Los bosques de Zahor, antes exuberantes, ahora yacen reducidos a espectros de su antiguo esplendor. Donde antes se alzaban majestuosos hacia el cielo, entremezclando sus copas en una gloriosa catedral vegetal, ahora solo quedan tocones calcinados que se aferran desesperadamente a la tierra agrietada. Las hojas multicolor que antaño revoloteaban suavemente mecidas por la brisa, dando la impresión de un arcoíris perpetuo, han sido reducidas a cenizas.
Las aguas del Gran Río, anteriormente tan claras que parecían un espejo del cosmos, ahora fluyen turbias y ennegrecidas, cual venas de una divinidad moribunda. En sus orillas ya no se escucha el coro de aves acuáticas y seres rientes; solo impera un silencio abrumador, roto ocasionalmente por el lamento del viento entre los escombros.
Las antiguas metrópolis, orgullo de la civilización de Zahor, son ahora solo ruinas cubiertas por el hollín, como osamentas expuestas de prodigiosas criaturas ahora extintas. Sus relucientes cúpulas y pináculos se han desmoronado por la guerra, y sus plazas vibrantes de música y debates intelectuales se hallan desiertas, recorridas solo por cenizas arrastradas por el viento.
Zahor, ubicado en un brazo exterior de la Vía Láctea, fue uno de los primeros planetas habitados en esta región del universo. Gracias a su posición privilegiada y la visión de sus fundadores, Zahor y su sociedad había alcanzado un elevado nivel de desarrollo tecnológico, suficiente para explorar y obtener energía a nivel interplanetario.
Por mucho tiempo sus habitantes vivieron en armonía con la naturaleza, dedicados a expandir las fronteras del conocimiento en todo lo relativo al espíritu y la mente. Sus majestuosas ciudades eran centros de aprendizaje que atraían a pensadores de todo tipo. Sus avances en energía fotónica y biomecánica eran envidiables en toda la galaxia.
Pero Zahor, la perla de este brazo de la Vía Láctea, ahora es un mundo marchito. La desolación se siente en cada rincón, desde las ruinas antiguas hasta el cielo perpetuamente nublado. El futuro del otrora glorioso planeta se ve sombrío e incierto.
Los culpables de semejante destrucción son los gobernantes de Zahor: los mellizos Hevel y Kayin. Tan parecidos físicamente como diferentes en espíritu, compartían cabello negro azabache y ojos ámbar que reflejaban la tenue luz de Antares, su sol natal.
Pero donde Hevel tenía facciones afiladas y una mirada penetrante, Kayin era de rasgos suaves y una mirada inquieta que delataba su ímpetu interno. La voz profunda de Hevel contrastaba con el tono vibrante de su hermana.
De niños, eran inseparables, siempre tomados de la mano. Pero la adolescencia trajo las primeras divergencias entre la mente analítica de Hevel y el espíritu indómito de Kayin. La cercanía infantil se esfumó, reemplazada por distancia y silencios incómodos. Para cuando asumieron el trono, eran como dos desconocidos obligados a compartir un reino.
Hevel, cerebral y metódico, buscaba imponer su ideal de orden. Kayin aborrecía esas restricciones y anhelaba explorar el universo. Los hermanos encarnaban razón frente a pasión, orden versus libertad. Sus diferencias los condujeron al conflicto fratricida que dejó Zahor en ruinas.
Pero a pesar de todo, Hevel y Kayin compartían una implacable ambición por el mineral nefesh oculto en la luna Tévar. Convencidos de que su poder inclinaría la balanza de la guerra a su favor, estaban dispuestos a todo por obtenerlo.
Kayin soñaba con crear naves invisibles para tender trampas mortales a las fuerzas de Hevel. Él, por su parte, veía en el nefesh la energía necesaria para acelerar su progreso tecnológico. Ambiciones militares y tecnológicas se entremezclaban en los sueños de grandeza sobre el codiciado mineral.
Aunque su poder aún era un misterio, su existencia avivaba la discordia entre los hermanos. ¿Lograría alguno dominar el nefesh y cumplir sus propósitos, o acaso este rebasaría todo lo que osaban imaginar?
Las imágenes de Tévar que llegaban al laboratorio de Kayin avivaron su imaginación sobre el potencial del nefesh. Examinando una muestra del mineral al microscopio, la científica jefe se maravilló de su compleja estructura orgánica.
-¡Es similar al ADN! Si lo integramos al genoma humano, podríamos crear soldados con habilidades sobrehumanas y aplastar las fuerzas de Hevel - especuló entusiasmada con su equipo.
Del otro lado del planeta, ajeno a estos planes, Hevel recibía un alentador reporte de sus expertos. El nefesh podía convertirse en una fuente de energía casi ilimitada, incluso en pequeñas cantidades.
-Adaptándolo como combustible, daría poder a enormes máquinas de guerra y fábricas y asi someter económicamente a Kayin - señalaba el informe ante un sonriente Hevel.
Cada bando, en su respectivo aislamiento, creía así tener la clave para la victoria definitiva. Para Kayin, los soldados supe humanos son imbatibles. Para Hevel, un imperio tecnológico inagotable. La confrontación final parecía inevitable ahora que el codiciado nefesh alimentaba ambiciones desmedidas.
Así, sin sospechar los avances del contrario, los dos reyes veían en el mineral extraterrestre el instrumento para concretar sus sueños de supremacía absoluta. La guerra entraba a una nueva y más peligrosa fase.
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Ashes of Hope
FantezieEn un planeta devastado por la guerra entre dos reyes mellizos, un hechicero siniestro los transporta a un mundo paralelo donde deberán enfrentar pruebas descarnadas que los llevarán a cuestionar sus ambiciones. En esta dimensión espectral, explorar...