No Me Gustan Los Isekais

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30 de junio del presente año.

—¿Hm?— Un joven de 21 años paseaba en su bicicleta por las calles de su barrio natal, de nombre "Hector Cobos" en el pais ombligo del mundo Ecuador. Mientras pedaleaba, meditaba sobre sus pensamientos, sumido en una mezcla de nostalgia y frustración. Ecuador, un país hermoso, lamentablemente estaba siendo consumido por el caos de las drogas y las pandillas, pareciéndose cada vez más a México. El joven suspiraba, sintiendo que la situación empeoraba con cada día que pasaba.

—Creo que fui un patán con ella... Aunque se lo merecía, esa zorra—murmuraba mientras pedaleaba. Había terminado una relación que no sabía si debía haber sostenido en primer lugar, y se preguntaba si su decisión había sido correcta. Recordaba la humillación pública a la que la sometió, aunque se repetía a sí mismo que ella lo merecía.

Sin embargo, su introspección fue interrumpida bruscamente al doblar una esquina. Absorbido en sus pensamientos, no vio lo que estaba por suceder: un camión avanzaba hacia él como si fuera un accidente premeditado.

—¡Shuuuiimmm! ¡Pum!— El estruendo del frenado y el impacto del vehículo retumbó por la calle. Uno pensaría que su vida había terminado, dado el brutal golpe, pero sorprendentemente, el joven de piel morena seguía con vida. Y más sorprendente aún: estaba furioso.

—¡Hijo de puta!— gritó lleno de rabia, levantándose del suelo como si nada hubiera pasado, con apenas un raspón en el codo y un pantalón rasgado en la pierna, que por poco fue aplastada por el neumático del camión. Ignorando el dolor, su atención se centró en su bicicleta. La llanta delantera estaba doblada, mientras que la trasera parecía intacta, pero la frustración lo consumía. "Qué odio siento ahora mismo", pensó, mirando hacia el conductor.

Este hombre, en lugar de estar inconsciente por el choque, yacía dormido al volante.

—¡Hijo de perra, estás dormido!—gritó el joven, acercándose al camión. Desde el asiento, el hombre murmuraba incoherencias:

—Quiero más... Mami, dame más...— balbuceaba el conductor, un hombre de piel morena y aspecto desaliñado. Emanaba un hedor inconfundible: alcohol.

—¿Dónde estoy...? ¿Eh? ¿Mi camión? ¿Está roto? Mierda... me estrellé contra un poste... ¡Ah, una bici! Un pendejo... seguro está muerto... Mejor corro... no quiero pagarle a un vigilante como la última vez que maté a esa niña estúpida... ¡solo porque no quiso acostarse conmigo, y tenía trece años!—

Al escuchar estas palabras, el joven sintió cómo su furia lo consumía. Tenía una hermana menor, y solo pensar en que algo similar le ocurriera a ella lo llenaba de rabia. Con un movimiento rápido, agarró al hombre por el hombro con tanta fuerza que el borracho gritó de dolor, sintiendo cómo las uñas del joven se clavaban en su piel.

—¿A dónde crees que vas, hijo de puta? Me atropellaste y dañaste mi bicicleta, y ahora quieres escapar, ¡pedazo de mierda!— rugió el joven.

El conductor, sin embargo, no parecía intimidado. Tal vez gracias al alcohol, intentó liberarse del agarre girando sobre su talón, imitando torpemente un movimiento de pelea que vio en alguna película de acción. El joven lo detuvo con facilidad, agarrando su mano. Desesperado, el hombre comenzó a gritar:

—¡Déjame ir! ¡Quiero largarme! ¡No sabes quién soy! ¡Puedo mandar a matar a toda tu familia, estúpido pelado de mierda! ¡Soy alguien importante!— Pero el joven ni se inmutó ante las amenazas vacías. Observó al patético hombre frente a él y, recordando sus palabras sobre la niña que había matado, decidió que debía sufrir.

Sin decir una palabra más, soltó la mano del conductor y, sin pensarlo dos veces, levantó el brazo y le propinó un fuerte golpe en la cara. El impacto fue tan brutal que el conductor, a pesar del alcohol, sintió el dolor con toda su intensidad. Aun así, el borracho no se dejó caer.

Esto no es un isekaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora