Capítulo 3.

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Me mire una vez más al espejo observando mi ropa, no era la más elegante y ni siquiera sabía porque estaba pensando en si era o no elegante; en Nueva York estaba lloviendo así que me había puesto lo primero que encontré, solo una simple camisa de cuello de tortuga en un color beige oscuro, unos pantalones de cintura alta en un color café claro y un tipo de chaqueta de tela suave y fina de a cuadros en un color verde, resaltaba aún mejor mis ojos y mi cabello rubio y seguía abofeteándome mentalmente por pensar en cosas como esas.

Tomé mi maletín antes de salir de mi vestidor y encontrarme con Agustín esperándome ahí afuera, con su cuerpo apoyado contra la pared y mirando a todo el ser que pasara frente a él, rodeé los ojos y camine hasta la salida tratando de ignorarlo pero solo bastaron cuestiones de segundos para que él estuviera detrás de mi.

—Déjame ayudarte —lo escuché decir y mi mirada fue hasta él.

¿Por qué no vas y ayudas a los que veías? —lo mire con enojo y Agustín sonrió de lado.

—Dale, Santi. No los estaba viendo, tal vez mi imagen se tergiversó —murmuro segundos después de quitarme el maletín y cargarlo en su hombro.

Sos un pelotudo.

Su mano sujeto la mía y lo mire por unos segundos, entonces lo sentí acercarse y su aroma golpeó mi nariz, desvié mi mirada para no verlo a los ojos pero él sujeto mi mentón y me obligó a hacerlo, sus ojos claros se encontraron con los míos y su sonrisa ladina y pícara me seguía a todos lados.

—Vos sabes que solo te miro a vos.

¿Querés que me trague esa mentira? —pregunté articulando con mis manosy Agustín sonrió un poco.

—¿Tan difícil sos?

Me encogí de hombros—. Tengo que convivir con alguien que me rompe las pelotas. Por obligación.

—Eso no dijiste esa noche. Déjame que te explique las cosas.

Su agarre se hizo más fuerte y firme y mi mirada se encontró con la suya, vi ese brillo oscuro en sus ojos una vez más y negué con la cabeza antes de soltarme y seguir mi camino.

Agustín y yo nos habíamos conocido al menos unos tres años atrás, cuando yo tenía veintidós y él veintisiete; nuestra relación se formó por algo no muy convencional, era un virgen que no sabía lo que hacía y Agustín estaba ahí, durante al menos un año las cosas entre ambos cambiaron hasta que esa noche llegó, la noche que me pregunto si quería casarme con él y yo acepté, jamás creí que lo que decían de él, era real, hasta que me tocó vivirlo en carne propia.

Llegamos hasta el estacionamiento donde me condujo hasta su auto y me abrió la puerta, dejó mi maletín atrás y yo subí de copiloto, cerrando la puerta y cruzándome de brazos antes de verlo rodear el auto y subir de piloto, lo encendió y lo sacó del estacionamiento.

Caían ligeras gotas de lluvia sobre los cristales, empañándolo ligeramente con el calefactor que Agustín había encendido.

¿A donde me llevas? —pregunté mientras lo miraba de reojo antes de seguir con mi inspección en las calles de Nueva York.

—¿Estas ansioso? Podemos pasar comprando comida y comer en mi departamento, está lloviendo y se como te pones de la gripa.

¿Cuál es tu plan, Agustín? —pregunté mirándolo con los ojos entre cerrados.

El auto paró por el semáforo y su atención se puso en mi, sus ojos en los míos. Su aroma se mezclaba con el mío dentro de aquel auto y aunque la atmósfera era acogedora y adormecida, no quería caer una vez más en él, ambos sabíamos como había terminado todo lo nuestro y como se supone que esto debía terminar, conocía también a mi hermana, sabía que no tardaría mucho en regresar y seguir con su farsa, por esa razón, tampoco quería caer.

Un corazón en silencio (LIBRO #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora