God would never want you to feel pain

8 1 0
                                    

Felicity.-

Después del incidente, mi madre me castigó severamente.

- Reza conmigo, Fe. Repite una vez más "No debo provocar escándalos en el templo de Dios". ¡Repítelo! -ordenó con voz firme, apretando el cinturón que llevaba en la mano.

El sonido del cinturón cortando el aire me hizo temblar. Sabía lo que seguiría a continuación: el dolor agudo de cada golpe contra mi piel, el rasgar de mi vestido de dormir bajo la fuerza de los impactos.

De rodillas en el suelo, con el vestido húmedo aún pegado a mi piel, me encontraba de espaldas a mi madre, quien insistía en que rezara por lo sucedido.

Sentí el golpe caer una y otra vez, contando mentalmente cada uno. Ya iban siete, y sabía que llegarían hasta diez antes de que se detuviera. Cada golpe era un recordatorio de mi error, una penitencia por haber deshonrado la fe y la reputación de nuestra familia.

Con los labios temblorosos, seguí las órdenes de mi madre, apretando mis manos con fuerza mientras me sentía pecaminosa y culpable. Finalmente, encontré la fuerza para repetir sus palabras.

- No debo provocar escándalos en el templo de Dios -murmuré, con la voz entrecortada por la emoción y el dolor.

Cuando llegó al número diez, mi madre se detuvo y dejó caer el cinturón a un lado, claramente agotada por el esfuerzo de golpearme. Permanecí inmóvil, evitando mirar el cinturón o el rostro de mi madre, sintiendo un resentimiento creciente hacia ella por haberme golpeado.

Entonces, mi madre se inclinó y me besó en la mejilla derecha.

- Lo hago por tu bien. Dios siempre quiere que te corrija con mano dura -susurró, buscando consolarme con sus palabras mientras el dolor seguía resonando en mi cuerpo.

Cuando mi madre salió de la habitación, una calma profunda invadió tanto mi ser como el espacio a mi alrededor. Limpié mis lágrimas y me incorporé lentamente del suelo para recostarme en la cama sin lastimar mi espalda. Al escuchar la puerta abrirse de nuevo, giré hacia ella y vi a mi padre acercarse con un bote de crema en mano, tomando asiento al borde de mi cama.

- Esto podría doler un poco. Respira, tranquila. -dijo mientras aplicaba suavemente la crema sobre los golpes, levantando un poco mi vestido para acceder a ellos.

A pesar del dolor, me contuve y no dije nada. No quería ser insolente.

- No se lo digas a mamá, pero no creo que la golpiza haya sido necesaria. Fue solo un accidente, no quisiste hacerlo. -susurró. - Fe, te amo. Eres mi pequeña y me duele verte así. - agregó con voz suave y llena de cariño.

Sabía que amaba a mi padre de una manera especial, aunque a veces me costara admitirlo. No quería parecer ingrata con mi madre que se empeñaba solo en hacer lo mejor para mi, para no alejarme del camino de Dios.

Después de terminar de aplicarme la crema, mi padre me besó en la cabeza y salió de la habitación, dejándome sola con mis pensamientos tumultuosos.

¿Era el dolor un requisito para obtener el perdón divino? ¿Acaso tenía que atravesar por el sufrimiento para que Dios me aceptara de nuevo como su hija?

Mis dudas se enredaban en mi mente como una madeja intrincada, mientras contemplaba el significado más profundo detrás de mi experiencia. La habitación, ahora silenciosa, parecía abrumadora, como si estuviera llena de preguntas sin respuesta y de esperanzas sin cumplir.

***

Cada martes, miércoles y jueves, nos reuníamos en el salón de la iglesia para las charlas destinadas a los adolescentes cristianos. Esta vez, la sesión estaría a cargo de Edward, el hijo del Pastor Cox. Aunque sinceramente, no estaba muy entusiasmada por verlo después de lo que había pasado recientemente entre nosotros.

Girl Donde viven las historias. Descúbrelo ahora