4. Cenando con fantasmas

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20 de junio de 2019

Me despedí de las chicas del equipo caminando del brazo con Daniela, que estaba igual de sudada y agotada que yo.

—Qué día, creo que el entrenador quiere matarnos —tomó un sorbo de agua, su cara reflejaba el cansancio.

—No tanto como el de matemáticas. ¿Era necesario tanta tarea? Creo que puedo ver las ecuaciones flotando en mi mente.

Mira, quién está en las escaleras —señaló con su cabeza a Estefany, que miraba la cancha ya vacía—. Sí, no fuera una perra, hasta sentiría lástima.

Sentí un leve pinchazo en el pecho al ver la frustración en su rostro. Jamás me había llevado bien con Estefany; desde pequeñas, se había encargado de convertir nuestras vidas en una competencia constante. Si yo hacía algo, ella tenía que hacerlo tres veces mejor. El problema es que académicamente era bastante deficiente y, con los chicos... Bueno, no es un tema que particularmente me interesara, así que no me importaba si salía con los chicos más codiciados de la escuela. Pero eso parecía irritarla aún más.

La gota que rebasó el vaso fue cuando hicimos las pruebas para entrar al equipo de fútbol. Fue la primera vez que Estefany competía por algo que realmente quería. Yo ni siquiera me había inscrito a las pruebas cuando ella ya lo había hecho, sin intención de pertenecer al equipo. Pero Daniela me había convencido de al menos intentarlo para que estuviéramos juntas. Sin embargo, en el fondo, sabía que esto significaba una carga extra sobre mis hombros.

Antes de las pruebas, ni siquiera podía decir que me gustaba el fútbol. Solo estaba cumpliendo el capricho de mi mejor amiga. Eso definitivamente hizo que Estefany me odiara cuando, al momento de los resultados, yo entré al equipo y ella no.

Recuerdo los gritos hacia el entrenador, quien solo le dijo que no tenía el peso adecuado y que era tan frágil como un espagueti. Mientras sus lágrimas caían, una parte de mí se sintió mal. No porque me compadeciera de ella, sino porque me dolía ver el abismo de su frustración.

—Es muy triste —le dije a Daniela, sin despegar la mirada de mi prima, que al verme me mostró su dedo corazón.

—Ella empezó, tú solo eres el karma —me arrastró fuera del campo, pero el peso de la situación me hizo dudar.

—No es del todo su culpa —respondí, aunque sentía el nudo en mi garganta—. Es culpa de nuestra familia, siempre nos compararon.

—Eso es una excusa a medias. Con Daniel siempre nos compararon y nosotros nunca nos llevamos mal —replicó.

—¿Hablan de mí? —ambas nos giramos para ver a Daniel acercándose—. Al fin tienen un tema de conversación interesante y valioso.

Ambas rodamos los ojos, pero su presencia no logró aliviar el malestar que sentía.

—No hablábamos de ti, sino de Estefany —Daniel miró a su hermana con disgusto.

—¿Por qué? ¿Acaso se les atrofió el cerebro o definitivamente no hay nada bueno de qué hablar?

—No seas idiota —le atiné un codazo—. A nuestra querida Irene le dio remordimiento por estar en el equipo.

—Eso es solo un poco de todo lo que tu prima se merece —me pasó un brazo por los hombros, dándole la razón a Daniela.

—Tampoco fue tan mala —dije en un absurdo intento de defenderla.

—En la fiesta de tus quince llegó con un vestido del mismo tono —me recordó Daniela.

—Tampoco es que mi fiesta me gustara —murmuré, un golpe de tristeza surgiendo de la memoria.

—Te tiró un refresco el primer día de clases y, de paso, cambió tu alarma para que llegaras tarde y hicieras un desastre —mencionó Daniel.

 Irene Donde viven las historias. Descúbrelo ahora