CAPÍTULO III

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Ainara Renaldi

Me trago la rabia solo para no darle el gusto a ese idiota engreído. Me dijo puta de la manera más solapada que se le ocurrió y si no hago uso de mi mal humor más arraigado, es solo porque mi padre llega y logra hacer que me muerda la lengua.

Nunca antes fui testigo de un encuentro de mi padre con alguno de sus enemigos y no es algo que pensara con regularidad. Pero ver la interacción inexistente entre ambos, dos de los capos más poderosos de New York, no era definitivamente lo que esperaba.

Y sí, sé que Enzo todavía no se considera como el cabeza de su familia, pero es evidente que hace mucho todo recae sobre él.

De no ser así, mi padre no estuviera aquí. Un simple soldado o un alto cargo, pero menos que simplemente capo, no sería suficiente para arrastrar su culo hasta el club donde su hija pretendía emborracharse. Pero aquí está.

Y eso me dice suficiente.

«Estoy en problemas», gruño ante esa realidad golpeándome. No puedo siquiera maldecir en voz baja.

Enzo Cavalieri no se inmuta ante el Capo de la Camorra Renaldi. No deja de beber su whisky y no hace caso a la regla que todos tienen que seguir en New York si desean sobrevivir a la mafia: No se mira dos veces a Ainara Renaldi.

Eso es demasiado simple de ignorar para el cabrón que tengo enfrente. Se lo pasa por el forro de sus cojones.

Sin embargo, hay algo que sí cambia su postura, un ligero cambio que no me pasa por alto porque no quito mis ojos de él. La voz de Rafaello logra irritarlo cuando me llama por mi nombre y me ordena que lo acompañe. El músculo que se contrae en su mejilla es el indicio que necesitaba encontrar para confirmar que el tipo sí que siente algo, así sea fastidio.

No sé cómo interpretar su reacción, pero no me voy a quedar a averiguarlo. Mi padre me repite la orden y no puedo hacer más que cumplir. Me levanto de mala gana y me alejo de la zona VIP con Rafaello pisándome los talones y dejando atrás a Katya y a Chiara.

Ellas están demasiado drogadas para entender lo que pasa y cuando se está en presencia de mi padre, no hay manera de mostrar compasión.

Katya y Chiara están follando al enemigo. Uno que pasó por alto la presentación de su rival directo, como si no valiera la pena sacar la polla del coño de la noche solo para mirar por encima del hombro y asegurarse que no hay riesgos.

Por más que me gustaría tener amigas al día siguiente, no puedo intervenir. No después de lo que acaba de pasar y en lo que puede que termine.

—Señorita Renaldi —saluda Vitali con su cabeza cuando llego a su lado.

Yo ruedo los ojos y sigo de largo, sin mirarlo y gruñendo con molestia. Me jode que sea mi niñera la mayor parte del tiempo, pero lo que hizo hoy fue llevarlo todo demasiado lejos.

«Este encuentro con Enzo fue tan inesperado para él como para mí. No tengo dudas».

—Vete a la mierda, Vitali —declaro, con la rabia deslizándose fácil por mi lengua.

—Compórtate, Ainara —interviene Rafaello con su tono autoritario del carajo.

Aprieto mis dientes para no voltearme y darle un puñetazo en toda su cara.

«Él no me da órdenes, ¡maldita sea!».

—Vete a la mierda tú también, Rafaello.

Me adelanto dos pasos, avanzo con rapidez y me meto entre los cuerpos sudorosos y en movimiento. La música retumba en toda la pista y cada vez, la euforia a mi alrededor es aún mayor.

Lealtad Comprada - Crónicas de la Camorra 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora