Capítulo 6

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Candice


—¿Es nuestra hija? —inquiero, aunque en mi interior intuyo la respuesta.
—Sí —responde a mi pregunta y me piernas flaquean. Agradezco que Terrence no me haya soltado todavía porque gracias a su apoyo es que sigo de pie. Mi mirada se posa en la coronilla castaña de… mi hija.
Dios, tuna hija. Tengo una hija. La niña que me abraza con tanto fervor y que no reconozco es mi hija. Nuestra hija. Una sensación agridulce invade mi corazón. Por un lado, la alegría del reencuentro, de sentir el cariño que me transmite con su apretado abrazo, y por el otro, la tristeza de no poder recordar nada sobre ella.
Desvío la mirada de la cabellera castaña de la nena para ver a Terrence. Él no dice nada, se limita a observarme. Desconcertada noto que está inquieto, nervioso tal vez. Quiero preguntarle, mas solo me toma unos segundos darme cuenta por mí misma del motivo. Teme que mi pérdida de memoria lastime a Nathalia, que quizá la rechace. Pero es nuestra hija, ¿cómo podría?
—Candy, hija, vamos arriba para que te recuestes —interviene Eleonor, pero Nathalia se aferra más a mí.
—Nathalia, por favor —le habla Terrence—, permite que suba a descansar. El doctor Rivers indicó que debe guardar reposo unos días.
La niña despega su carita mojada de mi vientre y me mira con sus ojos verdes brillantes de lágrimas.
—No vas a irte, ¿verdad? —dice con la voz ronca.
—Claro que no —le digo para tranquilizarla, pero en mi interior una duda se enciende al ver su rostro. Imaginaba a una niña pequeña, de tres o cuatro años. Cinco, tal vez. Pero esta nena tiene por lo menos ocho años. Si intento hacer cálculos las fechas no coincidirán, con todo, sé que mi mente está muy revuelta y prefiero no detener a pensar en ello a fondo. Estoy segura de que debe haber una explicación para eso. No menciono nada al respecto para no incomodarlos, ni ella ni Terrence tienen la culpa que mis recuerdos no estén claros. Tampoco tengo por qué dudar de las palabras de Terry, es mi esposo. ¿En quién voy a confiar si no es en él?
—Madre, puedes acompañar a Candy arriba, por favor. —Terrence quita su brazo de mi cintura, pero no me suelta por completo, me sostiene de la mano, misma que Eleonor toma para ocupar el lugar de mi esposo.
—Vamos, querida. Subamos.
Intento seguirla, pero Nathalia sigue aferrada a mi cintura.
—Nathalia, ven conmigo, por favor. —Terrence posa su mano en el bracito de la niña, pero no la obliga a apartarse de mí.
—Anda, cariño, ve con él —la animo. Imagino que el propósito de Terrence es hablar con ella y explicarle la situación. Si bien quisiera estar más tiempo con ella, no me siento con la energía para fingir que no sucede nada.
—Está bien —susurra con su vocecita constipada, sus pestañas húmedas brillas mientras me mira a través de ellas.
—Con cuidado, querida. —Eleonor me sostiene mientras avanzamos por el vestíbulo.
Estamos subiendo las escaleras cuando un retazo de la conversación entre Terrence y Nathalia llega hasta mí.
—Ven, Nathalia. Hablaremos en la biblioteca.
Algo dentro de mí se sacude, una especie de inquietud que no comprendo. Como tampoco entiendo por qué Terry es tan frío con la niña. Debe estar asustada, necesita cariño, que la mimen y le digan que todo está bien no que la llamen a la biblioteca como si fuese a ser castigada por alguna travesura.
Al llegar arriba Eleonor me conduce hasta una puerta ubicada a la derecha de las escaleras.
—Esta es la habitación de Terry —dice cuando abre—. Pocas veces la ocupa, pero siempre está lista para él.
Intento hacer memoria y traer un recuerdo a mi mente sobre este lugar, pero no lo consigo. Lo único que obtengo es una punzada en las sienes, lo que probablemente también se deba al esfuerzo que me supuso subir las escaleras. Y no es que me sienta fatigada, es más una especie de embotamiento que me hace sentir extraña.
—Te traeré ropa cómoda para que te cambies antes de acostarte. —Eleonor está de pie frente a mí, acaba de ayudarme a sentarme en el borde de la cama.
—No es necesario —replico, pero ella insiste.
—No te preocupes, vuelvo enseguida.
