Capítulo 2

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—¡Candy! —Nathalia patina hacia mí con su cuerpecito metido en un delicado vestidito de encaje y satén, deslizándose por la pista de hielo. La faldita azul de tul se mueve con cada patinada.

Le sonrío porque no hacerlo lastimaría su tierno corazón, sin embargo, el mío hace rato que está sangrando. Mis ojos quieren regresar a la mesa de jueces, pero los retengo a pura fuerza de voluntad. Mirarlo, aunque sea a esa distancia, me lastima profundamente. Y por más que quiera volver a reflejarme en sus hermosos ojos sé que es imposible.

—¡Lo hice, Candy! —Los bracitos de Nath me rodean por la cintura y yo le devuelvo el gesto. Mi mano derecha se posa en sus cabellos rubios recogidos en un apretado moño, la otra está en su espalda.

—Estoy muy orgullosa de ti, cielo. —Miro hacia abajo encontrándome con sus ojitos verdes repletos de lágrimas—. Cariño, ¿por qué lloras? —pregunto preocupada.

—Es que estoy muy feliz —musita y a mí se me rompe el corazón, pero esta vez por un motivo diferente.

Limpio las gotas saladas que ya han comenzado a caer por sus mejillas sin hacer caso de las mías. Quien me vea pensará que son por la misma razón que las de Nath, no obstante, aunque estoy muy feliz porque su sueño no terminara hoy, el recordatorio viviente de que mi propio sueño jamás podrá cristalizarse me dejó en carne viva. Así que me agarro a la excusa que Nath me da sin darse cuenta y permito que mi dolor fluya a través de mis lágrimas.

—¿También estás feliz? —pregunta con toda la inocencia de una niña de ocho años.

—Mucho, cariño —afirmo porque no hay otra respuesta que pueda darle.

El bullicio de las otras niñas finalistas que también son felicitadas por sus acompañantes nos rodea y vuelvo a ser consciente del lugar y espacio en el que estamos. Rompo el abrazo con suavidad e impongo una sonrisa en mi semblante.

—Vamos, cielo. Debemos cambiarte de ropa. —Tomo su mano para salir de esa zona e ir al área de camerinos, pero recuerdo que primero debo quitarle las cuchillas así que me agacho para hacerlo.

En el camino a los camerinos tropezamos con la gente de la fundación que organiza la competencia. Una mujer de mi estatura y que me recuerda un poco a la abuela Martha nos detiene antes de que entremos al cubículo improvisado que funciona como camerino.

—Felicidades, Nathalia. —La sonrisa de Nath no puede ser más grande cuando la mujer se dirige a ella.

—Gracias.

Su vocecita tímida me hace sonreír de verdad esta vez.

—Mañana estará disponible la pista a partir de las ocho de la mañana. —La mirada de la mujer se posa ahora en mí—. Sin embargo, hemos preparado un pequeño programa para que todas las pequeñas tengan la oportunidad de practicar —explica mientras me tiende una hoja de papel.

—Gracias. —Acepto el papel y enseguida verifico la hora en que podremos disponer de la pista.

—¿A qué hora podemos venir, Candy? —pregunta Nath, impaciente.

—Es el turno de la tarde, querida.

—¡Qué bien! Podremos dormir toda la mañana —sonríe encantada.

—Sean puntuales, por favor —apunta la mujer y aunque su tono es serio, su mirada pícara la contradice.

—No se preocupe, lo seremos. —Mis mejillas están sonrojadas por la vergüenza que Nath acaba de hacerme pasar.

La mujer se va y es hasta ese momento que me doy cuenta que no nos dio su nombre. Sacudo la cabeza desechando el asunto. Entramos al camerino y el parloteo de otro par de niñas nos recibe. Una de ellas está casi lista para marcharse, lleva puesto un lindo vestido con flores amarillas.

Nuestra historia estaba incompletaWhere stories live. Discover now