Prólogo

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Comienzo a recoger todo de forma brusca, de tal manera que todo se me cae de las manos

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Comienzo a recoger todo de forma brusca, de tal manera que todo se me cae de las manos.

Joder

—¡María!

Subo la cabeza y veo a mi madre.

—¡Mamá!—exclamo mientras me incorporo y la abrazo fuertemente.

Hacia tiempo que no tenía la sensación agradable de abrazar a mi madre, a alguien que conocía de toda la vida.

Se separa de mi, mientras sostiene mi cara con ambas manos.

—Pero que guapa estás, hija mía —dice entre susurros, su cuerpo se estremece y su mirada se pierde— Pasa, pasa, no te quedes en la puerta anda.

—No ha pasado tanto tiempo...—mi voz suena frágil mientras recojo mi móvil y mis llaves que minutos antes se hallaban en el suelo.

Atravieso el marco de la entrada, mi vista se pierde y veo lo pequeño y acogedor que es ese lugar.

La sensación de volver a casa, o lo que era mi antiguo hogar.

Los años que había pasado ahí, las comidas, las cenas, la familia reunida, mi infancia, mi vida pasada.

Mi vida antes de conocerte.

Suspiro y me tumbo en el sofá como si mil camiones hubieran pasado encima mío.

Un olor a café recién molido percibe mi sentido de olfato.

—Debería ser ilegal estar tanto tiempo sin probar tus cafés — reniego, y acto seguido mi madre aparece por la sala de estar con una taza de café.

—Ilegal debería de ser que no nos visites tan a menudo— refunfuña mientras que me acerca sutilmente la taza de café.

Se sienta al lado mía, dejando un espacio considerable.

Le doy un trago a mi café, y automáticamente toco el cielo.

Café

—¿Alguna vez me vas a explicar cómo haces esta delicia?— murmullo mientras le doy otro sorbo.

—Cuando aprendas que las cosas cuando se hacen con amor, siempre tienen buenos resultados— dice, me mira fijamente y sostiene su taza entre sus dos diminutas manos.

Resoplo y y la vuelvo a mirar.

Permanecemos por media hora conversando sobre las aventuras y anécdotas que he tenido durante todo este tiempo fuera mientras que disfruto del café y de su compañía.

Se acaba la conversación y permanecemos ambas en silencio.

—¿Como estás?—interrumpe el silencio, preguntando en voz baja casi en un susurro.

—Bien.

—Llevas tiempo sin habla...—la interrumpo con una seña con la mano.

—Él está bien. Y yo también lo estoy—dicho esto me levanto y dejo reposar la taza encima de la mesita del comedor — Voy a desempacar las maletas.

Cojo mi maleta y subo corriendo las escaleras, que se encuentran entre la sala de comedor y la cocina, busco de reojo la puerta de mi habitación.

Pongo la mano en la manilla de la puerta y la bajo con un flojo empujón hacia delante.

La puerta se abre y visualizo de izquierda a derecha.

Nada ha cambiado. Mi habitación sigue siendo la misma, el mismo color blanco en las paredes, y la misma organización que hace dos años.

Mi cama se sitúa en la esquina izquierda de la habitación, cama doble con numerables almohadas alrededor.

A mi derecha, tengo mi escritorio y al lado mi tocador, formado por un gran espejo y mil productos cosméticos ordenados en cajitas.

No es ni tan grande, ni tan pequeña, perfecta para una adolescente de aquel entonces.

Coloco mi maleta encima de la cama y la abro.

Empiezo a desempacar todo, y a doblar la ropa para luego colocarla en el armario.

Mi móvil empieza a reproducir una música que llama mi atención, es mi tono de llamada. Voy en busca de el, y me percato que me está llamando Julia. Mi amiga de toda la vida.

—¿Julia?—pregunto acercando mi móvil a mi oreja.

—Pero bueno María , ¿dónde estás?— pregunta con un tono alto, expresivo —Espera,espera...—me interrumpe— Estás en casa de tu madre, en Córdoba —su voz era irónica, ya se había enterado que estaba aquí.

—Julia, acabo de llegar a Córdoba.

—Ya lo sé, chiquilla, bájate por el pueblo—echaba de menos escuchar el acento andaluz.

—Voy a ducharme y a ver si la mamá me deja coger la moto del papa— escucho una risa al otro lado de la línea.

—Venga, te esperamos en la Corredera, que el Hugo te quiere ver, el pobre lleva una hora con una cerveza en la mano—se oye como Hugo refunfuña de lejos mientras que Julia se ríe a carcajadas.


Llego a la plaza de la Corredera, y visualizo cada detalle. El sol radiando todos los edificios de Córdoba, dándole un brillo especial. Las calles repletas de gente, de niños, de risas, de carcajadas. Las terrazas llenas, los jóvenes contando sus problemas y los mayores chismorreando sobre el barrio.

Y en una mesa me percato que está Julia riéndose como una loca, su cuerpo se va para los lados y sus manos aplaudían al ritmo de sus carcajadas, su cabello dorado relucía más con el sol, sus ojos azules se achinaban cada vez que se reía, acompañados con una dentadura reluciente.

Al lado suya se encontraba Fernando, Nano, mi hermano mayor, y actual novio de mi mejor amiga Julia; me saca 4 años pero parezco yo la mayor a nivel sensatez. Su propósito en la vida es entrenar y verse bien. A sus 26 años ha podido independizarse y vivir con Julia.

A su izquierda, Eva, la hermana de Julia, todo lo contrario a ella. Tiene una tez morena perfecta que da envidia, sus ojos oscuros y llamativos encantan a cualquiera que los mire. Su pelo rizado cae hasta casi su cintura y su labios son carnosos color carmín.

Y no, no es raro, ambas son hermanas del mismo padre pero de diferentes madres. Aunque ellas no fueron criadas juntas, nunca les ha gustado llamarse hermanastras.

Y por último teníamos a Hugo, un tremendo terremoto.

Tiene el cabello moreno, pero su tez es blanca, sus ojos verdes se iluminan cada vez que me ve, aunque él no lo quiera reconocer.

La última vez que lo vi,  fue en mi cama.

Aunque no lo hayamos dicho públicamente, el grupo ya sospechaba que Hugo y yo habíamos empezado una aventura secreta.

Saludo a cada uno de ellos con un abrazo, todos se levantan a recibirme con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja en oreja.

Echaba de menos estar con la gente que quiero y me quiere.

—María, cuéntanos qué tal ha ido en Barcelona—Eva me pregunta una vez que nos sentamos en las sillas del bar.

—Si os llegará a contar ...—miro hacia el suelo y sonrío inconscientemente.


Myriam A.L

MIS GANAS TIENEN ALASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora