CAPÍTULO IV

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Enzo Cavalieri

—¡Maldición! ¿Qué te pasó?

El chillido de Sara me irrita, gruño de molestia. Me palpitan los oídos y ella no coopera.

—Nada nuevo, Sara. Busca el botiquín y deja de actuar como si fuera la primera vez.

Los ojos marrones se mueven por mi cuerpo, buscan el motivo por el que mi camisa está manchada de sangre, pero yo no parezco alterado en lo más mínimo. Al menos, no más de lo que suelo estarlo.

Corre lejos de mí con su bata de dormir a medio poner, mientras me dejo caer en el sofá del amplio loft. Saco mi arma de la cinturilla de mis pantalones y la dejo sobre la mesa de centro. El ardor en el brazo es soportable, la puta bala solo me rozó, pero me sacó momentáneamente del enfrentamiento y ahora estoy frustrado.

Quería matar a unos cuantos, lo necesitaba. Un encuentro fuera del Velvet Underground, con mis enemigos, no es nada nuevo. Son demasiados años de resentimientos, como para ignorarnos cuando estamos en el mismo puto lugar.

Pero algo se sintió diferente hoy.

La Bratva estaba a la espera. No me quedan dudas.

Roman Stepanov es lo suficientemente fuerte para mostrar una cruda resistencia en su intento de apoderarse de la ciudad, pero es un estratega frío, calculador, solo por eso lo respeto. Lo que hoy pasó no está en su manera de actuar, a no ser que haya decidido tomar medidas drásticas. Eliminar a los pesos pesados de la Camorra de un solo tiro hubiera sido un buen golpe, si no hubiera fallado. Ahora tiene dos jodidas dianas en su espalda.

La mía que pide venganza y la del Renaldi, que se las ajustará también.

Pero no es eso lo que me hace darle vueltas a todo, sino el hecho de que era Gabriele Cappellari quien estaba en el club cuando tuve mi encuentro con Marcelo Renaldi. El jefe de la Cosa Nostra no se acercó, pero su presencia fue suficiente muestra de que mi encuentro con la princesita tuvo consecuencias de todo tipo. La ley del club prevaleció, pero a la salida todo se fue a la mierda con los rusos.

«Eso me tomó en parte desprevenido y me jode».

Los pasos acelerados de Sara me traen al presente. Carga el botiquín de primeros auxilios y se deja caer ante mí cuando llega a mi posición.

—Whisky —exclamo, antes de que vaya a por mi camisa.

El río rojo que sale de mi herida y mancha la blanca tela la hace mirarme horrorizada.

—Rápido —ordeno, cuando veo que no se mueve.

Reacciona, sacude la cabeza y se aleja con rumbo a la mesa de bebidas que tiene en la barra del mini bar.

—Trae la botella. —No tiene caso un puto trago.

El brazo me duele, pero estoy acostumbrado. No es la primera vez y, ciertamente, tampoco lo peor a lo que he sobrevivido. Por eso ruedo los ojos con su maldita actitud nerviosa y me bebo de un trago lo que me sirve. El alcohol quema en mi garganta, pero es bueno sentirlo.

—¿Qué pasó? —pregunta con una preocupación en sus rasgos que no me interesa ver.

—Nada que te importe.

La mueca de desagrado no la evita, mientras comienza a despojarme de mi ropa. El ceño entre sus cejas me advierte de que no está tolerando mi actitud.

—Si voy a curarte, al menos dime quién hizo esto.

Chasqueo la lengua en lugar de lanzarla lejos de mí, como quiero hacer justo ahora por su atrevimiento.

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⏰ Última actualización: Mar 22 ⏰

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Lealtad Comprada - Crónicas de la Camorra 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora