13- Chochitos

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Los ojos se les llenaron de girasoles, y con ellos, un sentimiento de alivio que las hizo suspirar casi al mismo tiempo. Se miraron atropelladas por la sorpresa de la sincronización, y se quedaron perdidas la una en la otra entre carcajadas contenidas.

—Me lo he pazao' to' bien contigo, moza.

—Y yo, Vio.

—Aunque la úrtima noche hayamo' acabao' malamente... durmiendo en las cuadras de los mozos ezos.

—¿Qué cuadras, si era la comisaría?

—Era un intento de chiste que ma' zalío mal. Los mozos de escuadra, los mozos de la cuadra...—explicó haciendo un gracioso movimiento de cabeza. Chiara negó risueña, acariciando la mano de Violeta, posada bajo la suya en el asiento central de aquel taxi que las llevaba de vuelta a la granja.

—Señoritas, hemos llegado—interrumpió el conductor frenando en frente de la granja.

Otra vez en casa. Hogar, dulce, ho...

—¡¿Pero qué tan' hecho?! —preguntó escandalizado Juanjo al verla bajar del taxi con su nuevo peinado—. ¿Y a ti tamié', Chiara?

—Ay, niño, ¿qué nos han hecho de qué? —replicó Violeta mientras Chiara se encargaba de sacar las maletas y pagarle al señor taxista, que estaba flipando ante el panorama.

—¡Vuestros pelos! ¿Dónde están vuestros pelos? ¡¿Os han zecuestrao' los terroristas?! ¡No! ¡Los "indepiendentistas"!

—Oy, este hombre, de verdá, qué paguita tiene... No zomos ricos porque no queremos—musitó Violeta—. Ná, Juanjo, que nos hemos dao' un cambio de lú. Yo me he teñío un poco mas rojo y la kiki se lo ha cortao' por lo' hombros.

—¿De lú de qué?

—De look—corrigió Chiara, aunque ni ella sabía para qué. No la iba a entender igual.

—Po' vamo', parecéis Zipi y Zape. Qué horró. Qué zusto dais.

—Po' cúchame—desafió Violeta, arrastrando la maleta hasta la casa—. Con no mirarnos tienes de zobra.

—Tócate los huevos er recibimiento a zu marío. ¿Ze pueé zabé qué te paza conmigo úrtimamente?

Chiara abrió los ojos como platos y, desenganchando su macuto del lío de hierba y flores en el que se había metido, se despidió de los granjeros rumbo a su pequeña casita de alquiler. No quería entrar ni estar en medio de una discusión entre esos dos.

Y la verdad: era lo mejor que había podido hacer.

—A vé, Juanjo, que has zío tú el que ma' recibío con un: ¿qué te han hecho? Azí que no te hagas el maridito indignao' porque no, ¿eh? —continuó la bronca en la cocina—. Ay, me cago en la má. ¿No friegas desde que me fui, verdá? —preguntó al ver el fregadero lleno de cacharros sucios.

—Po' no. No tenío tiempo porque trabajo como un mulo mientras a mi mujé le da por irze de viaje.

—¿Ezo ha zío un reproche?

—Po' zí. Aquí el que necezita unas vacaciones zoy yo que no paro—elevó el tono.

—Pero zi tú nunca quiere' zalí der pueblo, Juanjo, no digas chorrás.

—¿Pero es verdá o no?

—No entiendo este pollo, Juanjo—confesó, cruzándose de brazos frente a él—. Ni que me fuera escapao'. Tú estabas enterao' y mu' conforme con que me fuera. No entiendo a qué viene to' esto. Me tienes canzá.

—Po' a que te echao' mucho de menos—gritó, quedándose los dos en silencio tras la confesión.

—Po' vaya manera de demostrarlo.

Girazoles // KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora