Capítulo 1. Encantadas de conocerse

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Las manos le arden cada vez que me toca; y es un detalle que, a la larga, puede que termine adorando más de la cuenta...

O eso es lo único que he tenido tiempo de pensar antes de que esta neurótica que ahora tengo encima me besara.

Son las tres de la madrugada, pero no parece importarle. Ha venido, me ha mirado y ha vencido, así de fácil, como un Julio César malhablado que ni siquiera se ha molestado en usar el timbre de mi apartamento. Aporrear la puerta con un par de gritos era, por lo visto y a su juicio, lo más apropiado dadas las horas.

Supongo que quería hablar conmigo, supongo que necesitaba verme, supongo se sentía tan intranquila como yo y me atrevo a suponer (ya por simple costumbre acumulativa) que estaba deseando que esto ocurriese tanto como yo.

Para ser totalmente sincera, nunca imaginé que después de todo lo ocurrido tuviese las santas narices de presentarse aquí, en plena madrugada, alborotando el edificio casi tanto como mi alma. Ojalá cerrase la boca de vez en cuando, ojalá no fuese tan impulsiva, tan poco racional, tan arrogante; ojalá no volviese a soltar una ristra de sandeces de las suyas... al menos por esta noche. Ojalá fuese de otra manera y a la vez no, porque me gusta así, la deseo así; desde siempre.

Soy muy consciente de dónde me estoy metiendo, de todo lo que esto conlleva... otro lío más, un nuevo entuerto que resolver y otro dolor en las entrañas con el que lidiar en cuanto amanezca y se largue (o la eche, quién sabe). No debo, pero a la vez quiero, y es que odio lo mucho que necesito ese temblor de sus dedos en mis caderas, ese sabor a vino barato adornando el borde de sus labios y los gemidos que es incapaz de controlar cada vez que consigo morderle la boca una vez más, esa boca tan insolente y deslenguada que terminará siendo mi perdición si no se echa atrás, si no se frena, si no acaba con esto, si no detiene lo que está ocurriendo justo ahora, lo que está haciendo conmigo, lo que ambas llevábamos tanto tiempo buscando.

Porque yo no puedo ni quiero pararlo.

Joder, Sadie; tú tampoco lo hagas.

.

.

.

Las manos me arden cada vez que la toco; y es un detalle que, por lo pronto, puede hacerme parecer una tremenda gilipollas...

Yo he venido aquí a hablar de mis problemas, de mi problema principal, ese problema que, realmente, sigue siendo ella desde el día en que la conocí.

Dos toques en la puerta bastarían, pero puede que me haya pasado con los puñetazos. Mañana le echaré la culpa al vino, aunque puede que lo culpe no solo del alboroto en la entrada del apartamento de esta tía, sino por un par de cosas más.

Un par de cosas relacionadas con otro par... que no puedo sacarme de la cabeza desde hace, concretamente, tres minutos: los mismos tres minutos que he tardado en reaccionar ante su escote desde que ha abierto la puerta.

Y bum. Todo a la mierda. Mi determinación, mis ideas, mi discurso preparado (que sirva para algo la carrera de periodismo), todo empujado hacia la más absoluta y reverenda mierda. ¿Por qué? Le echaría la culpa a sus tetas, como bien acabo de hacer, pero la verdad es que siempre la tuvo ella. Ella al completo. Ella en todo su ser. Sus ojos, su boca, su modo de hablar, la forma en la que se mueve y la manera que tiene de mirar.

No puede recibirme de esa guisa y esperar que...

Bueno, sí. Sí puede. Y de hecho lo ha hecho hasta que la he besado. Porque la he besado yo. Es cierto. Pero de eso... también le echaré la culpa al vino.

Igualmente, no se ha quejado. No me ha apartado, abofeteado ni rechazado. ¿No me ha rechazado? No. Intento repetírmelo para poder creerlo. Porque, al parecer, doña perfecta quería esto tanto como yo, ¿verdad?

Puedo sentirlo, puedo notarlo. Todo su cuerpo es una clara evidencia (y no precisamente con tintes periodísticos) de lo mucho que lo desea. Mis manos podrán temblar en su cintura, pero su lengua no cede tregua alguna a la mía, a esa de la que tanto se queja en cuanto tiene ocasión, esa a la que siempre nombra en cuanto me acusa de ser una bocachancla.

Porque sí, puede que yo sea un poco intensa, pero...

Mierda, Saskia; tú lo eres en otros términos.

.

.

.

Los vecinos no protestan cuando por fin escuchan la puerta del final del pasillo cerrarse con un golpe tan seco como entusiasta. Al menos los gritos del principio han cesado, pero con ellos se ha marchado la posibilidad de poner oído para el chisme. ¿Problemas? ¿Otra más recriminándole infidelidad? ¿Un ligue de los de siempre? Quién sabe.

No conocen a Saskia y tampoco conocen a Sadie.

No saben, no entienden y jamás comprenderán la importancia de todas y cada una de las cosas que están ocurriendo al otro lado de esas malditas paredes. Sin dejar un mínimo a la esperanza ni a la imaginación por parte de las dos:

Que se devoran, que se persiguen en un eterno boca a boca, que se arrancan besos traicioneros de entre los labios con un fervor desmedido justo antes de arrastrarse mutuamente hacia la cama.

Las manos Saskia en torno al cuello de Sadie.

Los dedos de Sadie hundiéndose en las caderas de Saskia.

Otro jadeo más alto de lo normal y acabarán quitándose la ropa sin el mínimo miramiento que un encuentro meramente sexual requiere. Aunque lo suyo ni siquiera es eso. ¿Qué es entonces?

El pensamiento fugaz, una llamarada de lógica les hace parar tan solo durante un segundo para darse cuenta de que les importa todo un jodido pimiento y que lo único por lo que merece la pena sobrevivir esta madrugada es respirar cada una el aliento de la otra, ahogarse en cada uno de los gemidos y resuellos ajenos hasta desfallecer.

Pero esto no empezó aquí. Esto empezó de otra manera...

Un encuentro fortuito, un par de miradas esquivas, otras tantas sonrisas regaladas a destiempo, un favor que devolver y la intensidad de tener que estrechar una mano nueva para variar. Los nervios y la anticipación que te da ilusionarte con alguien... o con algo cuando ni siquiera sabes por qué te ilusionas. Eso es lo que están viviendo, y eso es lo que llevan sufriendo desde que se conocieron, desde que se engancharon la una de la otra como un borracho a una botella de ginebra; tal como Sadie es adicta a su politiqueo combativo sin pensar en lo desastre que es su vida amorosa y laboral; tal como Saskia depende de su coñac para pasar las noches en las que la mente le dice basta y la empuja a lamentarse por no poder olvidar, por no dejar su pasado atrás y permitirle respirar.

Esta es la historia de dos mujeres abocadas a la desgracia mutua que supone su atracción. Es la historia de dos personas que se repelen y a la vez se atraen cual imanes sobre una superficie desprovista de fricción siempre y cuando no acaben en la cama. Es una historia de dos, de un antes y un después, de un jamás y un imposible tan inciertos como la fuerza de voluntad que siempre les falla antes de decirse lo que sienten, pero nunca antes de besarse.

Esta es su historia.

Porque, al fin y al cabo, siempre estuvieron encantadas de conocerse.

¿No es así?

Ven; ellas tienen mesa para dos y tú espero que te quedes a leer otra ronda.


Mesa para dos [Supercorp AU / SaskiaxSadie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora