Capítulo 1: El hambre de Beta

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Nadie sabía qué había más allá de los árboles que rodeaban las diminutas casas del poblado, y nadie se había atrevido a averiguarlo. Se decía que estaba lleno de bestias y a pesar de que el hambre hacía mella en la mayoría y varías veces se consideraba cazar una de ellas y hacer un enorme asado de carne y papas en el centro de la plaza... lo cierto es que ninguna persona, ni siquiera los máos fornidos y bien alimentados de Beta, ponían un pie más allá de las viejas bardas que nuestros abuelos mismos habían levantado para ahuyentarlas.

Lo había pensado, más de una vez aquella noche; más me valdría decir que la idea ha rondado mi cabeza desde que me recosté en la improvisada cama que tenía a los pies de mi madre. ¿Moriría? Posiblemente sí, debía estar casi 100% segura de que me destrozarían una vez que diera un par de pasos entre los árboles. Pero... ¿y si lograba cazar algo? ¿Y si lograba encontrar alguna baya cuya semilla pudiésemos plantar en algún recóndito lugar de la sala y así alimentarnos por meses?

El hambre había permeado cada recoveco y ahora todos andaban por ahí con el pellejo pegado a los huesos. Siempre era igual, el gobierno prometía darnos alguna clase de recurso durante la época más próspera en primavera y verano, el otoño se llevaban nuestras semillas, animales y cultivos con la intención de convertirlos en alguna suerte de producto refinado, y en invierno se nos informaba que, debido a la alta demanda de las tropas que peleaban la guerra por nosotros, no podrían enviarse alimentos más allá de algunos bultos de arroz y que debíamos apañarnos con ello hasta que volviera la primavera.

No sabía si aún creían en el gobierno o si se trataba del más absoluto miedo. Solo sabía que nos moríamos de hambre y que las bestias del bosque sonaban cada vez más apetitosas.

Tomé una honda inhalación y me levanté. Si me mataban en el bosque daba igual, prefería morir en un santiamén por alguna criatura que continuar alargando mi sufrimiento en casa, teniendo que trazar con mi madre una porción de arroz y viéndola llenar mi taza con más agua que la suya y dejando caer algunas gotas extras de la poca miel que quedaba. Me arrastré por la habitación tratando de no hacer ruido y con nula gracia me escabullí por la ventana tratando de evitar ser vista por algún vecino cuyo rugido en el estómago le evitase dormir pero no alimentarse de un buen chisme.

La ventana chirrió ante mi paso pero se confundió con el sonido del viento crepitante; me calé la capucha del abrigo, no había vuelta atrás, debía ir al bosque, debía conseguir algo para comer. Mis pies se movieron por voluntad propia y pronto me vi a mi misma corriendo por entre las callejuelas hasta que los tejados atestados de nieve quedaron atrás y los árboles comenzaron a dibujarse, altivos, cercanos, sentía que podía tocarlos si tan solo extendía las manos aún si el enrejado, las púas y las cosas metálicas apiladas nos separaban.

Solo una baya, solo un animal pequeño, era lo único que necesitaba para sobrevivir una semana más. Toqué los alambres del único lugar donde no había enormes latones; se trataba de un cerco de de un metro de ancho cuyo propósito era fungir como una puerta en caso de necesitarse, pero las bisagras estaban oxidadas y los pesados candados jamás habían sido removidos. El alambrado estaba helado y repleto de diminutas púas, imposibles de ver, mucho menos en aquella casi apabullante oscuridad; salté hacia atrás de manera instintiva y me encontré con sangre escurriendo por mis dedos. Ahora entendía porqué nadie se acercaba aún si parecía el sitio más vulnerable.

-Pensé que me habías prohibido los paseos nocturnos-esa voz. En lugar de asustarme, como sería natural, me trajo una mezcla de alivio e ira. Alivio porque me había descubierto alguien que guardaría mi secreto, e ira porque definitivamente le había prohibido arriesgarse de aquella manera.

-A ti te lo prohibí, yo puedo hacerlo cuando quiera-repliqué antes de llevarme los dedos a la boca para tratar de limpiar la sangre e impedir que continuase escurriendo.

2105: BetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora