Capítulo 166 - Seras mi discípulo.

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En el breve instante antes de perder la conciencia, Alex se dio cuenta de su error. Una sonrisa irónica se dibujó en su rostro al reconocer que había sobrepasado sus límites por ambición. A pesar de la oscuridad que lo envolvía, se sentía divertido por la ironía de la situación. «Incluso con todo este poder, todavía hay límites que debo respetar», pensó justo antes de que el silencio lo acogiera por completo.

En brazos de Lucy, los dos se quedaron dormidos en el sofá de la sala. Estela, al verlos tan cómodos y en paz, no quiso perturbar su sueño. Con movimientos suaves y silenciosos, se limitó a cubrirlos con una frazada, protegiéndolos del fresco de la noche.

Más tarde esa noche, en el mundo onírico donde las barreras de la realidad se desvanecen, Alex tuvo un sueño. Se encontraba en un jardín etéreo, donde los árboles susurraban secretos antiguos y las flores desprendían un brillo que parecía contener la esencia misma de la vida. En este lugar, su mente no sentía el peso del cansancio ni las limitaciones del mundo físico. Aquí, Alex era libre para explorar los confines más remotos de su ser.

En su sueño, se vio a sí mismo caminando por senderos de conocimiento, cada paso revelando verdades más profundas sobre la existencia. Sentía cómo su comprensión de la medicina y las artes marciales se entrelazaban, no como disciplinas separadas, sino como partes de un todo mayor, un baile de energía y armonía.

Y entonces, en la distancia, vio una figura. Era un maestro, un sabio que parecía estar hecho de luz y sabiduría. Alex se acercó, y el maestro le habló sin palabras, transmitiendo conocimiento directamente al alma de Alex. Le enseñó que el verdadero poder no residía en acumular conocimiento, sino en comprender la interconexión de todas las cosas.

Al despertar, Alex se encontró con una sensación de renovación. Aunque su cuerpo aún sentía el cansancio del esfuerzo previo, su espíritu estaba lleno de una nueva comprensión. Sabía que, a partir de ese momento, su enfoque en la vida cambiaría. No buscaría dominar cada disciplina, sino entender cómo cada una podía complementar a la otra, formando un equilibrio perfecto.

Lucy, aún dormida a su lado, se movió ligeramente, como si en sus sueños pudiera sentir la transformación que Alex había experimentado.

La fresca brisa de la madrugada acariciaba el rostro de Alex mientras se deslizaba silenciosamente fuera del sofá, procurando no perturbar el sueño tranquilo de Lucy. La penumbra del amanecer apenas se filtraba a través de las cortinas, prometiendo un nuevo día aún no nacido. Con movimientos medidos y un cuidado casi reverente, Alex se liberó del abrazo cálido de Lucy, cuya respiración rítmica era un suave susurro en la quietud de la habitación.

Tras asearse rápidamente, Alex se vistió con ropa deportiva y salió al exterior. La casa, aún nueva y desconocida, se erguía como un faro en medio de la serenidad del vecindario. Los últimos días habían sido un torbellino de cajas, muebles y recuerdos por acomodar, pero ahora, en la calma de la madrugada, Alex podía finalmente apreciar el cambio.

El trote matutino se convirtió en una exploración; cada paso llevaba a Alex más lejos de la vida que conocía y más cerca de la que estaba por descubrir. Las calles vacías resonaban con el eco de sus pasos, y cada esquina revelaba un paisaje nuevo: casas con jardines aún dormidos bajo el rocío, parques que aguardaban las risas de los niños, y el horizonte lejano que se teñía de tonos cálidos anunciando la llegada del sol.

Alex se detuvo en lo alto de una colina, el punto más alto del vecindario, y contempló cómo la luz del amanecer se esparcía como un lienzo sobre la ciudad. Era un momento de paz, un instante suspendido en el tiempo, donde el pasado y el futuro parecían converger.

La colina, bañada por la luz del amanecer, era un santuario de tranquilidad. No muy lejos de donde Alex se detuvo para contemplar el horizonte, dos figuras se destacaban contra el cielo que poco a poco se aclaraba. Una joven de belleza serena y un anciano de porte distinguido compartían el espacio, sumidos en una danza de silencio y sabiduría. La joven, en posición de loto, parecía una estatua, su concentración inquebrantable, mientras que el anciano, con pasos lentos y medidos, orbitaba a su alrededor como un satélite guiado por la gravedad de la meditación.

King Prodigio InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora