06

42 8 8
                                    

La tenue luz comenzaba a molestarme un poco. Abrí los ojos, parpadeando unas cuantas veces para adecuar mi vista, distinguiendo el espacio a mi alrededor.

Me encontraba en una tienda de campaña, cubierta con una manta y tumbada sobre una superficie suave que hacía de cama.

Conseguí incorporarme y estiré mi cuerpo, quejándome de placer al aliviar mis extremidades. Volví a equiparme con mi armamento antes de apartar la lona para asomarme al exterior.

—¡Maldito conejo!

La situación no fue muy amena fuera de la tienda. Bete parecía furioso con alguien, y cuando vi de quién se trataba, no dude en moverme para interponerme entre él y la otra persona.

—¡¿Espiaste a Aiz?!

Estaba a punto de lanzarse sobre Bell, pero logré impedirlo.

—Atrás—apunté su cuello con la punta de mi lanza—. Ahora.

—¡________...!

—Vaya, la chica ruda ha venido al rescate de su patético hermanito—torció una sonrisa llena de burla—. Te veo mejor. Ya me agradecerás lo de haberte traído a rastras y no dejarte morir.

—Entonces estamos a mano—aparté el arma, aún mirándole con severidad.

—¿Y esa mirada?—enarcó una ceja, acercándose de manera desafiante—. No te creas tanto, pequeña. No eres más que yo.

—¡La chica linda!

El repentino abrazo de las amazonas me llevó a etroceder unos pasos, casi cayendo de espaldas al suelo.

—Tranquila, ya nos llevamos a esa bestia feroz que te está molestando—habló Tiona.

—Bete, si quieres gustarle a una chica deberías dejar ese carácter tan bruto—Tione sonrió con diversión.

—¡Dejad de molestar!

Antes de que pudiera continuar con sus reclamos, ambas chicas ya se encontraban arrastrando a Bete hacia otra parte.

—¡Bell!

Mientras enfrentaba al miembro de la familia Loki, mi hermano se había incorporado del suelo, pero volvió a caer cuando me lancé sobre él para abrazarle.

—Estás bien...—dije en un suspiro de alivio—. Menos mal.

—Tenía miedo...—declaró con la voz temblorosa, abrazándome con más fuerza—. Tenía miedo de no regresar con vosotras.

Iba a hablar, pero mis palabras se vieron interrumpidas por un tercero.

—¡Mi niña!

Un peso algo ligero cayó sobre mí. Reconocí la voz de mi diosa de inmediato y me hice a un lado, envolviendo ahora a Bell y a Hestia en un abrazo protector.

—¡No vuelvas a salir sin avisar, diosa!—fruncí el ceño, cerrando los ojos para tratar de controlar mis lágrimas.

—¡Te ves linda incluso enfadada!—dijo en un llanto.

Tras un emotivo reencuentro en el que regañé a ambos por su comportamiento tan descuidado, Bell me mandó a asearme. Ahora que Hermes, el dios por el que se llevó una mala experiencia, se encontraba literalmente atado de pies y manos, no habría ningún peligro para que tomara un baño relajante.

—Esto es inquietante—hablé para mí misma.

A pesar de recorrer la zona y no haber encontrado nada sospechoso, sentía una extraña corazonada de que algo no iba bien.

Comencé a escuchar murmullos y tenía la ropa demasiado lejos como para ir a por ella y cubrirme, apoyada en una roca fuera del agua para que no se mojara.

Pasó un rato y la persona parecía haberse alejado.

—¿Por qué tengo que ir yo? ¡Maldita mujer, es tan...!

Sus orejas se levantaron en señal de alerta. Olfateó el aire, llevando a sus fosas nasales un aroma embriagador que hizo que su cola gris se sacudiera a los lados.
Siguió el rastro de aquel olor tan atrayente, llegando a un amplio estanque con una pequeña cascada. Había ropa tirada sobre una roca. Reconoció la armadura inmediatamente.

Sin saber cómo reaccionar, lo único que hizo fue quedarse inmóvil hasta que alguien emergió del agua.
Era ella, completamente desnuda, solo que su cabeza fue lo único que asomó para tomar una gran bocanada de aire.

Su cola se agitó con violencia y sus orejas permanecían atentas, al igual que sus ojos, a la escena tan comprometedora.

Debería sentirse un depravado, y en el fondo lo hacía, pero por su cabeza sólo pasó el pensamiento fugaz de la esbelta figura de la chica cuando gran parte se encontraba ya en el exterior. Al menos estaba de espaldas.

Se movía con gracia, revolviendo ligeramente las aguas, provocando movimientos más bruscos en las extremidades animales de Bete, ansioso porque sucediera quién sabe qué.

Y sucedió.

Sintió cómo su corazón se detuvo unos segundos antes de liberar todo el aire que contuvo en sus pulmones, aliviado porque la lanza no le hubiera atravesando la cabeza, terminando incrustada en el árbol detrás de él.

—¡Da la cara!—bramó aparentemente enfurecida.

Él no era un cobarde, ni mucho menos, pero en una situación así era complicado no inclinarse por correr con el rabo entre la patas.

—¿No se había pasado la hora del baño?—salió de entre los arbustos, sorprendiendo a la chica.

—Tú...—pronunció con sorpresa antes de fruncir el ceño—. ¿No te han enseñado a respetar a las mujeres?

Sus mejillas se sonrojaron drásticamente cuando la chica comenzó girarse. Retrocedió unos cuantos pasos y apartó la mirada lo más rápido que pudo.

—Los hombres son muy valientes para espiar—habló mientras se vestía de nuevo—. ¿Por qué ya no me miras?

—¡Serás...!—iba a reclamarle, pero se vio obligado a volver a tapar su cara, viendo que la chica todavía no terminaba de vestirse—. Ha sido un accidente—refunfuñó.

—Lo sé.

—¿Cómo dices?—frunció el ceño con molestia.

—Que puedes parecer un violento y grosero, pero no te creo capaz de haberme seguido—le miró de reojo—. O eso quiero creer.

—¡Es cierto!—bramó con las mejillas todavía sonrojadas y, ahora sí, mirándola.

—¿Ya va a salir el primer grupo?

—El rubio enano me mandó a buscarte—dijo entre dientes.

—¿Quién?

—El capitán de la familia Loki—explicó rápidamente—. ¿Vamos ya o seguimos perdiendo el tiempo?

—Tengo que pedirle que me cambie de grupo—caminó a paso ligero, pasando al lado del chico.

—¡Oye!—se apresuró a alcanzarla—. ¡No vayas por tu maldita cuenta! Él ha organizado los grupos por una razón. No te atrevas a llevarle la contraria.

Detuvo su andar, girándose a Bete. Esa mirada llena de inocencia y confusión penetró en la suya. De repente, el chico se sentía desconcertado, esperando a que ella hiciera lo que tenía en mente.

—¿Y por qué tengo que ir en el primer grupo?

Abrió la boca para hablar, pero las palabras no eran capaces de salir, así que optó por apartarla de un empujón con su hombro.

—¡¿Y yo qué sé?!—metió las manos en sus bolsillos, continuando su camino hacia el campamento.

—Es por ahí.

—¡Cállate!—se giró sin dirigirle la mirada.

—Eres muy temperamental—ahora era ella la que trataba de alcanzar su paso.

—Y tú muy pesada—gruñó.

[] LOS MÁS FUERTES || BETE LOGA X LECTORA []Donde viven las historias. Descúbrelo ahora