8. Iguales pero diferentes

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Nada más salir al pasillo, un soplo de aire helado inundó su cuerpo. El calor, tanto del vapor del agua como del calentón que tenía encima, había hecho mella en su piel y ahora lo pagaba enfrentándose de golpe al ambiente que reinaba en cada rincón de la casa Salvatore, que no tenía nada que ver al de su cuarto de baño.

Apoyó su espalda contra una de las paredes y se dejó caer, comprobando que estaba exhausto. Sentía que le faltaba el aire pero por más bocanadas que tomase le eran insuficientes, es más, aquel aire congelado no hacía otra cosa que abrasarle los pulmones. Cada célula de su piel era fuego, le quemaba hasta tal punto que tuvo que cerrar los ojos y echar la cabeza para atrás con la esperanza de calmarse pero como supuso, le fue imposible. A su cabeza no hacían más que llegar miles de imágenes de Elena cubierta de espuma mientras que continuos suspiros y jadeos murmurando su nombre, se repetían una vez tras otra en su cabeza.

Maldito renacuajo. Si no hubiese sido por él, no estaría delirando por el casi orgasmo que Elena habría tenido en la bañera ahogándose en su propio placer.

Se apartó el flequillo que se había adherido a su frente, apartándose de un manotazo las gotas de sudor que recubrían su rostro y se quedó mirando a la nada, a la espera de que ocurriese algo. Una tos seca le sacó de su ensimismamiento, recordándole para qué había salido del paraíso en el que se encontraba hace unos instantes. Frunciendo el ceño, se levantó y salió disparado camino de la habitación de donde provenía aquella irritante voz que él mismo se encargaría de extinguir si le volvía a molestar.

-No es el mejor momento para despertarse, Katherine- gruñó abriendo la puerta de golpe produciendo un estruendo que retumbó en cada una de las salas de la casa.

Asustada por el tono grave de la voz de Damon, la aludida dio un respingo desde la cama en la que se encontraba recostada y se llevó las manos a las costillas emitiendo un leve quejido que apenas llegó a los oídos del vampiro. Se giró hasta ver por completo su figura, ignorando el dolor de sus músculos magullados, y advirtió que su ropa estaba empapada a la par que arrugada, tenía las mejillas sonrosadas, la boca entreabierta y las pupilas muy dilatadas. No había que ser un genio para averiguar lo que Damon había estado haciendo antes de ir a su habitación y el saber que el ir a visitarla había sido el detonante de su enfado la hacía sentir victoriosa de alguna forma.

-¿No me digas, acaso estabas ocupado con tu querida Elenita?-inquirió en una especie de ronroneo con el que solía engatusar a todos los hombres que caían bajo su hechizo. Hechizo por el que una vez, Damon cayó preso y del que hasta hace unos pocos años no supo deshacer.

-Precisamente, y ahora si no te importa, mueve tu culo humano lejos de esta casa.

-Me temo que eso no va a ser así, Damon-se limitó a responder alzando los brazos para acomodarse en el colchón de la que ahora sería su cama y dio unas palmaditas en éste para indicarle que se sentara a su lado-. Estoy herida y necesito reposo para curarme.

Damon elevó una ceja ante su respuesta. Ya estaba bastante cabreado con el temita de la interrupción en el baño y lo último que le apetecía era discutir con Katherine, así que se limitó a sentarse de mala gana en el lugar que le indicó.

-Existen los hospitales, guapa –siseó agarrándole fuertemente las mejillas con una mano, provocándola un dolor que no se negó en ocultar.

-Gracias por halago –murmuró con la voz estrangulada mientras se zafaba del agarre del vampiro-, y para tu información, sé de sobra que los hay pero te recuerdo que Klaus está en Mystic Falls por ahí suelto y el estar indefensa en un hospital no es una gran idea –comentó rodando los ojos como si fuese la cosa más evidente del mundo-. Sobre todo teniendo en cuenta que uno de sus propósitos es verme muerta.

Un verano de ensueño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora