcancé responder. Nuestra relación era algo compleja, pero antes que mi salvadora, era mi jefa, y como Parca Mayor podría destruirme si seguía jugando a desobedecerla.
-Nadie vendrá a hacerte el trabajo, así que, si Muerte lo llama, debes encargarte de él.
-Lo sé.
Él o yo. Esos son los términos. No hay más escapatoria ni más resoluciones. Al final ese es el trabajo de las parcas: las últimas intermediarias entre la vida y la muerte sellando el trato con un beso.
El concepto lo tengo bien aprendido, llevo años o quizás décadas haciendo lo mismo. Es la práctica lo que me preocupa. Me preocupa mirarle a los ojos y rememorar lo que sentí la primera vez que lo vi, o la primera vez que me habló. Me preocupa elegirle a él y que solo por querer besarle termine haciéndole cruzar el velo. Me preocupa elegirle a él y que se encuentre una cuarta vez en esta encrucijada, ya que si no estoy yo, otra no dudará un segundo para cumplir el trabajo y todo el esfuerzo hasta ahora será en vano. Me preocupa elegirme a mí y perder la vidilla que ha tenido mi existencia estos últimos 5 años.
Y aún así, muy egoístamente, no quisiera que nadie me sustituyera en ese trabajo aunque se pudiera. El hospital Engival Varil me corresponde solo a mí desde que llegué, pero las intromiciones laborales no son precisamente el porqué de mi negativa a la sustitución: no quiero que ninguna otra parca entable conversación con el chico de ojos marrones, y menos que cierren el trato.
"Si Muerte lo llama, debes encargarte de él."
Roxanet sabe tanto como yo que Muerte lo llamará. Lleva llamándolo desde sus 12 años y yo le he desafiado, casi tanto como a Destino. Que no lo haga esta vez no es una opción. Es su momento para darme una lección sobre el cumplimiento del deber o, en su defecto, para desacerse de una parca desobediente que a su vez representa la debilidad desde su origen. Yo solo espero poder retrasarlo un poco y poder hablarle, poder explicarle luego de 5 años todo lo que me ha pasado con él, la peligrosa excepción que significa para mí.
Y aquí estoy, casi dos años después de nuestra única conversación, en la habitación 187, cuando aún no he recibido la orden, reuniendo el valor para cumplir con el trabajo, con ninguna esperanza de que se le perdone la vida, en parte por mi insubordinación, en parte por su insentatez.
Él siempre ha tenido un aspecto muchísimo más relajado que yo. Será la vida, será la muerte, será mi situación. El chico de ojos cafés tenía su fin en la nuca pero se negaba a sentirlo. Empleaba su tiempo en intentar conocerme.
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Las parcas tienen nombre
Short StoryJaime tiene a la muerte respirándole en la nuca, pero se niega a sentirlo. Emplea el tiempo que le queda en intentar conocerla. Cuando la Muerte te reclama, una parca te lleva al otro lado. Cassidy es la parca encargada del hospital donde Jaime se r...