Capítulo 1

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Joyce

Lo había estado observando durante toda una semana, y seguía sin saber casi nada de él.

Espiarlo resultaba... bastante complicado, la verdad. De todas maneras, era entretenido seguirlo a todas partes. Su vida se me hacía interesante; a pesar de que cuando salía de la comisaría no hacía mucho más, me gustaba observarlo.

Por lo menos había avanzado en algo. Ya sabía que él, Scott Atwood, era el inspector de policía que estaba tratando de localizar a Wallace Beckham. No entendía muy bien el por qué, si el caso de Wallace había sido archivado hacía un poco menos de cuatro años.

Pero así Wallace me pagaba por investigar a Scott, así que no iba a ser yo quien me quejase.

Tenía algunas otras dudas, como por qué el señor Beckham no quería que lo matase directamente. Bueno, cada uno se complicaba la vida como quería; no era algo que me tuviese que importar.

En ese momento, Head Over Heels estaba sonando en el disco que tenía puesto en mi habitación. Canturreaba mi canción favorita distraídamente mientras revisaba el informe sobre Scott Atwood.

Sabía que había nacido en 17 de marzo de 1965, así que tenía 25. Solo nos llevábamos cuatro años, estaba bien por si tenía que utilizarlo para sacarle información. Trabajaba en una comisaría de Seattle, la ciudad de Washington en la que vivíamos. Sí, él también vivía ahí. Y... no sabía nada más de él. Menuda putada.

Me estaba abriendo una botella de Coca-Cola con una mano, aburrida, cuando escuché el sonido de la puerta abriéndose. Levanté la cabeza y esbocé media sonrisita divertida al ver la cabecita pelirroja de Matt asomada entre un millón de bolsas de la compra.

—¡Joycie! ¡Cómo puedes ser tan tonta! —saludó a su manera, entrando torpemente intentando no tirar ninguna de las bolsas.

—Hola a ti también, ¿eh? —le di un trago a mi botella—. ¿Qué tal tu combate de karate, los has machacado?

—¡Eso no importa ahora! Es que, ¿¡a quién se le ocurre dejar la puerta abierta!? —exclamó, alarmado, cerrándola con un pie.

—¿Qué tiene de malo? —alcé las cejas—. Es más fácil así. Si la cerrase, tendría que volver a abrirla cada vez que saliese... qué pereza.

Abrió los ojos como platos como si no se creyese lo que le estaba diciendo.

—¿Y si te roban qué?

Me encogí de hombros vagamente.

—Dudo que alguien quiera robarme, lo único de valor que hay en esta casa son mis órganos, y como sabrás, sabría defenderme por mi cuenta si intentasen sacármelos...

—¡Eres una espía! ¡Imagínate que te encuentran! —se indignó, colocando cuidadosamente todas y cada una de las bolsas en el suelo como si se tratase de una exposición o algo. Madre mía.

—Dudo que lo hagan, Matty —puse los ojos en blanco.

—¿Cómo puedes ser tan... despreocupada?

La verdadera pregunta era, ¿cómo podía ser él tan preocupado siempre?

—Te recuerdo que soy la única que vive en este apartamento. Y está bastante apartado de todo lo demás, nadie sabe de su existencia.

—Yo sé de su existencia.

—Oooohhh, qué miedo me das —mientras yo decía eso, Matt me había arrebatado la botella de Coca-Cola y ahora se la estaba bebiendo de un trago—. ¡Oye!

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