A medida que la misa transcurría en el tranquilo pueblo de Meryland, la solemnidad y la rectitud impregnaban el aire. Criados en hogares marcados por la paz y la fe, los niños de Meryland aprendían desde temprana edad el valor de vivir según los preceptos bíblicos, donde el egoísmo era visto como un obstáculo para mantenerse cerca de Dios y seguir sus enseñanzas.
Pero incluso en un lugar tan arraigado en la fe, los pecados y las debilidades humanas a menudo se escondían detrás de las apariencias piadosas. El recuerdo del joven Polks, cuya caída en el pecado había manchado la reputación de su familia, aún resonaba en las mentes de los habitantes de Meryland. Aunque la comidilla del pueblo sobre "el chico Polks" se había desvanecido con el tiempo, el impacto de su pecado seguía siendo palpable en la comunidad.
Sin embargo, lo que los habitantes de Meryland no sabían era que incluso aquellos que se consideraban ejemplos de virtud estaban luchando contra sus propias batallas internas. Detrás de las fachadas de rectitud y devoción, se escondían secretos oscuros que desafiaban las mismas enseñanzas que defendían.
Y así, en medio de esta aparente tranquilidad, Felicity Johnes irrumpió en la iglesia con un aspecto desaliñado y una mirada perdida. Su presencia provocó un silencio sepulcral entre los congregados, quienes observaban con asombro y preocupación.
Ante la mirada perpleja del padre Cox, Felicity se acercó tambaleante, con lágrimas en los ojos y un aire de desesperación.
- Edward... -susurró, señalando al cura Cox con temblorosas manos.
- Felicity, ¿Qué te sucedió? -preguntó Edward, con una mezcla de sorpresa y preocupación.
Pero antes de que Felicity pudiera articular sus palabras, el Edward Cox se sintió invadido por un profundo alivio al darse cuenta de que ella no revelaría el secreto que ambos compartían.
Con un gesto de confianza, Edward tomó a Felicity en sus brazos y se dirigió hacia los congregados con una sonrisa tranquilizadora.
- No se preocupen, todo está bajo control. Continuaremos con la misa como siempre. Felicity estará bien -declaró con seguridad, aunque en su interior, sabía que el escándalo que se avecinaba cambiaría la percepción de todos sobre la aparente tranquilidad de Meryland.
Con un último vistazo a los congregados, Edward se alejó con Felicity entre sus brazos, dejando atrás un silencio tenso y la promesa de un secreto que pronto sería revelado.
