Capítulo 4

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Joyce

Solo podía ver una farola encendida, a lo lejos. Y justo a su lado, una silueta. Todo lo demás era oscuridad.

Me acerqué a la luz. La silueta era una chica. Y me observaba con media sonrisita orgullosa, igual que yo la observaba a ella, pero con una expresión de pánico.

Y entonces, noté cómo un disparo nos atravesaba el corazón a las dos.


***


Abrí los ojos, asustada, y traté de volver a ralentizar mi respiración, ahora agitada.

Nunca lograba pegar ojo por la noche. Siempre sentía que no estaba sola, que mi cama se inclinaba al lado en el que no estaba tumbada. Cuando por fin me dormía, tenía esa pesadilla. Una y otra vez. Y siempre actuaba de la misma manera, a pesar de que sabía cómo terminaba. Nunca me atrevía a escapar. No quería escapar.

Cerré los ojos con fuerza y al abrirlos, me incorporé para dirigirme a la galería de tiro y entrenar un poco. Eso me relajaba.

Sin embargo, justo cuando salí al corredor, me encontré con la mirada gris de Scott clavada sobre mí.


Alley

La mirada del idiota estaba clavada sobre mí, como analizando cada una de mis expresiones.

—¿Edad? —volvió a soltar una de sus inútiles preguntitas.

—Diecisiete —mascullé, tirando un poco de mis esposas—. ¿Esto es necesario?

—Madre mía con las de diecisiete. ¿Nombre? —me ignoró.

—¿¡Por qué demonios me preguntas cosas que ya sabes de sobra!?

Él se limitó a mirarme fijamente, esperando una respuesta.

—Alley —volví a mascullar—. ¿Y tú?

—No te incumbe.

—¿Y a ti sí?

—Steven. ¿Ya dejarás de responderme de mala gana?

—Ya bastante que te respondo, gilipollas.

—Si no pudiésemos sacarte nada de información, estarías muerta.

—Y una mierda. ¿Te crees que aceptaría morir por...?

Entonces, fui interrumpida por alguien que acababa de entrar.

—Déjate de idioteces, la necesitamos viva —masculló.

Di un respingo y me volví, asombrada, para encontrarme con el V de Vendetta de los ojos grises.

—Scott. A ver si te encargas tú de la niñata, que a mí ya me ha tocado bastante los huevos —musitó el tal Steven y sin decir nada más, se marchó de la habitación.

Yo me quedé fulminándolo con la mirada hasta perderlo de vista, ofendida. Pero la idea de que se pirara me agradó bastante.

—Así que Scott, ¿eh? —bromeé con media sonrisita divertida.

Él se limitó a contemplarme con el ceño muy fruncido. No había ninguna diversión en su hermoso... eh... atractivo rostro. Es decir, no estaba mal. Nada mal.

Opté por contemplarlo también de la misma manera, pero al final me sentí un poco intimidada y aparté la mirada, nerviosa.

—¿Qué? —espeté, algo irritada, sin mirar nada en concreto—. ¿Tú también vas a ser un cabrón como el otro?

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