1. Confesiones

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No podía esperar más tiempo, tenía que hablar con Damon, necesitaba hablar con él después de todo lo sucedido. Se lo encontró contemplando la chimenea, admirando el crepitar de las llamas con el ceño fruncido, parecía frustrado como si las ascuas escondiesen un secreto que no lograba descifrar. Lo observó unos instantes tratando de adivinar lo que le rondaba por la mente pero finalmente se dio por vencida y entró en la habitación a paso lento pero decidido. Quiso llegar a su altura, tocarle el brazo para que supiese que se encontraba allí con él y cuando sus ojos azules se posasen sobre los suyos, le soltaría todo lo que tenía en mente.

Sí, lo tenía todo planeado.

-Quería disculparme-musitó él sin levantar la vista de la chimenea.

-Bien-resopló al ver cómo una vez más, Damon rompía todos sus esquemas mentales.

-Déjame acabar-la interrumpió algo molesto-. He dicho que quería, después me he dado cuenta de que no me arrepiento.

Su voz sonaba más grave de lo normal y cayó en la cuenta de que estaba enfadado, muy enfadado. Sin embargo, él no tenía ningún derecho a enfadarse con ella. ¡Por Dios, si lo único que había estado haciendo era preocuparse por su vida! ¡Y el muy insensato pensaba morir antes de tomar la cura! ¡Era ella la que debería estar enfadada, no él!

El pecho de Elena subía y bajaba a gran rapidez de pensar en todas las estupideces que había cometido el pelinegro en el día de hoy. La rabia iba apoderándose de su cuerpo y por más vueltas que le diese para intentar exculparlo de alguna forma como solo ella sabía hacer, no lograba comprender por qué el muy imbécil había preferido la muerte antes que quedarse con ella, a su lado.

-Preferías morir a ser humano...-a cada palabra que decía iba aumentando su tono de voz, recriminándole sus actos, haciéndole ver que ella estaba igual de cabreada-. ¿Y pretendes que me parezca bien?

-No tiene que parecerte bien, solo digo que no lo siento-siseó entrecerrando los ojos. ¡Dios, como le molestaba cuando ponía esas caras restándole importancia al asunto, haciendo que todo pareciese una broma!

-¿Sabes que soy en realidad?-preguntó mirándola a los ojos sin esperar respuesta-. Un egoísta.

"Egoísta", había oído muchas veces esa palabra salir de su boca. Odiaba cuando él mismo se tachaba de egoísta pues ella no lo veía de esa forma, a pesar de lo que todo el mundo decía y de que él mismo pusiese tanto esfuerzo por demostrar que efectivamente es ese tipo de demonio que aterroriza a la gente. Quiso quejarse y decirle lo que opinaba al respecto de aquel calificativo, pero no la dejó hablar.

-Por tomar decisiones que te han hecho daño-continuó frunciendo cada vez más el cejo a medida que su mandíbula se tensaba-. Sí, prefería morir antes que ser humano, preferiría morir ahora que pasarme años contigo y perderte cuando sea un viejo decrepito mientras que tú sigas igual. ¡Preferiría morir ahora mismo que pasar mis últimos años recordando todo lo bueno que tenía y lo feliz que era! ¡Porque yo soy así, Elena...! Y no voy a cambiar... ¡Y no hay disculpas en el mundo que engloben todas las razones por las que no te convengo!

Elena se quedó sin habla tratando de compilar toda la información que había recibido de golpe. Es gracioso ver cómo el destino juega con la gente pues era ella la que se había plantado en la sala dispuesta a contarle una retahíla sobre sus pensamientos y ha resultado ser Damon el que la ha tenido callada mientras le profesaba los secretos más oscuros de su corazón.

Suspiró derrotada, no lograba entender cómo este hombre podía llegar a ser un pilar en su vida, un faro en la inmensa oscuridad que los acechaba a ambos. Sinceramente no lo comprendía, pero ahí estaban los dos, de pie junto a la chimenea, enfadados el uno con el otro porque saben que no pueden soportar su propia existencia sin la presencia del otro.

Un verano de ensueño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora