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—¿Podría darme tres de esos, por favor?

—Oh, pero qué jovencita tan hermosa—la mujer vendedora me tomó las manos—. Si gusta, puedo hacerle un descuento.

—En verdad no es necesario—afirmé, queriendo deshacer el agarre—. Pagaré sin problema.

—Insisto—metió los tres productos de comida que pedí en una bolsa de papel—. Ten. ¿Eres aventurera?

—Así es.

—Oh, entonces ya perteneces a una familia, con tu belleza seguro que eres de muy buen nivel.

—Realmente no tiene que ver...—estaba empezando a sentirme incómoda—. Disculpe, debo marcharme—entregué los valis—. Que tenga buen día.

Me marché del mercado lo antes posible, realmente no me aparecía lidiar con esa señora. Me incomodaba siempre que mencionaban mi belleza de forma excesiva, y me recordaba las veces que me he sentido mal por recibir cosas de manera privilegiada, porque no era excusa para recibir cosas gratis. Claro que a veces lo agradecía al poder llevar qué comer a Bell y a mi Diosa. De hecho, Hestia me insistió mucho en usar la belleza que porto a nuestro favor.

Un día me crucé con un grupo de herreros de la familia Hephasteus, y sin ninguna razón decidieron encargarse de mi equipo de combate. Mi Diosa me insistió en que hablara con ellos para conseguir un equipo para Bell.

Suspiré, pensando en regresar a casa de inmediato al haber finalizado la compra necesaria para la cena de esta noche. Desgraciadamente, para cuando llegué, mi Diosa parecía molesta por algún motivo desconocido, hasta que hablé con mi hermano, quien me explicó lo que había sucedido y entonces supe sobre el drama.

Este era otro día más como miembro de la familia Hestia, rodeada de mis dos seres más queridos y otro día más lidiando con los celos de mi Diosa contra Aiz Wallestein por llevarse toda la atención de mi hermano.

—Diosa.

—¿Qué quieres?

Me dolía que se pusiera tan triste, ella solía estar llena de energía y traer alegría al hogar.

—Sé lo que te ocurre—subí la estructura de piedra hasta quedar a su lado y sentarme junto a ella—. Compárteme tu dolor, por favor—tomé su mano con cuidado.

—¡Bell es un tonto!—gritó con los ojos llorosos.

—Debes entender que tiene un alma inocente, a menos que le digas las cosas con determinación, él no entenderá tus intenciones.

—Pero...—dejó caer su cabeza sobre mi pecho—. Aiz Wallestein...

—No te puedo pedir que lo dejes estar, pero entiéndelo—acaricié su cabeza—. Sé que es difícil.

Sabía que esas palabras no ayudaban mucho en este momento, pero mi Diosa también necesitaba un pequeño golpe de realidad.

—Iré a ver a ese niño—planté un beso en la mejilla de mi Diosa y me levanté—. No estés hasta tan tarde fuera o resfriarás.

Me dirigí de inmediato hacia la taberna que mencionó Bell anteriormente: La Amante Benévola. Cuando llegué todavía estaba pensando qué pediría para cenar, así que me uní a él.

—La chica que me ha atendido, Syr Floyer, ¿es de la que me has hablado?

—Sí, es ella—afirmó con energía.

—Entonces tendré que darle las gracias.

—No es necesario—murmuró avergonzado—. ¿Por qué has venido tan cubierta? No se te ve la cara.

[] LOS MÁS FUERTES || BETE LOGA X LECTORA []Donde viven las historias. Descúbrelo ahora