La puerta se cierra a su espalda y yo me quedo ahí sin saber qué hacer. A pesar de la familiaridad y el cariño con que me trata Eleonor, hay algo en el ambiente que me hace sentir como si fuera la primera que pongo un pie aquí. Los muebles, las cortinas, los cuadros que decoran las paredes, nada me resulta conocido. Aprieto mis sienes con mi pulgar e índice porque la punzada que sentí antes está convirtiéndose en un agudo dolor. Este último me recuerda mi condición; esto hace que me relaje, es natural que me sienta una extraña en este lugar. Por muchas veces que haya estado antes aquí, al no tener memoria es como si fuera la primera vez.
No tengo tiempo de seguir dándole vueltas al asunto porque Eleonor llama a la puerta un par de veces y luego entra con la ropa que prometió.
—¿Deseas que te ayude? —Deja unas prendas de color verde musgo sobre la cama.
—No quiero molestarte.
—Tonterías, Candy. ¿Por qué iba a ser una molestia? —dice al tiempo que me tiende la mano para ayudarme a levantarme.
Acepto su mano y dejo que me quite el abrigo.
—No te pregunté si deseabas un baño —comenta, su ceño fruncido me provoca una sonrisa—, si quieres puedo pedir que llenen la bañera para ti —ofrece.
—Tal vez más tarde —respondo porque, aunque me apetece asearme, el dolor de cabeza es cada vez más intenso, no creo poder soportar la tarea.
—De acuerdo.
En silencio me ayuda a quitarme el vestido. Soy enfermera y estoy acostumbrada a ver cuerpos desnudos, sin embargo, eso no impide que me avergüence un poco que mi suegra me vea en interiores.
Está poniéndome el camisón por la cabeza cuando la puerta de la habitación se abre.
—¿Candice, cómo…? —Es Terrence. Por el rabillo del ojo, luego de que el camisón haya pasado por mi cabeza veo que se queda de pie a pocos pasos del umbral.
—Hijo, debiste tocar antes. No puedes entrar sin preguntar —lo reprende Eleonor, quien se apresura a bajar el camisón para cubrir mi torso y después el resto de mi cuerpo. La prenda es bastante larga, cubre hasta mis tobillos, pero tiene un escote profundo en el frente.
—Lo-siento, madre.
Una sonrisa tira de mis labios al verlo tan avergonzado, no estoy segura por la distancia que nos separa, pero incluso parece haberse sonrojado.
—Por fortuna es mi esposo y no necesita pedir permiso para entrar —bromeó, pero en realidad estoy defendiéndolo de la regañina de su madre.
Eleonor abre la boca con la intención de decir algo, pero tan pronto como lo hace vuelve a cerrarla. Niega con un gesto de la cabeza y luego dice:
—¿Dónde está Nathalia?
—Aquí estoy. —La niña, mi hija, sale de detrás de Terrence.
Tiene una sonrisa tímida y por su expresión, intuyo que ya está al tanto de todo.
—Ven aquí, cariño. —Extiendo una de mis manos, invitándola a que la tome.
Ella corre hacia a mí y se aferra con su pequeña mano a la mía. Me siento en la cama y la jalo con suavidad para que ella haga lo mismo junto a mí.
—¿Qué pasa? ¿estás triste? —inquiero al notar su mirada cabizbaja y sus ojitos enrojecidos.
Asiente, pero no me mira.
—¿Quieres contarme por qué?
Se queda en silencio por varios segundos con la mirada en el suelo. Luego mira a Terrence que sigue de pie, pero se ha acercado a la cama. Eleonor ya no está, imagino que se fue para darnos privacidad de arreglar el asunto como familia.
Terrence le hace un gesto de ánimo al tiempo que le dice:
—Está bien, Nath. Puedes hacerlo.
El diminutivo con que acaba de llamarla hace algo en mi corazón, como si este lo reconociera. Me emociono por ello y unas cuantas lágrimas se acumulan en mis cuencas, las cuales limpio con disimulo.
—¿Es verdad que no te acuerdas de mí? —La vocecita cálida y tímida de Nath expresa tanto dolor que este me atraviesa por completo. Mi corazón sufre al mirar su perfil, pues se rehúsa a mirarme.
Dios, ¿cómo es posible que esté haciéndole tanto daño? No quiero herirla más, aun cuando no recuerdo su rostro, mi corazón comienza a reconocerla. Tomo su pequeña mano y la llevo a mi pecho.
—Aquí sí te recuerdo, cariño —le digo con nuestras manos sobre mi latido—. ¿Lo sientes? Cada latido me dice que sí te conozco, que eres parte de mí.
—¿Es cierto? ¿no estás mintiéndome? —susurra, su mirada verde me mira con anhelo.
—Por supuesto que es cierto.
—Pero él dijo…
—También es verdad lo que tu padre dijo —afirmo, sus ojos se agrandan con sorpresa y enseguida agrego—: pero eso no quiere decir que ya no te quiera. Mi corazón sabe que estás aquí.
Ella ya no me mira. Sus ojos están de vuelta en Terrence. La veo negar con un gesto de la cabeza.
—Él no es mi papá —dice. Y mi corazón se detiene.


🌼🌼🌼

Nuestra historia estaba incompletaWhere stories live. Discover now